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Columna
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¿Hasta aquí?

La Comisión Europea, que debería hablar en nombre de todos, ha sido eliminada como actor político

Jens Weidmann, presidente del Bundesbank, en una entrevista con Reuters el 16 de abril pasado.
Jens Weidmann, presidente del Bundesbank, en una entrevista con Reuters el 16 de abril pasado.KAI PFAFFENBACH (REUTERS)

Dice Jens Weidmann, el joven economista que accedió a la Presidencia del Bundesbank después de una carrera política meteórica a la sombra de Angela Merkel y miembro, seguramente el más influyente, del Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo (BCE), que unos tipos de interés del 6% no son “el fin del mundo” y que, por tanto, no constituyen motivo suficiente para que el BCE se movilice para aliviar la presión que sufre España en los mercados de deuda. Intriga saber hasta qué punto Weidmann es consciente de que España y Alemania comparten una unión monetaria y, también, hasta qué punto participa de la preocupación de que semejantes diferenciales en los tipos de interés ponen en cuestión su sentido último y existencia.

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Suponemos que para Weidmann, en cuyo mandato no entra ni el crecimiento ni el empleo sino solo la estabilidad de precios, una inflación del 6% sí que sería el fin del mundo. Pero, afortunadamente, el presidente del Bundesbank puede dormir tranquilo ya que la inflación media en la eurozona es del 2,7%. En España, además, para mayor tranquilidad de Weidmann, la inflación es del 1,8% y en Grecia del 1,4%, menor incluso que en Alemania (2,3%). Así que, en el mundo feliz de los economistas del Bundesbank, ni siquiera las palabras del economista jefe del Fondo Monetario Internacional, Olivier Blanchard, desaconsejando a España una mayor consolidación fiscal en razón de sus perspectivas de recesión tienen valor alguno. Triste consuelo que siendo miembros de la eurozona sea solo en Washington y en Londres, y no en Bruselas o Berlín donde España pueda expresarse y ser escuchada cuando plantea la necesidad de acompañar las reformas y los recortes con políticas de crecimiento.

El valor de esa declaración tan sincera y a la vez tan torpe de Weidmann es que explica con toda claridad lo que le está ocurriendo a Europa, y muy directa y particularmente a España. La falta de visión y sensibilidad que encierra nos retrotrae a la ceguera de las elites francesas al terminar la I Guerra Mundial, que sofocaron cualquier posibilidad de recuperación y crecimiento económico en Alemania al imponer unas onerosísimas reparaciones de guerra. Aquellas reparaciones, aun siendo justas, pues Alemania había comenzado la guerra, dieron paso a la mezcla de populismo e irredentismo que alumbraron el nazismo y la segunda guerra mundial. No deja ser paradójico que Alemania, que ha superado admirablemente el nazismo, no haya podido hacer lo mismo con la inflación que llevó al colapso a la república de Weimar. Sin duda alguna, si el euro termina por romperse o la construcción europea se colapsa, los historiadores utilizarán frases como esta para explicar qué falló en Europa y qué errores se cometieron.

Ahora, el Gobierno alemán, con su ceguera y con una actitud similar (hágase la justicia aunque perezca el mundo), no sólo pone en peligro la construcción europea sino que alienta la emergencia de sentimientos anti-alemanes. De muestra un botón: aunque en España la imagen de Alemania como país sigue siendo buena, el último barómetro del Real Instituto Elcano muestra que tres de cada cuatro españoles (el 73%) consideran que Alemania no tiene en cuenta los intereses de España y, más unánimemente aún, el 87% piensa que “el país que manda en Europa es Alemania” (no el país que manda “más” sino, nótese, el país que manda, a secas).

¿Ha llegado el momento de decir “basta” a Berlín? Sí, sin duda. ¿Cómo? Coordinando desde Bruselas la agenda de reformas nacionales con la agenda de crecimiento europea. Ello requiere la restauración de los equilibrios políticos e institucionales en Europa, que han saltado por los aires. Por un lado, la Comisión Europea, que debería hablar en nombre de todos los estados, ha sido eliminada como actor político. Al comienzo de su segundo y último mandato, el Presidente de la Comisión, Barroso, amagó con convertirse en un auténtico líder. Pero cuando las cosas se han puesto difíciles se ha deshecho sin más de la agenda de crecimiento sostenible que llevaba años impulsando. Y por otro lado, Francia, que siempre ha ejercido un papel de contrapeso sobre Alemania, está hoy por hoy en manos de alguien como Sarkozy, el estadista del Toisón de Oro que compensa el fracaso de su agenda reformista en casa con la indigna y típica practica del servilismo del débil hacia arriba (con Alemania) y la arrogancia del fuerte hacia abajo (España). Esa Francia, irreconocible, se ha convertido en un problema tan grande para el futuro de Europa como el rigorismo que domina el Bundesbank. Hollande puede ser un revulsivo, para Francia, para la Comisión, y para la propia Alemania.

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