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ANÁLISIS

¿Todo atado y bien atado en Pyongyang?

La comunidad internacional debe volcarse en facilitar el cambio y la apertura en Corea del Norte.

Desde 2008, los rumores sobre la salud declinante del máximo dirigente norcoreano, Kim Jong-il, han venido siendo objeto de comentarios y especulaciones. Como se recordará, en aquel año el “querido dirigente” fue víctima de un percance cardio-vascular, que le mantuvo algo alejado de los asuntos de Estado. La naturaleza despótica, familiar y opaca del régimen norcoreano añadían morbo y preocupación a los análisis, centrados en las consecuencias de la lucha por el poder, el peligro que entrañan las capacidades nucleares de Corea del Norte y el riesgo de confrontación militar con la República de Corea, de los que ha habido bastantes ejemplos en el mar Amarillo en 1999, 2002 y 2009, hasta acontecimientos mucho más graves, como el hundimiento de la fragata surcoreana Cheonan, en marzo de 2010, por un torpedo norcoreano y el bombardeo artillero de la isla surcoreana de Yeonpyeong, en noviembre del mismo año. Un peligro muy cierto, por tanto, para la estabilidad de Asia nororiental e, incluso, para la paz mundial, habida cuenta de los actores en presencia: las dos Coreas.

En efecto, al Norte de la denominada Línea de Demarcación Militar y sus correspondientes zonas desmilitarizadas entre las dos Coreas, tal como quedó establecido en el Acuerdo de Armisticio, al término de la Guerra de Corea (1950-1953), se instaló un régimen marcado por el despotismo feudal, el militarismo, la verborrea estalinista y el control de la población por el Partido de los Trabajadores, sus organizaciones de masas y la policía política.

Las primeras declaraciones que vienen del Norte son de apoyo y unanimidad en torno al joven Kim Jong-un, pero ya se sabe que las dictaduras pueden disolverse como un azucarillo al menor vaivén

A partir de 2009 se ha venido preparando la sucesión, precisamente, porque las más altas instancias de la nomenclatura sabían que el fin de Kim Jong-il estaba próximo, como se ha podido comprobar con su fallecimiento. El tercero de sus hijos, Kim Jong-un, de apenas 28 años, parece haber gozado de las preferencias de su padre, lo mismo que de otros dirigentes del Ejército y el partido y, muy especialmente, del poderoso tándem que forman la hermana del desaparecido dirigente, Kim Kyong-hui, y su esposo, Chang Song-taek, vicepresidente de la influyente Comisión de Defensa Nacional. Las primeras declaraciones que vienen del Norte son de apoyo y unanimidad en torno al joven Kim Jong-un, pero ya se sabe que el “atado y bien atado” de las dictaduras puede disolverse como un azucarillo al menor vaivén.

La desaparición de Kim Jong-il crea incertidumbres políticas, económicas y de seguridad, pero también puede dar paso a expectativas esperanzadoras en un triple ámbito: las relaciones intercoreanas, bajo mínimos desde el hundimiento de la fragata Cheonan y el bombardeo de la isla de Yeonpyeong, las conversaciones a seis para la desnuclearización de la península de Corea, estancadas desde diciembre de 2008, y en relación con la propia evolución interna del régimen norcoreano, que debe abrirse si quiere salir del aislamiento. En este complejo tablero de Asia nororiental China es el actor por excelencia, lo mismo que Estados Unidos, pero las autoridades de Pekín tienen la ventaja, al menos, de ser el interlocutor escuchado y primer socio económico de los norcoreanos. En todo caso, la comunidad internacional debe volcarse en facilitar el cambio y la apertura.

Juan Leña, diplomático español, ha sido embajador en China y en Seúl y Pyongyang.

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