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El mayordomo infiel pide perdón al Papa

El Vaticano pasa a la ofensiva en la política de comunicación sobre el escándalo de las filtraciones

Paolo Gabriele junto al Papa en junio de 2010.
Paolo Gabriele junto al Papa en junio de 2010.ETTORE FERRARI (EFE)

La barca de Pedro empieza a retomar el rumbo. Desde que, a principios de año, empezara a filtrarse la correspondencia privada del Papa, el Vaticano parecía a la deriva y sus responsables de comunicación apenas conseguían achicar agua. Pero, en solo cuatro días, se han puesto al timón. Hay tres datos que lo vienen a demostrar. El sábado se supo que Paolo Gabriele, el mayordomo de Benedicto XVI detenido el 23 de mayo bajo la acusación de robar y filtrar las comprometedoras cartas, había abandonado la prisión y se encontraba bajo arresto domiciliario. El martes –a través de su abogado-- se divulgó la noticia de que Paoletto ha escrito de su puño y letra una carta a Joseph Ratzinger pidiéndole perdón y asegurándole que está muy arrepentido. El tercer dato, tratándose de la Santa Sede, tampoco es baladí.

Hasta ahora, cuando los periódicos italianos publicaban alguna historia –cierta o no-- sobre los posibles motivos de las filtraciones y sus presuntos autores, el Vaticano callaba. Así, la novela se iba haciendo cada vez más grande y, en determinados capítulos, descabellada. El lunes por la tarde, sin embargo, la política informativa sufrió un golpe de timón. El portavoz, el sacerdote jesuita Federico Lombardi, calificó directamente de “falsas” las informaciones publicadas por un diario alemán y uno italiano que citaban a tres personas muy cercanas al Papa como cómplices del mayordomo. Se trataría de la profesora Ingrid Stampa –ayudante de Ratzinger desde hace décadas--, el obispo Joseph Clemens –exsecretario—y el cardenal Paolo Sardi –escritor en la sombra de sus discursos--. El padre Lombardi, en un tono bélico del todo inusual, acusó al periódico italiano de copiar al alemán y añadió que, tales informaciones, “lesionan gravemente la honorabilidad de las personas citadas, desde hace muchos años fieles servidores del Santo Padre”. El portavoz del Vaticano aclaró además que el hecho de comparecer ante la comisión cardenalicia mandatada por el Papa para investigar las filtraciones no supone en absoluto ningún tipo de acusación o sospecha.

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Así que no hay que ser un vaticanista experto para unir los tres datos por la línea de puntos y llegar a una conclusión: el Vaticano ya tiene escrito el final del caso de las filtraciones, también conocido como Vatileaks o Vaticanleaks. Da la impresión de que la versión oficial será que Paolo Gabriel, de 46 años, casado y con tres hijos, ciudadano vaticano y piadoso devoto de la santa polaca Faustina Kowalska, actuó solo, sin cómplices, con la única intención de ayudar a Benedicto XVI a limpiar la Iglesia. El método ya se conoce. Sacando a la luz un sinfín de documentos reservados para poner sobre el tapete las impías guerras de poder que se libran en el pequeño estado. No es disparatado pensar que esa será la versión. Sobre todo si se tiene en cuenta que, ocho meses después de las primeras filtraciones, Paoletto es el único detenido, que ya ha abandonado la prisión, que parece estar dispuesto a asumir toda la culpa y que ha perdido perdón al Papa… Y si Juan Pablo II perdonó al turco Alí Agca, que le pegó un tiro en mayo de 1981, ¿no va a perdonar Benedicto XVI a Paolo Gabriele, al que consideraba como un hijo hasta que se descarrió?

Cuando, hará cosa de un mes, el Vaticano fichó al periodista Greg Burke —experimentado reportero de la agencia Reuters, la revista Time y la cadena Fox— para mejorar la imagen de la institución, tan deteriorada después de los últimos escándalos, el comentario más común en los mentideros romanos fue que lo tendría muy difícil y que habrían de pasar años hasta que el estadounidense lograra influir algo en la lenta y pesada burocracia de la Santa Sede. Pero, aprovechando que el Papa está de vacaciones en Castel Gandolfo y que su secretario de Estado, el muy discutido cardenal Tarcisio Bertone, fracasó estrepitosamente cuando intentó explicar la situación, Burke parece haberse puesto al timón. Bajo la premisa de que la mejor defensa es un buen ataque, la barca de Pedro intenta recuperar el rumbo. No obstante, ahora queda lo más difícil. Llegar a puerto y contar una historia medianamente creíble.

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