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La carrera de armas se desata en el Sureste asiático

Las fuertes inversiones chinas causan una reacción en cadena en la región

ANDREA RIZZI (ENVIADO ESPECIAL)
Soldados del Ejército chino desfilan en Tiananmen, en 2009 con motivo del 60º aniversario de China.
Soldados del Ejército chino desfilan en Tiananmen, en 2009 con motivo del 60º aniversario de China. AP

Si las inquietudes del presente se concentran alrededor del eje Siria-Irán, el partido fundamental del futuro se juega en las orillas del Sureste asiático. Ahí se materializará en las próximas décadas la competición por la hegemonía mundial. Pero el peso específico de China ha alcanzado ya la masa crítica suficiente para atraer hacia sí de manera prioritaria —como por efecto de una suerte de ley de la gravedad estratégica— la atención militar internacional, desatando la carrera armamentística más intensa desde la caída del muro de Berlín.

Los primeros compases de 2012 evidencian esta dinámica. Y en la Conferencia de Seguridad de Múnich, pese a que la crisis siria y las inquietudes sobre Irán han copado escenario, titulares y negociaciones en la trastienda, una parte relevante del debate se centró, precisamente, en este fenómeno.

Los secretarios de Estado y Defensa de EE UU, Hillary Clinton y Leon Panetta, se esforzaron mucho para matizar en Múnich ante decenas de ministros de países europeos aliados la cruda realidad enunciada en la nueva estrategia militar publicada en enero, en la que Washington señala “la necesidad de reorientar hacia la región Asia-Pacífico” su despliegue. Panetta afirmó que, pese a la retirada de dos brigadas, el compromiso militar con Europa es inquebrantable y que los europeos siguen siendo los aliados de “elección”. Pero ninguna palabra puede maquillar la realidad del tamaño del desafío chino.

La inversión en armamento
La inversión en armamento

Kevin Rudd, ministro de Exteriores australiano, se encargó de explicitar los contornos del elefante: “Pronto, por primera vez en dos siglos, la principal potencia económica del mundo será un país no democrático; y, aunque no se hable mucho de ello, pronto esa potencia será también el primer inversor militar. Ya en 2025, según algunos análisis”, dijo Rudd en Múnich.

China ha incrementado su gasto militar en un 189% entre 2001 y 2010, según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo. Pekín gastó 120.000 millones de dólares en 2010. EE UU, que tras el 11-S también aumentó mucho la inversión militar, seguía entonces muy por delante, con 700.000 millones de gasto. Pero mientras uno avanza a ritmo de vértigo, el otro aplica ahora grandes recortes.

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En todo caso, el quid de la cuestión es que la carrera no se limita a la titánica rivalidad entre Washington y Pekín. Su empuje arrastra a los demás en la región, como evidencia el anuncio, días atrás, de que India ha preseleccionado al fabricante francés Dassault para un contrato de compra de 126 aviones de combate. India aumentó el gasto militar un contundente 54% en la última década; Australia lo hizo en un 49%, y Corea del Sur, un 45%. Gran parte va dirigido a fuerzas navales.

La proyección china en los mares, su hambre de recursos, sus múltiples reivindicaciones territoriales, su metódica construcción de alianzas y el desarrollo de puertos y bases navales en el arco que va del golfo Pérsico hasta Extremo Oriente despiertan un obvio recelo en la región, más allá de los históricos puntos conflictivos (la península coreana, Taiwán, territorios en disputa con India).

Zhang Zhijun, viceministro de Exteriores chino, utilizó en Múnich un tono enfático para garantizar que “China no busca establecer zonas de influencia”. “Llevamos tres décadas en paz, y hemos resuelto a través del diálogo disputas territoriales con 12 países vecinos. Siempre se habla de la tensión en el mar del sur de China, pero: ¿ha habido alguna guerra o interrupción del tráfico ahí?”, preguntó. “Nosotros somos los primeros interesados en la estabilidad y en el libre y seguro flujo de las mercancías”, añadió.

El senador John McCain reprochó, sin embargo, a Pekín varios episodios de hostilidad hacia buques estadounidenses o intereses vietnamitas. Y la represión a los disidentes. Zhang contestó secamente que China “no acepta ninguna interferencia en los asuntos internos”. Después de la retórica oficial de no confrontación, emergía en ese pique dialéctico la dura naturaleza de una relación que no es otra cosa que la disputa por la futura hegemonía en el planeta. Y alrededor de los gigantes, bailan los demás. En Asia.

En Europa, en cambio, se intenta salir de la UCI económica. El gasto militar europeo está estancado desde hace años, y ahora en contracción. Así, si Europa occidental destinaba a esa partida en 2000 más del doble que Asia oriental y Oceanía (287.000 frente a 136.000 millones de dólares), en 2010, prácticamente estaban a la par: 295.000 frente a 262.000 millones.

En cualquier caso, el futuro será mucho más contundente. Australia ha planificado un gasto en armas de casi 300.000 millones en los próximos 20 años; prácticamente todos los países de la región han planificado cuantiosas compras para contener el predominio chino. Analistas del sector estiman que las naciones asiáticas adquirirán 111 submarinos en las próximas dos décadas. Hasta el pequeño Singapur figura entre los 10 principales importadores de armas del mundo.

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Sobre la firma

ANDREA RIZZI (ENVIADO ESPECIAL)
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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