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CONSECUENCIAS DE LA CRISIS

El héroe antinazi ha vuelto a la lucha

El griego Manolis Glezos se enfrentó a la ocupación nazi y ahora protagoniza manifestaciones contra los recortes impuestos por la UE

Amanda Mars
Manolis Glezos es auxiliado tras ser golpeado por la policía durante una protesta en marzo de 2010 en Atenas
Manolis Glezos es auxiliado tras ser golpeado por la policía durante una protesta en marzo de 2010 en AtenasARIS MESSINIS (AFP)

Yo había quedado en ir a la manifestación con Mikis Theodorakis, a estar con el pueblo griego. No era mi idea que ocurriera nada, pero bueno, es una manifestación, uno ya sabe que se puede encontrar con cosas, gas lacrimógeno…”. Atenas por la noche. Entre paredes empedradas de libros y cuadros, pero sobre todo de libros, Manolis Glezos saca de una carpeta docenas de dibujos escolares con el mismo motivo: el Partenón con la bandera de Grecia izada y, en algunas de las láminas, una mancha o monigote al lado. El tipo esbozado es Glezos, el héroe de la resistencia griega contra la ocupación de Hitler, ese cuya hazaña más simbólica fue encaramarse a lo alto de la Acrópolis para arrancar de allí el blasón nazi.

Tenía apenas 18 años y aquello le costó la primera de tres sentencias de muerte que lleva a la espalda, el inicio de una vida entregada a la resistencia, de condenas que le llevaron a la cárcel una ristra de veces —más de una decena de años entre rejas— y de vida en el exilio, por obra y gracia de varios regímenes, a saber: el nazi, el fascista italiano, el griego y, para terminar, la dictadura de los coroneles.

El domingo pasado, a los 89 años, se metió en otro pequeño lío. Cuando se disponía a hablar junto al cantautor e intelectual Theodorakis, en la gran manifestación de Atenas contra los duros recortes sociales a los que está supeditado el rescate financiero del país, se las vio de nuevo con ese gas lacrimógeno que la policía griega suele usar para ahuyentar a los manifestantes en Grecia. En las protestas de hace dos años cayó desmayado por ese gas.

Su guerra hoy es la factura social del derrumbe económico. Se ha convertido en uno de los símbolos del activismo contra los recortes en la arruinada Grecia. “Lo que pasa es que los griegos están pagando una crisis que no han provocado”, no deja de repetir, y llama la atención sobre los disturbios de la manifestación del domingo. La sociedad griega, dice, se divide en cinco grupos: “Primero, los acomodados, que están bien; segundo, los que no sienten ni padecen; tercero, los que saben que están mal, pero no hacen nada; cuarto, los que salen a la calle a romper cosas y desahogarse y, por último, los que salen a la calle y saben muy bien por qué luchan”.

Lo que está ocurriendo en los últimos meses en Grecia, en su opinión, es que las tres primeras categorías van menguando, y las dos últimas crecen. “Y cuando la rabia del pueblo no se convierte en una acción política, tienes un grave problema: la violencia ciega”, apunta.

Glezos, manos huesudas, pelo largo blanco hacia atrás y americana de pana negra algo ancha, habla con largas pausas, y traza una línea sobre el reverso de un sobre blanco para cada uno de esos cinco grupos sociales, como si estuviese hablando en una de esas escuelas o universidades en las que dar charlas día sí y día también. Su agenda le ha impedido sentarse a esa mesa hasta pasadas las nueve de la noche. Antes de empezar, su esposa sirve frutos secos y una ronda de licor.

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“Cuando crees en algo, no temes nada”, afirma este luchador, que a lo largo de su vida fue tres veces condenado a muerte

El problema de ese grupo que sí lucha de forma política, se lamenta, es que se reparten en más de 40 grupos de izquierdas. No parece un problema exactamente nuevo. “Bueno, en la ocupación nazi estábamos bastante unidos, y en la guerra civil también”, replica.

No quiere enredarse a hablar de las batallitas pasadas, sobre las que machaconamente se le ha preguntado durante décadas y se enciende al hablar de la crisis actual, de Europa, pero se traiciona a sí mismo continuamente, como cuando cuanto oye el nombre de Dolores Ibárruri, La Pasionaria, a quien conoció en un mitin en Moscú, o de Picasso, que hizo un dibujo en memoria de su heroicidad con la bandera griega en la Acrópolis, para ayudar a su liberación porque estaba prisión. “Creo que fue en 1954, pero no estoy seguro. He entrado y salido tantas veces de la cárcel…”, cuenta con una gran carcajada.

Señala un culpable de lo que ocurre ahora mismo, lo tiene claro: Alemania y su política económica. Aprovecha para quejarse de que Grecia no ha recibido las compensaciones por la ocupación nazi, una batalla que han abierto ahora unos diputados griegos. No reniega de Europa: “Europa es nuestra patria, ¿deberíamos salir de la Unión porque no estamos de acuerdo con su política? Tampoco estamos de acuerdo con los políticos griegos, ¿acaso nos salimos de Grecia?”, se pregunta. El problema, añade, “no tiene que ver con euro o dracma, eso es para distraernos del verdadero conflicto, que es cómo se distribuye el dinero”.

Cree que, si aguanta con esa vitalidad, es por su mujer, pero también, asegura, por los compañeros que perdieron la vida a su lado, en enfrentamientos o ejecuciones. “118 jóvenes murieron en mis brazos”, dice. Entre ellos, su hermano. “Cuando crees en algo, vences al miedo”, afirma.

Glezos muestra al final la foto en la que está con el mandatario ruso Nikita Jruschov. Da un pie de foto: “Hay algunas cosas en las que estábamos de acuerdo… Y muchas cosas en que no…”

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Sobre la firma

Amanda Mars
Directora de CincoDías y subdirectora de información económica de El País. Ligada a El País desde 2006, empezó en la delegación de Barcelona y fue redactora y subjefa de la sección de Economía en Madrid, así como corresponsal en Nueva York y Washington (2015-2022). Antes, trabajó en La Gaceta de los Negocios y en la agencia Europa Press

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