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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Amarcord’ y el tiovivo europeo

La pérdida de soberanía ocurre por defecto, por incomparecencia de la voluntad política

Francisco G. Basterra

Tras una aparente tregua navideña, el tiovivo de la crisis europea se ha puesto de nuevo en marcha con ligeros retoques en la barraca. Amarcord se ha hecho realidad en Italia cuando Monti se disponía a enterrar a Berlusconi, exanimador de cruceros. Se ha caído el tándem franco-alemán, el Merkozy, y Angela pedalea ya sola. El directorio es uninominal. Sarkozy ha sido despeñado de la triple A, perdiendo su pretendida paridad con Alemania con la que justificaba el mantenimiento de la petite grandeur de Francia. Pero continúa el espectáculo: una nueva cumbre de la UE a fin de mes. Otra vez al borde del abismo, el caballito griego, desahuciado; la empresaria de la atracción, alemana por supuesto, más dueña que nunca al mantener en solitario su nota de sobresaliente, y el tiovivo girando uncido a lo que el economista Joseph Stiglitz califica de “pacto del suicidio”.

Austeridad fiscal hasta la recesión, que ya confirman los datos, y nada de momento sobre medidas que propicien el crecimiento económico y la creación de empleo. Aunque comience a vislumbrarse un cambio de tendencia. Los caballitos, coches de bomberos y barcas variopintas llevan ya dos años, desde que estalló el accidente de Grecia, dando monótonamente vueltas, ganando tiempo, sin rematar, confirmando la inacción política y la ineficiencia del complejo proceso de toma de decisiones europeo frente a la velocidad de la luz de las pantallas de los ordenadores de la economía. Y los espectadores de la feria desconcertados, desinteresados, van desertando de un espectáculo que no entienden y que les está resultando dolorosamente caro y empobrecedor; 23 millones ya han sido arrojados al paro. A cada giro del tiovivo se hace más patente que faltan las figuras decisivas, los dueños del circo. La barraca, con su música alegre que ya no atrae, podría llamarse Adiós, soberanía, adiós. La soberanía entendida en su concepto clásico como poder supremo de los ciudadanos, como la retrataba la Constitución francesa posrevolucionaria de 1791: “Única, indivisible, inalienable; pertenece a la nación”,

Austeridad fiscal hasta la recesión, que ya confirman los datos, y nada de momento sobre medidas que propicien el crecimiento económico y la creación de empleo.

 La pérdida de soberanía es por defecto, por incomparecencia de la voluntad política. No están en el tiovivo las agencias calificadoras, comenzando por Standard & Poor’s. Sí, Corriente y Pobres, qué buen nombre para una barraca, que han degradado la atracción provocando el desconcierto. Ni Fitch’s, que le insta a España a recortar la sanidad y la educación; ni el FMI, que nos prorroga la recesión hasta 2014; ni la City de Londres, el mayor mercado financiero del mundo, adonde los políticos peregrinan para dar confianza. Ni el Financial Times o el Wall Street Journal que, día sí y otro también, nos dicen lo que tenemos que hacer, adelantándose al silencio de los Gobiernos que seguirán sus pasos. El nuevo ministro de economía español, Luis de Guindos, que parece apetecer el papel de verso suelto en el Gobierno, ya ha utilizado ambas biblias para anunciar lo que hará el Ejecutivo de Rajoy. ¿Para qué adelantarlo en el Parlamento? Estos son los nuevos centros de influencia decisorios que mueven los hilos del guiñol. La soberanía, que dejó hace tiempo de ser única, se atomiza.

“Cuando salíamos del bunga bunga chocamos como el Titanic”, escribía una bloguera italiana.

Un europeo del sur nos ha distraído ejerciendo catastrófica y estúpidamente su soberanía en el fascinante suceso del crucero Costa Concordia, surgiendo en medio de la noche, iluminado, rozando, literalmente, la costa, como en el sueño de Fellini en Amarcord. El capitán Francesco Schettino, componiendo una bella figura de chulería, embarrancó su nave de más de 100.000 toneladas y 4.000 pasajeros en las rocas de una desconocida isla de la Toscana italiana. Con su inepta y, muy probablemente, criminal maniobra arrastró por el fango a su gremio y a la doble tradición marítima: el capitán es el último en abandonar el buque y mujeres y niños primero. Pero la historia aún da más de sí y ha sido vista como una humillación para Italia, el mismo día en que veía degradada su deuda y coincidiendo con el intento del tecnócrata Monti de darle la vuelta al país lavándole la cara, acabando con los privilegios de muchas profesiones y servicios, acercándose al caballito de la Alemania calvinista. “Cuando salíamos del bunga bunga chocamos como el Titanic”, escribía una bloguera italiana. El barco acostado, símbolo de la Italia a la deriva y del berlusconismo. Y una conversación que refleja las dos almas del país transalpino, en palabras del Corriere della Sera. La mantenida entre un capitán que huye de sus responsabilidades como oficial y como hombre, frente a un compatriota, el héroe, el comandante de la Guardia Costera, Gregorio de Falco, que intenta que el cobarde afronte sus obligaciones con la redonda frase: Vada a bordo, cazzo, joder, sube a bordo.

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