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EL PAÍS SEMANAL

El azote de Putin

La acción de las Pussy Riot en la catedral del Cristo Redentor de Moscú enfurece al Kremlin La condena a dos años de cárcel les ha convertido en símbolo de rebelión en todo el mundo

Pilar Bonet

"Digan a los poderosos que encerraron a tres tontitas y se han encontrado con tres políticos”, manifestaba Nadia Tolokónnikova poco antes de que los jueces la condenaran a ella y otras dos integrantes del grupo Pussy Riot a dos años de prisión por gamberrismo con motivación antirreligiosa. “Cuanto más dure nuestro encarcelamiento, tanto más fuertes seremos. Pensaban que nos echaríamos a llorar y a rogarle a Putin que nos perdonara. Pero no lo hicimos”. Tolokónnikova explicaba así al semanario ruso The New Times la pugna entre las autoridades del país y el grupo de punk-rock que el 21 de febrero irrumpió en la catedral del Cristo Redentor de Moscú para pedirle a la Virgen que echara a Vladímir Putin, por entonces primer ministro y ahora presidente del Estado.

Al entrar en el templo con la guitarra y los altavoces, Nadia, de 22 años, y sus compañeras María [Masha] Aliójina, de 24, y Katia Samutsévich, de 30, no se imaginaban las turbulencias que iban a desencadenar. Procedentes de ambientes artísticos politizados y críticos, las feministas habían participado en otras acciones más o menos irreverentes, pero el clip que siguió a su incursión en la ­catedral era un desafío al hombre fuerte del Estado y al apoyo que la jerarquía de la Iglesia ortodoxa prestaba a ese hombre en vísperas de las elecciones presidenciales. “Teníamos otros muchos planes, pero cuando vimos que el patriarca [Kiril] hacía propaganda a favor de Putin, comprendimos que estábamos obligadas a actuar”, explicó Tolokónnikova.

La performance en el altar, con máscaras y vestidos chillones, hubiera podido ser un incidente menor si la dureza de las autoridades no hubiera transformado a las Pussy Riot en símbolo de la rebelión contra una sociedad patriarcal y autoritaria. Hasta los escépticos sobre la calidad moral y estética del espectáculo tuvieron que tomar posiciones a favor de las chicas. Más allá de los esquemas de guerra y de la solidaridad de las estrellas internacionales como Ma­donna o Yoko Ono están las realidades culturales, sociales y políticas complejas de Rusia, omitidas por causas diversas; entre ellas, la misma defensa de estas mujeres.

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‘El País semanal’ conversó con una integrante del grupo, que no quiere ser identificada. La mujer, cuya identidad conocemos, se define como anarquista y partidaria a ultranza del accionismo. El testimonio de nuestra interlocutora, persona culta a la que llamaremos Miau, tal vez ayude a comprender aspectos de la acción en la que ella participó sin máscara. En Moscú viven una decena de mujeres del grupo; son artistas, músicos, cantantes y una periodista, además de una veintena de personas que las ayudan, afirma. Según Miau, Nadia se caracteriza por su “valentía singular”. Katia, por ser una “estupenda fotógrafa, con gran capacidad táctica y estratégica para el accionismo”. Y Masha, “por su espiritualidad y humanidad”.

“Nuestra filosofía parte del movimiento feminista. Nos inspiramos en grupos feministas que con acciones artísticas radicales conquistaron un espacio de libertad para la mujer en distintos ámbitos”, dice Miau. “Pussy Riot se consolidó en 2011, en unas jornadas denominadas El último otoño en referencia al fin de un régimen más o menos libre, porque todos sabían que después volvería Putin”, explica. Se celebraron en las afueras de Moscú y en ellas participaron artistas, feministas y políticos, como el ajedrecista Gari Kaspárov y el abogado Alexéi Navalni. Katia y Nadia leyeron un informe sobre mujeres feministas y cantaron la canción Mata a los sexistas. Nadie dio importancia a aquello, pero ahí surgió la estructura inicial de Pussy Riot, formada por cinco o seis personas”, explica Miau.

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Marc Feiguin, el abogado de Tolokónnikova, presente en aquellas jornadas, recuerda que su organizador fue Piotr Verzílov, el marido de su defendida. Piotr era miembro del grupo accionista Voiná, al igual que Nadia, coprotagonista en 2008 de una performance en el Museo Zoológico de Moscú en la que se simulaba una orgía. El último otoño se inscribe en el ambiente de fermento político que culminó en las grandes protestas contra las elecciones parlamentarias de diciembre de 2011 y las presidenciales de marzo de 2012. Feiguin, que fue diputado del Parlamento, recuerda haber conocido a Nadia en 2010 en un debate en el club Kanguruu de Moscú, cuando ella defendía las teorías de Artiom Lóskutov, un artista partidario de sustituir los mítines tradicionales por “acciones de nuevo formato” (las mostrazias) y de “dar salida al arte moderno en forma política”.

“Cada acción requiere su tiempo. Cuando actuábamos en los trolebuses y en el metro, la gente nos grababa en sus móviles y se reía mucho con nosotras. Desde el principio nos cubríamos el rostro, porque el rostro es una mercancía capitalista y nosotros no participamos del sistema. Cortábamos gorros para confeccionar las máscaras, pero el punto cedía y los agujeros se deformaban. Nadia tenía que remendar su máscara para ocultar sus labios gruesos”. “Nuestra primera acción estuvo dedicada al aborto. Nos colocamos almohadas bajo la ropa y luego las tirábamos, simbolizando los abortos”, afirma.

Según Miau, “aquellas acciones no tenían nada que ver con la Iglesia ortodoxa, que apareció en nuestro campo visual cuando el sacerdote Vsevolod Chaplin se puso a hacer recomendaciones a las mujeres sobre cómo debían vestirse”. “El accionismo”, continúa, “supone actuar en lugares simbólicos, y hacía tiempo que mirábamos esa institución junto al metro Kropotkinskaia [la catedral de Cristo Redentor]. ¿Cómo no ir a un lugar mantenido por el Estado con nuestros impuestos, donde además se comercia con cuadros? Nuestro estilo es el clip. Queríamos hacer una acción anticlerical contra la identificación del Estado con la Iglesia y también llamar la atención sobre otros aspectos, como la prohibición de que las mujeres se suban al púlpito. Tramamos intensamente durante 15 días. Antes fuimos a ver el local [la catedral]. Al principio, pensamos llevar la bandera de los gais y las lesbianas. Menos mal que no lo hicimos, porque nos hubieran matado”.

En el templo, Miau dice haberse sorprendido por la actitud de un hombre que, con un “deseo visceral, incontenible”, intentó quitarles la máscara a las Pussy Riot. Se lo impidió “el padre de Nadia, que fue a la iglesia porque sabía que sucedería algo, como lo sabían los 30 periodistas que nos acompañaban, que no tenían una idea concreta de lo que iba a pasar, pero sabían que algo iba a pasar”.

Miau afirma que “volvería a repetir la acción, porque hemos hecho una gran contribución al pluralismo religioso y hemos provocado una discusión en una sociedad ultraconservadora. Con el accionismo y el arte se puede luchar contra el poder. En mi opinión, hay que prescindir del Estado”. Miau se opone también al registro de la marca Pussy Riot y critica a Feiguin y Verzílov por comercializar el producto al haber “patentado el grupo y haberse convertido en los propietarios de la marca”.

“Esta gente creativa cree que la comercialización matará la idea de las Pussy Riot, pero la comercialización es inevitable”, afirma Feiguin. “¿Qué es peor, que la marca Pussy Riot sirva para producir vodka y preservativos de forma arbitraria, o que esté defendida y que haya garantías para emplearla en música, libros, revistas y objetos que ayuden a las ideas del grupo?”, pregunta el abogado. Según él, Nadia, Katia y Masha han dado poderes para “la creación de una entidad jurídica” para patentar la marca Pussy Riot en Rusia y en el extranjero. El abogado anuncia que van a querellarse con un empresario alemán que quiere producir vodka Pussy Riot. “Tanto si nos gusta como si no, la comercialización se producirá, porque así está construido el mundo global. Si te niegas, la gente que ha registrado tu marca acabará por prohibirte que la utilices, aunque tú la hayas inventado, y legalmente tendrán razón”, explica.

Miau piensa en nuevas acciones, pero la performance que ha dado la vuelta al mundo es difícil de superar. “Eso fue un apogeo, un punto final. En la lógica del arte político moderno, cada acción debe ser más radical que la anterior. Asaltar el Kremlin no impresionaría y sería más de lo mismo”, opina Feiguin. Hay más razones para no aventurarse: “Comprobamos que si comienzas una acción en la plaza Roja, en 15 segundos llegan 5 coches de la policía. Por la plaza se pasean permanentemente 30 agentes de paisano”, explica Miau.

Para el 17 de agosto, coincidiendo con la lectura de la sentencia, varias Pussy Riot planeaban lanzarse, asidas a cuerdas de alpinismo, desde el tejado del edificio situado frente al juzgado, para descender poco a poco ante las ventanas de la sala donde el tribunal condenaba a sus compañeras. Se entrenaron para aquella “acción magnifica”, que fracasó, según Miau, porque Verzílov “se apresuró a convocar a los periodistas” y las “fuerzas antidisturbios se adelantaron”. La acción incluía también la quema de retratos de Putin, afirman fuentes conocedoras del proyecto.

“La situación actual es extraña, porque si se comercializa la marca y las Pussy Riot son Katia, Masha y Nadia, entonces no se entiende qué pasa con la ideología, según la cual las participantes deben ser anónimas”, afirma Miau. Y concluye: “El único modo de resolver esta contradicción por ahora es que el resto del grupo hagamos acciones, gestos valientes y difíciles, para liberarnos del miedo al Estado”.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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