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ESCÁNDALO EN LA SANTA SEDE

Cita en la intimidad pontificia

El secretario privado de Ratzinger organizó una reunión para intentar que el mayordomo confesara su culpa

La Basílica de San Pedro, al atardecer de este lunes 1 de octubre.
La Basílica de San Pedro, al atardecer de este lunes 1 de octubre.TIZIANA FABI (AFP)

Dos días antes de la detención de Paolo Gabriele, en el Apartamento del Papa se produjo una escena digna de una superproducción de Hollywood. Georg Gäenswein, el secretario de Benedicto XVI, reunió a toda la familia pontificia. Allí estaba el otro secretario, el sacerdote maltés Alfred Xuereb, las cuatro laicas consagradas —Carmela, Loredana, Cristina y Rosella—, una monja que ayuda a Ratzinger en los trabajos de estudio y escritura, Sor Birgit Wansing, y un asistente de cámara, Paolo Gabriele. El padre Georg —57 años, 1.80 de estatura, cuerpo de atleta, pelo rubio, ojos claros— ya sabía que la detención de Paoletto iba a ser cuestión de horas, pero intentó que fuese él quien confesase allí, en la intimidad de la familia. El secretario del Papa dijo este martes ante el tribunal: “Aquella reunión fue una decisión justa, necesaria y en regla. Pensaba que era mejor hacerlo delante de toda la familia…”. Pero Paoletto no confesó.

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“Traicioné la confianza del Santo Padre”

Durante los últimos meses, el padre Georg había ganado poder en el Vaticano. Sombra del Papa desde 1996 —Ratzinger lo llamó a su lado cuando todavía era cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la antigua Inquisición—, las cada vez más evidentes disputas por el poder en el seno de la Iglesia habían conferido a monseñor Gäenswein un poder especial. El de la confianza ciega. El único hombro sobre el que un Papa anciano, enfermo y rodeado por lobos podía descansar. Hay quien, sin embargo, considera que el escándalo de Vaticanleaks también le ha pasado factura al secretario. Que cada vez está más aislado dentro de la Santa Sede. Que, como sucedió con Viganò —aquel arzobispo que denunció corrupción y obtuvo un billete solo de ida a Estados Unidos—, no basta ser amigo del Papa ni una trayectoria recta para evitar una emboscada en los oscuros pasadizos del Vaticano.

El juicio del mayordomo terminará casi con toda seguridad el sábado. El jueves seguramente no habrá sesión, porque el Papa visita Loreto, y el domingo comienza el Sínodo. Benedicto XVI querrá poder dedicarse a los asuntos del cielo habiendo resulto antes los de la tierra. Pero una condena —con perdón postrero o sin él— contra Paolo Gabriele no es el punto final. El juicio está demostrando que el mayordomo es un pobre diablo que, solo o en compañía de otros, quebró la confianza del Papa. Pero todavía son más las preguntas que las respuestas.

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