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El presidente francés quiere diseñar una nueva arquitectura para la UE

François Hollande busca avanzar hacia una mayor unión monetaria, bancaria y política

Hollande pasa revista al contingente de fuerzas en Afganistán.
Hollande pasa revista al contingente de fuerzas en Afganistán.joel saget (AP)

La entrada de François Hollande en escena ha sacudido la parálisis de la Unión Europea. Tras dinamitar el directorio francoalemán —“ese consejo ejecutivo que hacía sentirse a los otros países como súbditos”, según lo ha definido—, París ha abierto la caja de Pandora y ha tendido la mano a nuevas alianzas, y animado a los socios e instituciones a hablar, implicarse y aportar sus ideas y soluciones. Por primera vez en años, Francia renunció a preparar la cita de los Veintisiete mediante una reunión previa con Berlín. Por primera vez, impuso la agenda. Y por primera vez, las grietas han empezado a abrirse en torno a Alemania. Hasta Austria y Polonia, dos aliados de hierro, ven con buenos ojos las ideas del recién llegado. La sensación es que queda todo el camino por andar, pero que un pequeño seísmo ha empezado a agitar por fin la depresiva política democristiana europea.

 Algunos han definido esta etapa con palabras dramáticas, como ruptura o bloqueo. Mirando al pasado, y a este presente dominado por dos fantasmas muy reales (la salida de Grecia del euro y el rescate de la banca española), quizá el momento podría resumirse con términos menos trágicos, como dinamización o aire fresco. Según recordó Hollande tras la cena de Bruselas, la cumbre del miércoles fue la número 24 en tres años de crisis, y, aunque esto no lo dijo, Europa está hoy mucho peor de lo que estaba cuando en 2008 comenzó a percutir el martillo pilón de Merkozy.

Europa es la prioridad número uno de Hollande. Es la base que sustenta la urgente necesidad de recuperar a la precaria economía nacional. El jefe del Estado sabe que no podrá cumplir su programa ni sus obligaciones de déficit si Francia no crece lo que necesita para reducir su deuda (el 89% del PIB, y subiendo). Pero eso solo sucederá si Europa —es decir Alemania— tira del carro. Para convencer a Merkel, con quien el pragmático Hollande jamás romperá, el socialista ha puesto sobre la mesa todos sus recursos de seductor sosegado y un plan detallado pero muy flexible de reformas, y ha situado al frente de las operaciones europeas al nuevo consejero diplomático del Elíseo, Philippe Léglise-Costa, un servidor del Estado sin carné político, que conoce de memoria los pasillos de la UE porque ha hecho su carrera entre Bruselas y París.

Hollande cree que estamos ante un punto de partida histórico. Alemania parece desconcertada, ofendida y poco abierta a aceptar cambios que no lleven su marca de fábrica. Francia entiende que es natural, sobre todo cuando Berlín está financiando su deuda al 0%. Pero el plan de Hollande es cambiar radicalmente la forma de funcionar de la UE. “Tenemos que sacar a Europa de los bloqueos y las divisiones”, dicen en el Elíseo, “y diseñar una nueva estructura más sólida y perpetua. Es en eso en lo que Europa ha fallado hasta ahora, y esa es la única solución real a esta crisis”.

Los objetivos de Francia son claros: “Superar el antagonismo entre austeridad y crecimiento; aprobar políticas coherentes y combinadas de corto, medio y largo plazo para dar confianza; mejorar la competitividad a nivel nacional, volver a crecer y crear una nueva arquitectura que permita avanzar hacia una mayor unión monetaria, bancaria y política”.

Las medidas concretas (tasa Tobin, refuerzo del Banco Europeo de Inversiones, bonos de proyectos, fondos estructurales, más mercado único) son menos importantes que la filosofía. Por eso Hollande ha emprendido el camino sin paños calientes, dinamitando dos grandes símbolos del dominio alemán: la independencia del Banco Central Europeo y la mutualización de la deuda, con los famosos eurobonos. París quiere dar un mayor papel del BCE. “Que se implique a fondo en el crecimiento, con herramientas nuevas que le permitan hacer una política económica, monetaria y también presupuestaria, bien articulada”, explican los asesores de Hollande. Sobre los eurobonos, París los considera un icono de confianza y unidad, “un punto de partida”: empezando por el final, será más fácil “hacer pedagogía” para convencer a los franceses de ceder soberanía.

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Francia desea una Europa distinta, más unida, protectora, federal y solidaria. La gran duda es si el europeísta Hollande, heredero político de Jacques Delors, está realmente dispuesto a dar el gran salto federalista que requieren las soluciones que propone, y si podrá acometer las reformas estructurales que Alemania le exigirá a cambio de un acuerdo. Según lo ve un curtido diplomático europeo, “nadie duda de la inteligencia, la preparación y el europeísmo de Hollande, pero no hay que olvidar que es un representante de la Francia eterna”.

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