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La receta húngara: más nacionalismo contra la crisis

Hungría sufre turbulencias sin formar parte del euro. El Gobierno emprende reformas del Estado de corte autoritario.

SILVIA BLANCO (ENVIADA ESPECIAL)
Una mujer pide limosna en el centro de Budapest.
Una mujer pide limosna en el centro de Budapest.ATTILA KISBENEDEK (AFP)

El viernes a mediodía, en un café de Budapest, Csaba, de 36 años, explicaba que tiene cuatro trabajos para pagar la hipoteca de su casa. Como el que va a contar algo difícil de entender, se inclina sobre un butacón de terciopelo gastado y empieza con los dedos: conduce ambulancias de noche y es camionero, tiene una tienda de juguetes eróticos y además, aprovechando un terreno heredado, ha montado un centro de equitación con cinco caballos.

El mismo día, en algún despacho de la capital, los delegados del FMI y de la Comisión Europea interrumpían de modo inesperado las conversaciones informales que mantenían con el Gobierno. La ciudad les recibió 48 horas antes bajo una niebla que desdibujaba el espectacular contorno sobre el Danubio. Su llegada preludiaba un ritual de tiempos duros que Hungría ya conoce: en 2008 se vio obligada a pedir un préstamo de 20.000 millones de euros al FMI. Aunque esta vez se trata de un aval preventivo para atajar la presión de los mercados, el país lleva desde entonces luchando contra la peor crisis desde el fin del comunismo. Ahora, la suspensión de los contactos no hace más que añadir incertidumbre.

Hungría, que se adhirió a la Unión Europea en 2004, está atrapada en la paradoja de sufrir la crisis del euro sin pertenecer a la moneda única. Se ha quedado a la intemperie pese a que dos tercios de su economía dependen de la eurozona, y aunque sus exportaciones deberían mejorar por la posibilidad de devaluar su moneda —lo ha hecho en un 20% desde principios de año—, sus clientes europeos están reduciendo las peticiones de productos húngaros. Por eso aquí se dice que cuando a Alemania le duele una mano, a Hungría le duele la cabeza.

El florín húngaro es el primero en notar el calambrazo. Su debilidad explica los problemas de crédito del Estado y los de Csaba —que no quiere que se publique su apellido por temor al fisco—, cuya deuda tiene vida propia. En 2006 compró un piso de 80 metros cuadrados en Siófok, una turística ciudad a orillas del lago Balatón. Tras pagar durante cinco años, la deuda, contraída en francos suizos a un interés bajo, no solo no se ha reducido, sino que ha crecido en cuatro millones de florines húngaros (unos 13.000 euros). Un millón de personas, en un país de diez millones, están afectadas por estas hipotecas en divisa extranjera, sobre todo en francos suizos y euros.

“Estoy perdiendo los ahorros de toda mi vida”, se lamenta Csaba. “No paran de subir los impuestos y de recortar. Ahora a los conductores de ambulancia nos quitan el suplemento nocturno y el gasoil para el camión lo pago a 1,41 euros, cuando hace cinco años eran 33 céntimos”. Csaba también está preocupado por el precio de los vibradores, que tendrá que vender mucho más caros. “En enero el IVA subirá al 27% [será uno de los más altos de Europa, ahora es el 25%], y tendré que aumentar los precios en la tienda. Me va a ir mucho peor, porque han aprobado una tasa especial, de un 25%, para la industria erótica”, se queja.

La plaza Vörösmarty huele a kolbász, un tipo de salchicha que hacen a la parrilla en muchos de los puestos del mercado de navidad que hay estos días junto a la carísima y decimonónica pastelería Gerbaud. Aquí no quieren saber nada del euro. Szabolcs Oroszi, cocinero en uno de los puestos de gulash, dice estar aliviado de que se mantenga el florín: “Viendo a los eslovacos [el último país que entró en la moneda única] que vienen aquí a hacer la compra es mejor estar fuera del euro. Además, ganaríamos muy poco [el sueldo medio es de 455 euros]”. Daniella Székely, de 20 años y empleada en una casa de cambio, está convencida de que “los precios, que ya son horribles, serían aún más altos”.

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Todo el mundo es consciente de la fuerte dependencia exterior del país, y sin embargo, o precisamente por eso, aparte de las deudas lo que aumenta en Hungría es el nacionalismo. El Gobierno está embarcado en una reforma total del Estado, algunas observadas con mucho recelo desde Europa. “En otoño aprobamos 31 leyes. El sistema está en construcción”, afirma el secretario de Estado de Comunicación, Zoltán Kovács.

El desencuentro con los enviados a Budapest del FMI y la Comisión Europea evidencian que esa tensión también ha alcanzado a la política. El primer ministro, el conservador Viktor Orban —cuyo partido, Fidesz, logró una contundente mayoría absoluta en las elecciones de abril de 2010—, mantenía una relación gélida con el FMI, al que dio portazo hace un año. Pero la situación es tan desesperada que hace un mes se vio obligado a dar un bandazo y pedir ayuda ante la presión de los mercados. Los delegados internacionales se fueron de la capital molestos por la insistencia del Ejecutivo en tramitar una ley que socava la independencia del Banco Central. El Gobierno quería nombrar a los vicepresidentes del banco emisor e influir sobre sus consejeros. Ayer anunció que modificaría la ley. A la incertidumbre sobre qué pasará en enero, cuando empiece la negociación formal del crédito, se suman los recortes de mil millones aprobados la semana pasada.

Orban mantiene una arriesgada tensión entre sus compromisos exteriores y el discurso doméstico, que se ha deslizado hacia fórmulas que buscan acaparar más poder, como limitar a la prensa, al Tribunal Supremo y al Banco Central o nacionalizar las pensiones privadas. Pero es el pesimismo ciudadano el que erosiona su popularidad. La única formación que ahora gana terreno es el euroescéptico y ultraderechista Jobbik, que ya obtuvo un 16,7% de los votos en las elecciones y que ahora ha alcanzado en los sondeos a los socialistas, la segunda fuerza del país, con un apoyo del 22%, según una encuesta del instituto Tárki.

Zsolt, de 36 años, vive en el último piso de una especie de corrala en el centro de Budapest, en un edificio propiedad del Ayuntamiento, con su madre, su hijo de 17 años y tres gatos. Al entrar en la casa, de no más de 50 metros cuadrados, lo primero que se ve es una moto en medio del salón. “Estoy muy enfadado con el Gobierno”, dice. Es pintor de casas y lleva un año en paro. Ya no recibe ningún subsidio y sobrevive con trabajos en negro ocasionales. “Yo voté a Fidesz, pero solo se dedican a poner impuestos”, sostiene. En su opinión, “la culpa de la crisis es del euro y de los socialistas pero el Gobierno de ahora tampoco hace lo suficiente”. Aunque no cree que el ultraderechista Jobbik tenga la solución al paro, asegura que el partido tiene “mejor programa para la gente normal y no quieren subir los impuestos”. A lo que agrega: “Quiero que los húngaros tengan trabajo antes que los inmigrantes chinos o africanos”. Esa es la señal de descontento con la que está esperando conectar la extrema derecha.

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Sobre la firma

SILVIA BLANCO (ENVIADA ESPECIAL)
Es la jefa de sección de Sociedad. Antes ha sido reportera en El País Semanal y en Internacional, donde ha escrito sobre migraciones, Europa del Este y América Latina.

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