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Van Rompuy estudia convocar una cumbre para fomentar el crecimiento

El presidente del Consejo Europeo intenta fomentar el debate sobre medidas que estimulen una reactivación de la economía

Claudi Pérez
Elio di Rupo, Mario Monti y Herman Van Rompuy, hoy, en Bruselas.
Elio di Rupo, Mario Monti y Herman Van Rompuy, hoy, en Bruselas.OLIVIER HOSLET (EFE)

Lo que sucede es sencillo: Europa se ha aplicado una severa cura de adelgazamiento —austeridad a rajatabla— y el continente está en los huesos, aunque ni siquiera está claro que el verdadero problema sea la deuda pública. La Alemania de la canciller Angela Merkel lleva dos años sometiendo a la UE a ese diktat; la Francia de Nicolas Sarkozy se ha lavado las manos; Bruselas abraza la tesis de que todos los males se solucionarán con ajustes a la alemana. Pero los tiempos están cambiando. Primero, porque la medicina no acaba de funcionar: una docena de países están en recesión, casi 25 millones de europeos en paro y no se vislumbra el final del túnel. Y segundo, porque esa salida de la crisis por el flanco derecho se ha topado con las presidenciales francesas y la victoria —ajustadísima— del socialista François Hollande en la primera vuelta. Con consecuencias inmediatas: media Europa se ha puesto a hablar de una palabra olvidada, crecimiento, y ante el riesgo de quedarse atrás, la UE le puso este jueves la alfombra roja a Hollande —tal vez precipitadamente— y comenzó a preparar una cumbre sobre esa nueva prioridad que ahora está en boca de todos tan pronto como terminen las elecciones francesas.

La política fuerza la vuelta del crecimiento a la agenda europea. Mensaje recibido: Bruselas tarda apenas unas horas en reaccionar. El presidente del Consejo Europeo, el belga Herman Van Rompuy, convocó hoy una cena informal de jefes de Estado en una fecha indeterminada —entre el 7 de mayo, tras la segunda ronda en Francia, y primeros de junio— con la intención de tomar la iniciativa en ese debate que emerge a pesar de Alemania. Berlín acogió con reticencias la convocatoria. Pero el Consejo europeo busca sin disimulos que Hollande pueda romper el hielo —si gana— y exponer sus propuestas. De momento, alrededor de ese circo no hay nada más que palabras: tras las declaraciones a favor de un pacto por el crecimiento desde el Banco Central Europeo, se ha sucedido un alud de llamamientos a reorientar la política económica, a las que ahora se suma esa cena que permitirá preparar la decisiva cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de junio.

El riesgo es doble: por un lado, que Alemania no acepte que algo debe cambiar. Por otro, que toda esa cacofonía de voces se quede, como tantas otras veces, en nada: la Unión ha dado grandes pasos, pero también parece haberse especializado en la convocatoria de cumbres vacías de contenido. La canciller alemana maniobró hoy para responder al cambio de escenario con su particular traducción de lo que necesita Europa: frente a quienes afirman que en Berlín abundan los “talibanes de la consolidación”, un portavoz de su Gobierno habló de la necesidad de un “crecimiento con reformas estructurales”, en un giro lingüístico que apenas varía el punto de partida del equipo económico de Merkel.

Para los recortes, los tratados incluyen reglas claras y sanciones. Para el crecimiento, solamente vagas promesas. Van Rompuy, el primer ministro italiano, Mario Monti, su homólogo belga, Elio Di Rupo, concluyeron, con más o menos matices, que la UE no puede salir de una crisis existencial solo con disciplina fiscal. Pero en casi todos los casos con la ambigüedad propia de los primeros balbuceos de un debate que ni siquiera tiene el horizonte político despejado.

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A partir de ahí, ambigüedad calculada. Monti dio la bienvenida “al mayor acento que está adquiriendo el crecimiento”, pero advirtió de que eso no debe llegar con políticas keynesianas que multipliquen el gasto público, sino a través de reformas estructurales y de medidas muy selectivas. Di Rupo lanzó “una súplica” por un pacto para el crecimiento, pero no dio ni un detalle más. Y Van Rompuy concedió que el ahora inevitable crecimiento es ya “la prioridad de los líderes europeos”, aunque a renglón seguido reivindicó una de esas frases que se está convirtiendo en un clásico: “No hay fórmulas mágicas; las reformas toman su tiempo antes de generar empleo y crecimiento”.

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Van Rompuy envió una carta a los líderes de la Unión, a la que ha tenido acceso este periódico, en la que se apuntan someramente las medidas que en este momento puede poner Bruselas sobre la mesa: políticas de oferta, referencias al mercado único, a las patentes, esas cosas. Nada que ver con el programa de Hollande.

Pero incluso Alemania ha hecho algún guiño en las últimas horas en esa dirección. Merkel habló el miércoles de empleo y crecimiento, pero más a la manera de Draghi y de Van Rompuy que de Hollande. Fuentes del Ejecutivo alemán, citadas por Bloomberg, explicaron que Berlín podría aceptar a una adenda sobre crecimiento al tratado que consagra la austeridad. Sin embargo, fuentes del Ministerio de Finanzas aseguraron a EL PAÍS que "las políticas de crecimiento son un pilar para recuperar la confianza; el otro elemento, además de los fondos de rescate, son las reformas estructurales para recuperar la competitividad. Y eso está incluido en el pacto fiscal. No hay nada nuevo". En esa línea se expresó el presidente español, Mariano Rajoy: "La austeridad no es una política de Merkel: es una política del euro y viene de lejos".

Europa tiene ante sí un par de Hamlets complicadísimos. Un dilema con su política fiscal: cómo reducir los abultados déficits sin sobredosis que maten el crecimiento. Y una disyuntiva con su banca: cómo someterla a una férrea regulación para evitar excesos y cómo rebajar el endeudamiento sin matar el crédito. Todo el teatro político que empieza a enfrentar a Francia y Alemania debe servir para responder a ese ser o no ser.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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