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Valientes, no, pero sí astutos

No tenemos sentido de Estado. Es el Estado el que nos impone. La comunidad termina en casa

FORGES (EL PAÍS)

Decís que somos charlatanes. Es verdad. Y yo añadiría: pésimos oyentes, interesados solo por el sonido de nuestra propia voz. Recuerdo la sugerencia de un presentador de televisión a sus huéspedes: “Nunca habléis más de dos a la vez”.

Con buen aspecto y locos por la moda. Aquí hay que entenderse. Desde luego, respecto a la media europea, nos seguimos sintiendo unos elegantones. En nuestra tierra los calcetines blancos están perseguidos por la ley, especialmente cuando se calzan sandalias. Si consideramos que pensar que los trajes son un mensaje del cuerpo y no un contenedor para embutidos es un síntoma de manía, entonces somos maníacos. Pero no peligrosos, y por desgracia, tampoco contagiosos.

Somos maníacos. Pero no peligrosos, y por desgracia, tampoco contagiosos

Por lo que respecta al latin lover, me duele deciros que estáis cometiendo un error antológico. En Italia la propensión al sexo crece con la edad. Entre los jóvenes se hace con cuentagotas (también por eso traemos pocos hijos al mundo), mientras que después de los 50 el varón italiano se zambulle por fin en la adolescencia. Somos la única nación del mundo que ha tenido un presidente del consejo de 70 años con bandana en la cabeza, como los tenistas y las cantantes de rap. Son satisfacciones.

No es cierto que nadie pague impuestos. Los empleados y los jubilados los pagan hasta el último céntimo. No por sentido cívico, sino por falta de alternativas. No tenemos sentido de Estado. Es el Estado el que nos impone. La comunidad termina en el umbral de casa. El felpudo es ya tierra de nadie, por no hablar de las escaleras comunitarias o las aceras. Somos una patria desde hace solo un siglo y medio. Durante 2.000 años hemos tenido que arrodillarnos ante decenas de invasores, intentando engañarlos siempre, obviamente. Nos hemos defendido encerrándonos en lo privado y considerando un usurpador, o de cualquier modo, un extraño, a todo lo que olía a autoridad.

En Italia la propensión al sexo crece con la edad
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¿Individualistas? En realidad sabemos ser una piña en condiciones de emergencia. A nosotros la administración normal nos aburre. Pero en las situaciones desesperadas nos envolvemos en nuestro manto preferido, el de víctima, y sacamos la especialidad de la casa: el movimiento del caballo. En el tablero de ajedrez europeo todas las piezas se mueven en horizontal y vertical. Solo el caballo italiano consigue aparecer donde nadie le espera. No somos valientes, sino astutos. Nuestra filosofía de vida es el contragolpe, y no solo en el fútbol. Cada vez que hemos salido al ataque, desde la batalla de Cannas contra Aníbal hasta la declaración de guerra de Mussolini, hemos hecho el ridículo. Pero cuando retrocedemos para defender nuestra puerta (la familia, lo “particular”), entonces conseguimos sacar de nosotros mismos dosis imprevisibles de resistencia y sacrificio.

¿Moralmente hipócritas? La cultura católica que nos impregna nos vuelve tolerantes hacia el pecado, sobre todo si somos nosotros los que lo cometemos. Nadie en el mundo se arrepiente tan bien como los italianos.

Nuestro peor defecto, ya lo habréis intuido al leer este artículo, es la complacencia. Nadie habla mal de su país como nosotros, pero solo porque nos consideramos tan afortunados por haber nacido aquí, que podemos permitirnos cualquier lujo: incluso escupir sobre esa suerte.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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