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OBITUARIOS

Nicholas Katzenbach, crucial político en la sombra

Tuvo un papel decisivo en la crisis de los misiles, la Ley de Derechos Civiles de EE UU y la guerra de Vietnam

Nicholas Katzenbach, alto funcionario de Justicia en las Administraciones de Kennedy y Johnson, en 1965.
Nicholas Katzenbach, alto funcionario de Justicia en las Administraciones de Kennedy y Johnson, en 1965. AP

Una imagen de 1963 queda para la posteridad de Nicholas Katzenbach, abogado fallecido el pasado 8 de mayo a los 90 años: él, cuando era asistente del fiscal general, vestido de traje, bajo el sol de Alabama, ante el Gobernador racista George Wallace, que se erguía a las puertas de un centro universitario, para impedir que los dos primeros estudiantes negros del Estado, Vivian Malone y James Hood, entraran en la facultad. La historia se escribió en ese momento. Katzenbach llamó al presidente John Kennedy. Este asumió el control de la Guardia Nacional de Alamaba, que obligó a apartarse a Wallace. Los estudiantes entraron en clase y se abrió el camino a la abolición del segregacionismo.

Nicholas Katzenbach (Filadelfia, 1922) sirvió ocho años en las Administraciones de Kennedy y su sucesor, Lyndon B. Johnson, y su labor como alto funcionario del Departamento de Justicia fue crucial en varias de las crisis que definieron el siglo XX: la invasión de la bahía de Cochinos, la crisis de los misiles de Cuba, la aprobación de la ley de Libertades Civiles, la investigación del magnicidio de Kennedy en Dallas y la guerra de Vietnam. Sirvió en la Segunda Guerra Mundial y fue capturado y encerrado en campos de prisioneros en Italia y Alemania entre 1943 y 1945.

Licenciado por Princeton y Yale, entró en el Departamento de Justicia en 1961. Un año después elaboró un expediente de apoyo a la decisión de imponer un embargo sobre Cuba, que sigue en vigor. Negoció con La Habana la liberación de detenidos después de la operación de la bahía de Cochinos, que resultó desastrosa para EE UU. Su ascenso fue meteórico. En meses sería asistente del fiscal general (ministro de Justicia) y en 1965 acabaría ocupando ese puesto él mismo, bajo Johnson.

Suya fue la difícil labor de espantar los fantasmas de la conspiración tras el asesinato de Kennedy en 1963. Tres días después del incidente envió un memorando a la Casa Blanca en el que urgía al FBI a que revelara las conclusiones de su investigación, en la que concluyó que Harvey Lee Oswald era el único responsable. “La ciudadanía debe quedarse satisfecha con la idea de que Oswald fue el asesino; que no tuvo conspiradores que aun están en libertad”, escribió. A día de hoy aun hay quienes especulan con todo tipo de ideas alternativas.

A Johnson, Katzenbach le ayudó a aprobar en el Congreso la Ley de Derechos Civiles, que acabó con la segregación. Fue él en persona, como ministro de Justicia, quien defendió la norma ante el Tribunal Supremo, con tanta maestría, según recuerdan quienes le oyeron, que ganó un veredicto por unanimidad a su favor. Logró también una orden judicial a nivel federal que obligó al Gobierno de Wallace y a sus matones a no interferir en la icónica marcha de Selma a Montgomery, conducida por el líder de los derechos civiles Martin Luther King.

El espionaje del FBI a King fue otra de las bestias negras a las que se enfrentó Katzenbach. En ese cometido encontró a un poderoso enemigo que en teoría era su subordinado: J. Edgar Hoover, el director del FBI, la policía judicial. Hoover estaba acostumbrado a actuar sin restricciones. El Gobierno le había autorizado a espiar las llamadas telefónicas de King, cuando hubo algunas sospechas, nunca confirmadas, de que podía haber tenido contactos con comunistas. El jefe del FBI fue más lejos, poniendo micrófonos hasta en sus habitaciones de hotel, para chantajearle.

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Cuando el fiscal general quiso ponerle fin a los excesos de Hoover, este abrió una de sus retorcidas guerras legales. Filtró información denigrante sobre Katzenbach a los medios y le acusó de haber autorizado él mismo el espionaje a King. La crisis entre el ministro y su propio cuerpo de policía fue tan grave que Katzenbach se vio obligado a dimitir. “No pude seguir sirviendo como fiscal general, dado el obvio resentimiento del señor Hoover hacia mí”, dijo en una comisión senatorial en 1975. Tras dimitir, Katzenbach pasó al campo diplomático: fue nombrado subsecretario de Estado. Aun le quedaba una gran labor por cumplir al servicio de su jefe, el presidente. Testificó ante el Senado, en 1967, en apoyo de la legalidad de ampliar la operación bélica en Vietnam. Alegó que el presidente no necesitaba una declaración formal de guerra por parte de Vietnam del norte para autorizar el envío de tropas al sureste asiático.

Tras la victoria de Nixon, en 1968, Katzenbach dimitió y pasó a trabajar como directivo y abogado de IBM. El propio ministerio que él había liderado acusaba a la compañía de prácticas monopolísticas. El caso se alargó durante 13 años, hasta que Ronald Reagan lo desestimó.

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