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ELECCIONES FRANCESAS 2012

Sarkozy trata de vencer a Sarkozy

El presidente debe luchar contra su herencia y su imagen tanto como contra Hollande Relato de un día de campaña centrado en la Francia silenciosa

El presidente francés conversa con una trabajadora de una fábrica en Yssingeaux (centro de Francia).
El presidente francés conversa con una trabajadora de una fábrica en Yssingeaux (centro de Francia).PHILIPPE WOJAZER (AFP)

Cuando baja del Peugeot azul con sus peculiares andares —mitad palmípedo, mitad bailarín—, Nicolas Sarkozy lleva en los ojos el destello del iluminado. Solo unas cuantas personas le esperan en la puerta del polideportivo donde da un pequeño mitin en Saint-Just-Saint-Rambert, un pueblecito del Loira. Antes de su llegada, 200 antidisturbios han desalojado a 100 jóvenes que cantaban la Internacional y gritaban “Sarkozy, tu es fini, retourne à Neuilly” (estás acabado, vuelve a Neuilly).

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Incluso en estos lugares remotos de la Francia profunda, Sarkozy siente cada día su impopularidad, la tirria que le tienen muchos compatriotas tras su grandilocuente lustro en el Elíseo. Pero su gesto, su energía y sus palabras le delatan: todavía cree en su victoria y luchará por ella hasta el final.

El jueves, el presidente visitó una fábrica en Yssingeaux, uno de los 36.000 ayuntamientos del país con más alcaldías de Europa. Seguido por un batallón de 80 periodistas divididos en dos grupos (el pool y los apestados), quiso celebrar el 8 de marzo hablando con las costureras que antes trabajaban para la marca de lencería Lejaby. El negocio quebró, pero Sarkozy logró que un grupo de marroquinería reabriese la fábrica. Las trabajadoras salvaron el empleo y están reconvirtiéndose. Ahora aprenden a hacer monederos y fundas de móvil. Ellas son la metáfora de su última promesa electoral: formar a los parados aunque no quieran, acabar con el asistencialismo.

Sarkozy entra sonriente y vende las virtudes de la formación a un grupo de mujeres bastante intimidadas. En realidad, les habla de sí mismo. Les recuerda lo que ha dicho en la radio hace un rato: si pierde las elecciones se retiraría y cambiaría de oficio. “Como habéis hecho vosotras”, afirma.

Viéndole de cerca, se aprecian las venas de la sien izquierda muy marcadas, el pelo casi gris, los ojos azules rodeados por las arrugas del que mueve mucho los músculos de la cara. Entre el bosque de piernas, destaca su pie izquierdo: mientras habla no deja de moverlo.

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Marie, de 58 años, una de las costureras, explica que pasar de la seda al cuero “está siendo duro” y que “no había más remedio porque la crisis es cada vez peor”. No quiere contar a quién votará, pero tiene clara una cosa: “El que llegue al Elíseo lo tendrá muy complicado”.

Este miedo al futuro, muy extendido entre los franceses, nutre las esperanzas de victoria de Sarkozy. Su estrategia combina una rara mezcla de paradojas. Por un lado, confía en hacer valer su experiencia de Gobierno ante el inexperto François Hollande, líder del Partido Socialista Francés (PSF). Por otro, lanza una imagen de gran gestor que los datos económicos (triple A perdida) y de paro (un millón de empleos menos) no parecen corroborar. Y al mismo tiempo se dibuja a sí mismo como el único candidato libre, reformista y moderno, alejado de los vicios y ataduras del viejo y elitista sistema político.

Hollande, diplomado en la Escuela Nacional de Administración, estaría en la política para servirse de ella. Sarkozy es otra cosa, un quijote del siglo XXI que no se resigna a la fatalidad. “Para gobernar es preciso decir no, y Hollande solo sabe decir sí”, afirma en el mitin. 1.500 personas le aplauden sin entusiasmo.

Hace cinco años, Sarkozy batió a Ségolène Royal vendiendo a sus paisanos una presidencia distinta y enérgica para cambiar un país anquilosado. Su problema es que solo el 75% de quienes le votaron en 2007 piensan volver a hacerlo. Solo los más forofos creen que cumplió lo prometido. “Ha tenido mucho coraje, y se ha atrevido hacer cosas que ningún presidente había hecho, como reformar las pensiones o la Universidad”, dice Alexandre Zorian, un militante de la UMP, de 21 años. A su lado, Jacqueline Sahot apunta: “Y nos ha protegido de la crisis. España y Grecia están mucho peor”.

Este es el argumento favorito de Sarkozy al defender su gestión. Hoy siempre compara a Francia con España, Portugal y Grecia, y no con sus modelos reales, que fueron primero Estados Unidos y luego Alemania. Las presidenciales del 22 de abril (primera vuelta) y el 6 de mayo (segunda) dependerán en buena parte de esa treta psicológica. “Si consigue hacer olvidar estos cinco años, puede volver a ganar. Si no, perderá seguro”, analiza Philippe Ridet, periodista de Le Monde y autor del libro El presidente y yo, escrito tras cubrir la campaña que le llevó al Elíseo.

“En 2007 ganó como el candidato de la ruptura y la modernidad, y en cierto modo lo era. Pero han pasado cinco años de permanente exposición, haciendo y diciendo cien cosas al día”, añade. “Su pasado está ahí, a la vista de todos. Es el rey desnudo. Ya no es solo derecha contra izquierda, ni ganar el duelo con el hábil Hollande. Esta vez Sarkozy debe luchar sobre todo contra sí mismo y contra el desencanto que ha producido”.

¿Podrá aparecer otra vez como el hombre nuevo y positivo siendo, como es, el presidente más escrutado de la historia? El poeta Francisco Javier Irazoki piensa que no: “Sarkozy ha zarandeado algunos logros que encarnan una forma respetuosa de tratar a los sectores menos favorecidos por el liberalismo. Esos logros proceden de la Revolución de 1789. Él propone un sálvese quien pueda económico que choca con cierta sensibilidad social francesa. En la Universidad, los profesores, en lugar de concentrarse en la investigación, deben esforzarse buscando financiación. Es habitual que el catedrático destine parte de su jornada a acudir con la escudilla a las empresas privadas. ¿Podemos hablar de modernidad positiva? Más bien parece un retroceso”.

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