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El polvorín sirio contagia a Líbano

La pugna entre suníes y alauíes se extiende a la ciudad libanesa de Trípoli, donde el conflicto de Siria amenaza el frágil equilibrio entre comunidades

Enric González
Miembros de la comunidad suní de Trípoli vigilan una avenida del barrio de Bab al Tabbaneh.
Miembros de la comunidad suní de Trípoli vigilan una avenida del barrio de Bab al Tabbaneh.AFP

Trípoli, la segunda ciudad de Líbano, es uno de los frentes de la crisis siria. Los roces entre la gran mayoría suní y la minoría alauí forman parte de la historia reciente de Trípoli, pero ahora amenazan con convertirse en un foco de infección. Siria ha sido una fuerza dominante en la política libanesa desde la fundación de ambos países. “Existe el riesgo de que en cuestión de semanas el conflicto cruce la frontera y Líbano se hunda de nuevo en la guerra civil”, afirma un diplomático europeo en Beirut.

El pasado fin de semana, los barrios tripolitanos de Bab al Tabbaneh y Jabal Mohsen parecían ya un escenario bélico. Grupos armados con fusiles y lanzagranadas se enfrentaban en las calles. Bab al Tabbaneh, un bastión de suníes ultraconservadores y de salafistas, acoge en hospitales improvisados a una cantidad indeterminada de milicianos de las fuerzas rebeldes sirias, heridos en combates con el Ejército del presidente Bachar el Asad. También funciona como base logística en la que los milicianos descansan y se aprovisionan.

Pese a la vigilancia del Ejército libanés, la frontera con Siria es muy porosa. En Jabal Mohsen, donde vive la casi totalidad de los 60.000 alauíes de Trípoli, abundan los retratos de El Asad y las banderas sirias. En Bab al Tabbaneh, la decoración urbana consiste en pancartas negras con frases del Corán y carteles contra El Asad. Los combates dejaron tres muertos y 20 heridos. También sufrieron heridas seis de los soldados libaneses que acudieron a la zona para pacificarla. Durante los días siguientes, patrullas de blindados militares y puestos de vigilancia devolvieron una relativa calma a los dos barrios en conflicto. Los comercios saqueados y los impactos de bala en los muros no destacaban demasiado en un entorno pobrísimo y habituado a las refriegas.

“Esto ha sido sólo una escaramuza, una advertencia lanzada por los suníes a los alauíes”, comentó un sacerdote católico maronita en una iglesia cercana a Bab al Tabbaneh. “Lo que acaba de ocurrir forma parte de lo que podríamos llamar normalidad; si esto pasa a mayores se utilizarán los arsenales de armas pesadas y le aseguro que aquí son más abundantes de lo que nadie imagina”, añadió el sacerdote, que prefirió mantener el anonimato. En Trípoli, con una población cercana al medio millón de personas, sólo viven unos 60.000 alauíes y unos pocos miles de cristianos, los restos de una comunidad que se disgregó durante la guerra civil. El dominio de los musulmanes suníes es rotundo.

En el conjunto del país, con 4,3 millones de habitantes, las cifras están más equilibradas: dentro del mosaico de religiones y culturas los suníes y los chiíes (incluyendo la comunidad alauí) cuentan con una población similar, en torno al 28%. Los chiíes disponen, sin embargo, de Hezbolá, una milicia mejor armada que el propio Ejército, con una eficaz organización política y social y con un prestigio cimentado en sus éxitos militares contra Israel, muy notables en la guerra de 2006.

Hezbolá, considerado una organización terrorista por Estados Unidos, la Unión Europea e Israel, es el principal soporte del actual Gobierno libanés, dirigido por el magnate Najib Mikati. Tanto Hezbolá como Mikati tratan de evitar que la crisis siria se contagie a Líbano y mantienen una política de teórica neutralidad. Mikati se negó a apoyar la fallida misión de observadores enviada a Siria por la Liga Árabe y asegura que no permitirá que su país se convierta en “un santuario para las tropas rebeldes sirias”. Hassan Nasralá, secretario general de Hezbolá y aliado histórico del régimen de Bachar el Asad, trata de medir las palabras en sus contadas apariciones públicas (vive oculto por ser objetivo de Israel) pero acusa a la comunidad suní, organizada en torno a la coalición Futuro, de utilizar la crisis siria para fomentar “una desestabilización que no conviene a los libaneses”.

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“En amplios sectores suníes se percibe ansia de venganza contra el régimen sirio, contra Hezbolá y contra la comunidad chií, y eso es muy peligroso en una situación regional altamente volátil”, comenta un diplomático europeo. “Cualquier incidente puede desencadenar la violencia”, añade. Otro diplomático europeo comenta, por su parte, que “los libaneses son especialistas en frenar a un centímetro del abismo” y que la tragedia de los 15 años de guerra civil, concluida en 1990, es aún “demasiado reciente como para que nadie quiera repetirla”, aunque admite que los suníes quieren aprovechar la debilidad del régimen de Damasco para tomar el control de Líbano.

Los suníes sufrieron un trauma profundísimo el 14 de febrero de 2005, cuando un camión-bomba mató a su líder político, el multimillonario Rafik Hariri, y a otras 22 personas. La conmoción causada en todo el país por el atentado causó una reacción de rechazo al Gobierno sirio, considerado el organizador oculto de la acción, que obligó a las tropas sirias a abandonar Líbano y propició la llegada al Gobierno de Saad Hariri, hijo del asesinado.

El año pasado, sin embargo, una coalición patrocinada por Hezbolá ganó las elecciones, casi en el mismo momento en que un tribunal de la ONU imputaba el asesinato de Rafik Hariri a cuatro dirigentes de Hezbolá que se niegan a entregarse. “La caída de El Asad es inevitable y, cuando ocurra, será más fácil conseguir el desarme de Hezbolá y la normalización de Líbano”, afirma Saad Hariri.

Nasralá, el carismático dirigente de Hezbolá, rechaza por completo la opción del desarme y prefiere no especular sobre las posibles consecuencias de una caída del régimen sirio. En cambio ha admitido, por primera vez de forma abierta, sus vínculos con Irán. “Desde 1982 recibimos todo tipo de apoyo moral, político y material de la República Islámica de Irán”, declaró hace 10 días en un discurso televisado. Según Nasralá, la crisis siria “es sólo uno de los elementos de una estrategia internacional que apunta a la destrucción del eje de la resistencia contra Israel y Estados Unidos”, del que según él forman parte Irán, Siria y Hezbolá. “Si Israel lanza algún ataque contra las infraestructuras iraníes, cosa que no me parece probable, tomaremos las decisiones correspondientes”, señaló en su discurso.

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