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Europa / 2
Columna
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Soberanía compartida

El único recurso que le queda a la Unión Europea, no solo frente a nuestra crisis generalizada, sino para lograr incorporarnos a la nueva realidad global, es más Europa

El único recurso que le queda a la Unión Europea, no solo frente a nuestra crisis generalizada, sino para lograr incorporarnos a la nueva realidad global, es MÁS EUROPA y menos NACIONALISMO RAMPANTE. Ninguno de nuestros países, grandes, medianos o pequeños, tiene posibilidades de afrontar por su cuenta estos retos actuales y futuros. Y, si no pueden conseguirlo por sí solos, ¿qué debemos hacer para salir de esta crisis y asegurarnos un lugar en la nueva realidad?

Como es natural, existen opiniones antieuropeas y antiglobalización que suelen refugiarse en los términos nacionales o proteccionistas, que piensan en obtener la libertad de actuar contra las necesidades prioritarias de Europa o que emplean prácticas proteccionistas para eludir la cuestión de la falta de competitividad que aqueja a una Europa desarrollada.

La construcción de un espacio público común entre distintos países de la UE y de la eurozona se hace mediante cesiones sucesivas de soberanía

Por eso Europa debe optar entre avanzar de forma decidida hacia la federalización de las políticas fiscales y económicas (además de los aspectos fundamentales de la proyección exterior) o deshacer, a un precio desorbitado, el largo camino ya recorrido hacia la construcción europea. La tentación dominante en la actualidad, que consiste en dar pasos cortos y tardíos que no resuelven ningún problema, está creando cada vez más frustración entre los ciudadanos.

La construcción de un espacio público común entre distintos países --los de la Unión Europea y, dentro de ella, los de la eurozona-- se hace mediante cesiones sucesivas de trozos de soberanía natal para compartirlas con los demás, a través de las instituciones comunitarias previamente definidas en los tratados. Los Estados de la UE han ido cediendo sus políticas agrarias para constituir la PAC y sus relaciones comerciales con otros países para administrarlas de forma conjunta. Eso no significa perder la soberanía, sino compartirla para facilitar un funcionamiento más eficaz. Y así es como se ha hecho, no para perderla, ni para entregarla a una potencia extranjera.

Los 17 Estados de la eurozona renunciaron a su divisa soberana para adoptar el euro como moneda única para todos, y crearon un Banco Central Europeo dotado de poderes estatutarios para elaborar una política monetaria y controlar la inflación.

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Es necesario recordar que este movimiento, sin precedentes históricos, nació en el siglo XX como consecuencia de dos guerras entre europeos que tuvieron el «privilegio» de considerarse «mundiales». El resultado de esta patología de confrontación destructiva fue que los seis países fundadores buscaran una vía de entendimiento --una ética de paz y cooperación-- a base de compartir los elementos (como el carbón y el acero) que provocaban las luchas por las hegemonías nacionales. Quizá el vacío actual se debe a que se ha perdido esa motivación, ese impulso ético de levantarse y, desde este esfuerzo común esencial, afrontar la crisis y reafirmar la propia identidad en la nueva realidad global. Esta pérdida de memoria o del impulso europeísta es lo que favorece la oleada destructiva de desunión a tavés de los nacionalismos.

No es posible una unión monetaria con políticas fiscales y económicas diveregentes

El proceso ha consistido en un estudio detallado de los elementos comunes y una ampliación constante a nuevos países. De los seis que firmaron el Tratado de Roma a los 27 actuales, 17 de los cuales comparten la misma moneda. Cuando se decidió que debía haber una divisa única, el euro, y un único Banco Central, nos olvidamos de unos cuantos elementos fundamentales para que el sistema funcione como es debido. No es posible una unión monetaria con políticas fiscales y económicas diveregentes. Al negociar el Tratado se hablaba de una Unión Económica y Monetaria, pero solo se desarrolló la unión monetaria, acompañada de un Pacto de Estabilidad y Crecimiento que se pensó que bastaba para garantizar el debido funcionamiento de la moneda única.

La crisis financiera de 2008 demostró que no era así. Las diferentes políticas económicas y fiscales produjeron un «choque asimétrico» entre los distintos países de la eurozona y agudizaron las consecuencias negativas de la crisis. Países que habían cumplido de sobra con el Pacto de Estabilidad y Crecimiento se encontraron en situación desfavorable, como España, que pasó en dos años de un superávit presupuestario de más del 2% a un déficit del 10% y duplicó su deuda pública del 37% (que era menos de la mitad de las de Francia y Alemania) al 68,5% a finales de 2012.

Pero, además, las limitaciones estatutarias del Banco Central Europeo le impiden actuar como la Reserva Federal en Estados Unidos o el Banco de Inglaterra. Esas restricciones hacen que no sea más que un controlador de la inflación, sin tener en cuenta factores de crecimiento ni empleo.

Esta doble incoherencia —que Estados Unidos apoyó a finales del siglo XIX— debería hacernos comprender que necesitamos completar el Tratado e introducir un Gobierno económico de la Unión. El Tratado, ratificado hoy por 25 países, ha emprendido ya esta dirección, con un compromiso de estabilidad presupuestaria y sin dejarse abrumar por los problemas antes mencionados. Si tenemos una divisa única, una política monetaria única, es ilógico que tengamos políticas fiscales y económicas diferentes.

Pero eso incluye llevar a cabo las reformas que nos permitan crear un Gobierno fiscal y económico de la UE, con unas cesiones de soberanía tan decisivas que lo único que garantizarían sería la ausencia de choques asimétricos como los que hoy experimentamos. No es posible seguir intentando afrontar la crisis con verdaderas posibilidades e incorporarnos a la economía mundial sin un cambio de la dirección política actual acordado por todos y puesto en práctica por todas las instituciones.

La dirección actual está equivocada, y los procesos de toma de decisiones han estado impuestos por Alemania con el sumiso respaldo de Francia. Esta «dirección», que aborda el problema de la deuda sin verdaderas dudas, como si fuera una cuestión de solvencia que no existe pero que puede provocar ese error, y que se olvida de los graves desafíos del crecimiento y el empleo, está llevándonos a la ruina.

El acuerdo sobre estabilidad presupuestaria es un objetivo crucial, pero las expectativas de cumplimiento son brutales e innecesarias, y provocan una contracción económica que agrava todos los factores. La gente tiene la devastadora sensación de que los acuerdos se están imponiendo por las malas, no de que sean pactos aprobados por los miembros del Consejo Europeo y aplicados a través de las instituciones comunitarias.

La gente tiene la devastadora sensación de que los acuerdos se están imponiendo por las malas

La situación es muy peligrosa para el futuro de la UE. El rechazo de la población hacia la construcción europea va en aumento, los discursos nacionalistas obtienen cada vez más aplauso y no existe ni un solo proceso electoral nacional que esté en favor de la integración europea. Es la máxima contradicción: las elecciones se ganan en función de luchas internas de poder y las mayorías de Gobierno utilizan las demandas europeas para hacer lo contrario de lo que dicen sus programas.

Las bases del modelo europeo de cohesión y solidaridad están destruyéndose por culpa de unos acuerdos estratégicos que son tan brutales como ineficaces para resolver los problemas de esta crisis. La gente rechaza las graves consecuencias de estas políticas "anticrisis" que saben que no tenían por qué ser así. Necesitamos un Gobierno fiscal y económico de la UE con una soberanía compartida y un funcionamiento correcto de las instituciones, pero la política predominante está equivocada y solo servirá para engendrar nacionalismo y entieuropeísmo.

Esto no quiere decir que no sea necesario hacer reformas para mejorar nuestra competitividad y ajustar las cuentas públicas para permitir una sólida aproximación a la estabilidad presupuestaria.

La gran paradoja es que necesitamos avanzar hacia un Gobierno económico de Europa pero las medidas políticas que estamos tomando hacen que la gente rechace cada vez más este objetivo necesario y que los nacionalismos y la desunión salgan fortalecidos. A la UE le aguarda un camino muy oscuro.

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