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Francia estrena Parlamento multicolor

Una docena de diputados hijos de inmigrantes se sientan en la Asamblea Nacional. Todos competían bajo la bandera socialista

Simpatizantes del socialista François Hollanda celebran su triunfo electoral en París.
Simpatizantes del socialista François Hollanda celebran su triunfo electoral en París. Ian Langsdon (EFE)

“Un Hemiciclo menos blanco”, titulaba el pasado martes la edición digital del diario Le Républicain Lorrain. “La diversidad progresa en el Hemiciclo”, informaba Le Monde. “Más mujeres y diputados “salidos de la diversidad” en el Hemiciclo”, completaba francetv. Aludían al hecho de que, dos días antes, en las elecciones legislativas, los franceses habían enviado a su Asamblea Nacional a un puñado de diputados surgidos de la inmigración. Una docena de señorías con apellidos de indudable raíz magrebí o africana se sientan ahora en la sede de la soberanía popular de la República Francesa junto a los europeos de toda la vida.

¿Vuelve el black, blanc, beur, ese lema positivo de negro, blanco y árabe que, a fines de los años noventa, proponía la aceptación por parte de Francia de su carácter multirracial, que defendía que, lejos de ser un problema, eso suponía un capital para el siglo XXI? Es difícil aseverarlo con rotundidad. Por un lado, la ultraderecha del Frente Nacional obtuvo un buen resultado en la primera ronda de las presidenciales y consiguió el pasado domingo introducir dos diputados en la Asamblea Nacional. Millones de franceses siguen viendo a los inmigrantes, y también a los franceses hijos de inmigrantes no europeos, como el chivo expiatorio de su inseguridad y su angustia por el paro, el deterioro del sistema de protección social y la erosión del peso internacional de su país. Pero también algo muy reseñable se mueve en la otra dirección.

Todos han ganado sus escaños individualmente, no en listas cerradas, y bajo la etiqueta del Partido Socialista

Esta Asamblea Nacional es más multicolor, más próxima a la realidad del país que nunca. En el Palais Bourbon se sientan ahora diputados de origen magrebí y africano, gente de piel oscura de las regiones de ultramar (DOM-TOM) y hasta uno nacido en Brasil y otro en Irán. Todos ganaron sus escaños individualmente, no en listas cerradas, y bajo la etiqueta del Partido Socialista (PS) francés.

Decir que Nicolas Sarkozy y su UMP han perdido las presidenciales y las legislativas a causa de la crisis económica es quedarse en un primer nivel de análisis. Es cierto, pero no lo es menos que, en los últimos dos años, los socialistas franceses han hecho muy bien sus deberes, abriéndose al peuple de gauche, al conjunto del electorado de izquierda, a través de primarias abiertas, y refrescando su programa en una dirección claramente progresista. Ahí están sus propuestas a favor del crecimiento y la subida de la presión fiscal a los más ricos, ahí está el nuevo aliento a favor de la paridad de géneros y ahí está la apuesta por la diversidad racial.

La tasa de paro entre los franceses descendientes de inmigrantes no europeos es del 24%, tres veces superior a la de los franceses nacidos de padres franceses
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Francia ganó el Mundial de fútbol en 1998 con un equipo black, blanc, beur. Liderado por Zinedine Zidane, nacido en Marsella de padres argelinos, y Lillian Thuram, nacido en Guadalupe y crecido en un suburbio parisiense, aquella selección encarnaba una Francia joven, multirracial y triunfadora. “¿Qué mayor ejemplo de nuestra unidad y nuestra diversidad que este magnífico equipo?”, declaró Lionel Jospin, entonces primer ministro socialista de Francia. Un millón de franceses de todos los colores celebraron fraternalmente la victoria en los Campos Elíseos.

Fue un espejismo. “Francia es un melting pot que se niega a aceptarlo”, escribió The Economist en 1999. Esta vez, ese semanario tenía razón. La integración no estaba tan conseguida. Muchos de los adolescentes y los jóvenes de origen magrebí y africano que vibraron en 1998 con los bleus de Zidane estaban pocos años después, en 2005, quemando coches en los suburbios franceses. La derecha había vuelto a recuperar todo el poder político –el presidencial y el parlamentario- y daba por terminado el sueño black, blanc, beur. Jacques Chirac vivía en el Elíseo, pero iba siendo desplazado por un muy derechista e hiperactivo Nicolas Sarkozy, que hacía de ministro del Interior, cultivaba al electorado de Le Pen y no ocultaba su sede de poder. Francia no acababa de aceptar a sus hijos de pelo crespo y piel oscura; el lema de Liberté, Egalité,Fraternité quedaba reservado a los escudos.

La integración sigue sin producirse. La tasa de paro entre los franceses descendientes de inmigrantes no europeos es hoy del 24%, tres veces superior a la de los franceses nacidos de padres franceses (8´7%), según acaba de informar L´Express citando un reciente estudio. “Aunque hayan cursado estudios en Francia y tengan la nacionalidad francesa, los descendientes de inmigrantes no europeos encuentran más dificultades para acceder al empleo”, sentencia el informe.

O sea, el dominio de la lengua francesa, la aceptación de las leyes de la República y de los usos y costumbres del país no son suficientes para este colectivo. Ni tan siquiera lo es un alto nivel de titulación. Entre los titulados universitarios, la tasa de paro de los descendientes de inmigrantes no europeos (14,1%) es muy superior a la de los franceses nacidos de padres franceses (4´6%). Francia tiene un serio problema de sociedad, uno que afecta a varios millones de sus ciudadanos.

En este y otros terrenos, el PS francés ha optado en estas legislativas por la autenticidad progresista. Mientras Sarkozy se iba escorando más y más a la ultraderecha, en un vano intento por hacerse con los votos de un electorado del Frente Nacional que, como todos, prefiere el original a la copia, y mientras perdía así la simpatía de los conservadores ilustrados, los socialistas presentaron en muchas circunscripciones a candidatos surgidos de la inmigración.

Los resultados han sido muy interesantes. George Pau-Langevin, una abogada nacida en Guadalupe, que ya fue la única diputada negra elegida en 2007 en la metrópolis, revalidó el domingo su escaño por una circunscripción de París. Seybah Dagoma, abogada de 34 años, nacida en Nantes de una familia procedente del Chad, consiguió el 70´1% de los votos en la quinta circunscripción de París. Y Kheira Bouziane, profesora de Economía nacida hace 58 años en Orán (Argelia), ganó en la tercera circunscripción de Côte d´Or.

Entre los hombres, Malek Boutih, ex presidente de SOS Racismo, nacido hace 47 años en Francia en una familia procedente de Argelia, consiguió lo que no consiguió en 2007: hacerse con un escaño, por una circunscripción de L´Essonne, en la Asamblea Nacional. Kader Arif, nacido en Argelia y llegado a Francia a los 4 años de edad del brazo de sus padres, fue elegido en la décima circunscripción de la Haute-Garonne.

Hay unos cuantos más. Entre ellos, uno nacido en Brasil, Eduardo Rihan Cypel, de 36 años, conocido por su combate tenaz contra las políticas de inmigración de Sarkoz y elegido ahora en la octava circunscripción de Seine-et-Marne. Y otro nacido en Irán, Pouria Amirshahi, que llegó a Francia a los 5 años, se crio en un suburbio obrero de París y es ahora diputado de los franceses residentes en el extranjero.

Por el contrario, “no hay una solo diputado surgido de la diversidad en las filas de los grupos parlamentarios de la derecha”, señala el Consejo Representativo de las Asociaciones Negras de Francia (CRAN), Como los franceses le dan varias vueltas a las cosas, algunos analistas apuntan a que, una vez más, se ha confirmado la capacidad de la izquierda para anticipar los movimientos profundos de las sociedades y la tardanza de la derecha para identificarlos y, aún más, aceptarlos.

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