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LA CUARTA PÁGINA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ‘democracia despolitizada’ de Monti

Por difícil que resulte tragar su dosis de disciplina, las políticas que ejerce el primer ministro Monti es la única forma posible de gobierno para sacar a Italia adelante, frente a los intereses especiales e inmediatos

Hace unos días, mientras viajaba de Milán a Roma, tuve oportunidad de experimentar en persona la hostilidad que rodea al proceso de tratar de reducir la deuda soberana de Italia e imponer unos hábitos más competitivos en medio de los lánguidos ritmos de esta cultura mediterránea.

Camioneros indignados que bloqueaban las autopistas, taxistas que detenían sus vehículos y la mayoría de los trenes, cancelados. Los estudiantes pintaban eslóganes de “A la mierda la austeridad” en paredes desconchadas de color ocre. Los comerciantes, huraños, solo ponían buena cara al ver los grupos invernales de turistas chinos.

Todas esas huelgas y toda esa animosidad estaban dirigidas contra las reformas propuestas por el Gobierno “antidemocrático” del primer ministro Mario Monti y su supuesto gabinete tecnócrata, al mismo tiempo que él presionaba a Angela Merkel con el fin de que aliviase el autoritarismo fiscal de Alemania y dejara cierto margen para crecer en la eurozona. A finales del año pasado, en vista de que no había forma de que los políticos electos se aclarasen las ideas, el presidente Giorgio Napolitano designó a Monti para que formulara y llevara a cabo las reformas estructurales esenciales antes de que se celebren nuevas elecciones en 2013.

Por desgracia, las protestas se equivocan de blanco. Italia está en el lío en el que está no por falta de democracia, sino por exceso de una forma podrida de gobernanza. La democracia electoral italiana —como la estadounidense— está tan dominada por los intereses políticos de los partidos que ha acabado siendo disfuncional y totalmente incapaz de hacer frente a los difíciles retos que afronta el país.

Monti, cuya sabiduría sin prejuicios y cuya larga experiencia como comisario europeo hacen de él más un meritócrata que un tecnócrata, tiene razón cuando declara que “la ausencia de personalidades políticas en el Gobierno será una ayuda, no un obstáculo, para tener una sólida base de apoyo” a la reforma. Entiende que la democracia italiana, como la estadounidense, se ha convertido en una vetocracia, por utilizar un término acuñado por Francis Fukuyama. En una vetocracia, los políticos electos están tan en manos del sentimiento populista inmediato y los intereses especiales organizados que los partidos vacían de contenido la mera formulación de cualquier política que intente llegar a un compromiso por el bien común a largo plazo, incluso antes de que se someta a votación en el Parlamento. El proyecto de ley que sale adelante está desprovisto de sustancia y significado. Por consiguiente, lo que permanece es el statu quo.

En su obra fundamental Auge y decadencia de las naciones, el sociólogo Mancur Olson explicaba que esta poderosa acumulación de intereses organizados en las democracias a lo largo de la historia ha hundido siempre a los Estados, porque es inevitable que genere déficits insostenibles y, al proteger a los grupos interesados que buscan su propio beneficio, despoje a la economía de todo su vigor.

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En Italia, hoy, los representantes políticos de los sindicatos de taxistas o de los comerciantes no van a defender una competencia abierta que no tiene más remedio que hacer más difícil la vida a sus clientes. Los funcionarios públicos se resisten a que les recorten el empleo y las prestaciones. Los banqueros utilizan su influencia ante los legisladores para evitar las regulaciones. Los ricos se oponen a que haya impuestos más altos.

Tampoco puede ser la solución dar más voto a los electores mediante una democracia directa en lugar de representativa. Si se sometiera a votación popular, ¿qué jubilado estaría en favor de recortar el generoso contrato social con el que ya cuenta, aunque el bolsillo colectivo italiano no pueda permitírselo?

Como se puede ver en California, donde la democracia directa del proceso de iniciativas domina la forma de gobernar, los intereses particulares expresados por los votantes en las urnas, racionales uno a uno, pueden, sumados, convertirse en una locura total de consecuencias imprevistas. Como consecuencia de una serie de iniciativas aprobadas desde hace años, que recortan los impuestos sobre el patrimonio y pretenden castigar a los delincuentes, California gasta hoy más, por absurdo que resulte, en cárceles que en enseñanza superior, con lo que salen perjudicados los cimientos de su futuro.

La democracia directa es una idea especialmente mala en la cultura norteamericana de la Coca-Cola Light, en la que la gente parece desear un consumo sin ahorros y un gobierno sin impuestos, igual que quieren el sabor azucarado pero sin calorías. Para empeorar aún más la situación, el dinero de los grupos de intereses especiales, que el Tribunal Supremo de Estados Unidos consiente bajo el epígrafe de “libertad de expresión”, consigue distorsionar y manipular con gran facilidad el discurso honrado en cualquier campaña política.

Por difícil que resulte tragar su dosis de disciplina, la democracia despolitizada que ejerce el primer ministro Monti es la única forma posible de gobierno para sacar a Italia adelante. Y vamos a ver más ejemplos en Occidente, por los mismos motivos que en Italia.

La propia idea que ha inspirado el intento de crear un “supercomité” del Congreso de Estados Unidos, intento que, por desgracia, hasta ahora, ha fracasado, es eliminar las maniobras de bloqueo a la hora de formular una política imparcial y de sentido común para reducir los déficits a largo plazo. En California, un grupo independiente y con gente de los dos partidos, llamado el Comité de la Larga Reflexión, con miembros como Eric Schmidt, de Google, el antiguo presidente del Tribunal Supremo del Estado y la exsecretaria de Estado Condoleezza Rice, ha tenido más éxito. Ha dejado la política al margen y ha logrado elaborar un plan de reforma fiscal bipartidista, que supera la brecha ideológica que llevaba años paralizando la Asamblea estatal. En 2014 presentará el plan a referéndum público. El grupo, además, ha propuesto un órgano no partidista más formal, designado por cargos electos pero compuesto por ciudadanos destacados con conocimientos y experiencia, para vigilar los intereses a largo plazo de California.

En ninguno de estos casos está sugiriendo nadie que se elimine la democracia de una persona, un voto, ni transferir la soberanía popular a una élite meritocrática, como ocurre, por ejemplo, con la competente jerarquía del Partido Comunista en China. En todos los casos mencionados, el voto decisivo sigue estando en manos de la población electora. Pero lo que sí se elimina es el aspecto de vetocracia. En vez de accionar la palanca solo por intereses egoístas o tener que desbrozar la maraña de intereses especiales en el momento de votar, el público podría decidir sobre las políticas que le propusieran unos órganos de quienes se podría esperar que iban a tener en cuenta el interés común a largo plazo.

Las actuales dificultades para gobernar en Occidente sugieren que es necesario que la democracia evolucione hacia el establecimiento de unas instituciones con elementos meritocráticos como contrapeso a la cultura política de los intereses especiales e inmediatos que domina la democracia electoral.

Al fin y al cabo, las instituciones meritocráticas con autoridad delegada no son un factor extraño a las democracias. Tenemos bancos centrales independientes, tribunales supremos y poderosos órganos reguladores en ámbitos como la alimentación y los fármacos, el medio ambiente y la salud. Incluso en la democracia radical de California, se han otorgado poderes esenciales a unas comisiones nombradas por el gobernador para regular el desarrollo de la costa, supervisar el suministro de agua y energía del Estado y administrar la universidad pública del Estado. Todos esos órganos responden ante los ciudadanos porque están nombrados por cargos oficiales elegidos democráticamente, pero, al mismo tiempo, están aislados del proceso electoral propiamente dicho.

El experimento de democracia despolitizada en Italia va a seguirse con gran atención como posible antídoto a la parálisis y la disfunción que afligen hoy a Occidente. Si la descomposición política puede desembocar en un buen gobierno de Italia, el camino marcado por Mario Monti beneficiará a todo el mundo.

Nathan Gardels, director de NPQ y Global Viewpoint Network de Tribune Media Services International, es además asesor principal del Nicolas Berggruen Institute

© 2012 Global Viewpoint Network; Distributed by Tribune Media Services

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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