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Mélenchon canaliza la cólera contra los mercados

El líder del Frente de Izquierda, entre citas de Machado y Trotsky, con su oratoria florida y sus llamadas a la “revolución ciudadana”, convierte a la izquierda radical en la clave de la primera vuelta

Jean-Luc Mélenchon, el líder del Frente de Izquierda, durante un mitin en Pau, suroeste de Francia.
Jean-Luc Mélenchon, el líder del Frente de Izquierda, durante un mitin en Pau, suroeste de Francia.Bob Edme (AP)

Sus peroratas, de gran aliento literario, filosófico y simbólico, combinan lecturas de poemas de Antonio Machado y Louis Aragon, ideas de Evo Morales y Hugo Chávez, proclamas revolucionarias y de la Comuna de París y sentencias de Trotsky, su referente político de juventud. Lo llaman el General Mélenchon, El Tribuno, El Plebeyo o El ruido y la furia. A caballo entre la poesía, la nostalgia y las promesas de una Europa menos liberal y más justa, roja y humana, escucharlo en sus abarrotados mítines es una experiencia que combina momentos de emoción con pasajes de una candidez casi pueril. Pero mucha gente llora al escucharle, y cuando acaba todos dicen que vuelven a creer en la política.

 Hablando al corazón (y al bolsillo) de los indignados y los olvidados por el capitalismo sin reglas, Jean-Luc Mélenchon y su Frente de Izquierda se han convertido en la sensación de la campaña francesa, y hoy se disputan el tercer puesto con el otro frente, el de la ultraderechista Marine Le Pen.

En su primera cita con las presidenciales, los sondeos conceden a este exprofesor exsocialista y eurodiputado entre el 13% y el 17% de los votos, un resultado que podría dejar a su viejo camarada François Hollande sin el primer puesto en el primer turno pero ayudarle a ganar el segundo.

Nunca la izquierda francesa ha colocado a dos candidatos entre los tres primeros en unas presidenciales durante la V República, aunque en 1981 el líder del Partido Comunista Francés, Georges Marchais, ya obtuvo un 15% de los votos que luego colaboraron en la victoria final de François Mitterrand.

Mélenchon parece cerca de igualar esa gesta, aunque nadie sabe qué efecto real tendrá. Nicolas Sarkozy planea explotar en esta recta final la idea de que Hollande es un rehén de Mélenchon. Y el candidato socialista llama un día tras otro a sus seguidores a movilizarse en el primer turno para obtener un resultado que le permita unir a la izquierda (poniendo sus condiciones) en la segunda vuelta.

Nacido en Tánger en 1951, Melénchon es realmente el ave rara de la campaña. Siempre se muestra orgulloso de ser hijo de ‘pied noirs’, un funcionario de Correos y una profesora de primaria española que huyó a Marruecos durante la Guerra Civil. Criado en Marruecos, llegó a Francia en 1962, se licenció en Filosofía y en 1986 fue elegido por el Partido Socialista como el senador más joven de la historia republicana. Luego fue ministro de Formación Profesional durante dos años en el muy liberal gabinete de Lionel Jospin. La ruptura con los socialistas empezó en 2005, cuando hizo campaña por el no a la Constitución Europea –“la primera insurrección popular contra la oligarquía mediática y política”-, y en 2008 abandonó el partido.

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 Dos años después, siendo ya copresidente del Frente de Izquierda, publicó el panfleto titulado Que se vayan todos, síntesis del ideario revolucionario y análisis marxista de la globalización neoliberal que vendió decenas de miles de copias. Tras ser refrendado como candidato por el Partido Comunista Francés, Mélenchon se ha convertido en el nuevo ídolo de las clases populares, un magma que agrupa a obreros, parados, jóvenes antisistema, sindicalistas, viejos comunistas, republicanos españoles e incluso anarquistas.

 Partiendo de un 6% de intención de voto, el líder del Frente de Izquierda ha ido llenando plaza tras plaza en París, Toulouse, Lille, Marsella, y el jueves volverá a convocar a sus seguidores en la capital para la última demostración de fuerza. Méluche llama a los franceses a la “rebelión cívica contra Europa y los mercados” y a “devolver golpe por golpe los ataques a los poderes financieros”. Es el único candidato que no habla de recortes, y eso marca la diferencia en esta campaña donde la austeridad y el control de las cuentas públicas son moneda corriente.

 Su programa ofrece aumentar los salarios mínimos un 20% (hasta los 1.700 euros), limitar los máximos a 360.000 euros anuales, y ampliar los derechos de los trabajadores y la protección de las víctimas de la crisis. Además, promete barreras al comercio injusto y exige la VI República, un nuevo sistema político sin corrupción en el que los intereses de los bancos se plieguen a los del trabajo y la fraternidad.

 El 14 de abril, en Marsella, ante un océano de banderas rojas y con el Mediterráneo al fondo, Mélenchon animó a los suyos a “desalojar del poder a la derecha y a su representante”, y acabó festejando el aniversario de la II República española, “de la que yo soy hijo”, afirmó. El discurso comenzó así: “Escuchad a Marsella que os habla, ella os cuenta la lección que os trae. Marsella os dice que nuestra oportunidad es el mestizaje. Mientras desde estas orillas partía el espíritu de las cruzadas, nosotros aprendíamos de los árabes y los bereberes la ciencia, las matemáticas, la medicina. Por eso, en esta hora, seguimos rechazando de plano la idea mórbida y paranoica del choque de civilizaciones”.

 Mantiene un trato agreste con la prensa, a la que considera esclava del sistema (llama a los periodistas "plumitifs" –plumillas- y les promete liberarlos de sus patrones en cuanto triunfe “la revolución ciudadana”), pero cuando el Senado votó una moción por conflicto de intereses contra su amigo Serge Dassault, dueño de Le Figaro y constructor de armamento militar, prefirió abstenerse.

 Ayer, reconoció haber asistido en 2007 a la imposición de la Legión de Honor a Patrick Buisson, notorio simpatizante de extrema derecha y asesor de Sarkozy, y de paso insultó al periodista que se lo preguntó.

 Quizá el comunismo, que lleva 30 años enterrado en Europa, solo podía resucitar en Francia. Los estudios electorales muestran que el ascenso del Front de Gauche bebe sobre todo de los abstencionistas y los descontentos, el espectro social al que seduce el Frente Nacional desde hace 30 años. De hecho, Marine Le Pen es la gran enemiga de Mélenchon: “Tenemos necesidad de la derrota de la extrema derecha para que todos, desde ahora, vean en su vecino no un enemigo sino un aliado natural contra las finanzas”.

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