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El ‘caso Petraeus’ implica a otro alto general

El general John Allen está bajo investigación por mandar unos correos electrónicos "inapropiados" a la misma mujer que recibió las amenazas de Paula Broadwell Allen estaba designado como próximo comandante de la OTAN, pero la Casa Blanca ha suspendido el nombramiento

Antonio Caño
De izquierda a derecha, Allen, Petraeus y Panetta en Kabul en julio de 2011.
De izquierda a derecha, Allen, Petraeus y Panetta en Kabul en julio de 2011.PAUL J. RICHARDS (AFP)

La implicación del general John Allen en el triángulo (o cuadrilátero) amoroso protagonizado por el general David Petraeus eleva la dimensión de este caso hasta la categoría de un serio percance en la cúspide de la seguridad de Estados Unidos, con extraños movimientos de servicios secretos, síntomas de múltiples conspiraciones y un trasfondo de eventual utilización política de uno de los escándalos más espectaculares desde el Watergate.

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Después de Petraeus, que el viernes dejó el cargo de director de la CIA tras confesar una relación extramatrimonial, otro general del más alto nivel, John Allen, precisamente quien le sucedió al mando de las tropas en Afganistán -puesto en el que permanece aún- y quien estaba designado para ser el máximo comandante en la OTAN, se ve al borde de la dimisión al conocerse que mantuvo lo que el Pentágono califica de “comunicación inapropiada” con una de las mujeres vinculadas al principal protagonista de esta penosa telenovela.

El Departamento de Defensa informó ayer de la apertura de una investigación sobre el intercambio de correos registrado entre el general Allen y Jill Kelley, la mujer a la que la amante reconocida de Petraeus, su biógrafa, Paula Broadwell, había enviado los mensajes amenazantes que llevaron al FBI a investigar al director de la CIA. Se trata, como se confirmó oficialmente en pleno vuelo del secretario de Defensa, Leon Panetta, hasta Australia, de más de 20.000 páginas de e-mails escritos entre 2010 y 2012. La Casa Blanca conoció que Allen estaba siendo objeto de una investigación el viernes pasado.

Su contenido no ha sido dado a conocer, pero el diario The Washington Post afirma que, al menos uno de esos correos, fue enviado desde una cuenta vinculada a Broadwell o tiene que ver con ella. No hay pruebas contundentes aún, pero parece establecerse alguna forma de conexión Petraeus- Allen- Broadwell-Kelly. Una de las posibilidades es que Kelly, que se sentía amenazada por Broadwell, tal vez porque ambas competían por Petraeus, solicitara ayuda a Allen, a quien le unía, cuando menos, una buena amistad.

Jill Kelley y Paula Broadwell
Jill Kelley y Paula BroadwellREUTERS
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Allen, por el momento, no ha admitido ningún fallo de conducta –el adulterio está castigado en el código de justicia militar- ni ha renunciado a su cargo. El Pentágono, no obstante, ha solicitado el aplazamiento de su proceso de confirmación en el Congreso como jefe de la OTAN y ha pedido que se acelere la ratificación del general Joseph Dunford como nuevo responsable en Afganistán.

Tampoco se ha confirmado que Allen y Kelley tuvieran una relación amorosa. En algunos de los correos mencionados, el general se dirige a su destinatario como “sweetheart”, que se puede traducir como “corazoncito”, pero que en inglés es de uso más frecuente y menos comprometido que su traducción al español. Lo que sí es un hecho es que ambos eran amigos. Kelley frecuenta los mismos ambientes sociales de Tampa que Allen y Petraeus, ambos pertenecientes a la base militar de esa ciudad. Los dos generales han compartido, además, tiempo en Afganistán, donde Allen, que era el número dos de Petraeus, conoció también a Broadwell.

Todos ellos están casados y tiene hijos, por lo que este episodio, como mínimo, es un drama familiar que está sacando a luz algunos problemas en la cultura endogámica de las fuerzas armadas. Pero el escándalo no se queda, ni mucho menos, en eso.

Una de las posibilidades es que Kelly, que se sentía amenazada por Broadwell, tal vez porque ambas competían por Petraeus, solicitara ayuda a Allen

Otras de las impactantes revelaciones de las últimas horas es que el agente del FBI que había filtrado la investigación sobre Petraeus al Partido Republicano había sido previamente separado del caso por una aproximación de explícito carácter sexual a la famosa Kelley. El agente, cuya identidad se desconoce, le envío por Internet una foto con el torso desnudo y otra sugerencias cuyos detalles se ignoran pero se pueden imaginar.

Realmente, si ya era motivo de enorme sospecha que, en el momento culminante de la campaña electoral, alguien del FBI se hubiera puesto en contacto con un alto dirigente republicano para desvelarle información tan valiosa, el asunto se hace doblemente misterioso tras saberse que ese agente había sido oficialmente apartado de la investigación. ¿Quién actuaba, en nombre de quién y con qué propósito?

El caso está todavía en la fase en la que se conocen aspectos morbosos que sugieren más cosas que las que prueban. Quizá nunca pase de ahí. Quizá esto sea solo un cruce amoroso protagonizado por personas que sienten y traicionan como cualquier otra. Pero quizá no. Teniendo en cuanto el relieve de las figuras afectadas y la naturaleza de las instituciones implicadas –la CIA, el FBI, el Pentágono, políticos en temporada electoral-, también podríamos estar ante un profundo iceberg que algunos intentan mantener fuera de la vista.

Si ya era motivo de enorme sospecha que, en el momento culminante de la campaña electoral, alguien del FBI se hubiera puesto en contacto con un alto dirigente republicano para desvelarle información tan valiosa, el asunto se hace doblemente misterioso tras saberse que ese agente había sido oficialmente apartado de la investigación

De momento, el proceso sigue. El miércoles empieza en el Congreso la investigación de los sucesos del 11 de septiembre pasado en el consulado norteamericano en Bengasi, donde murieron tres empleados de la CIA y el embajador de EE UU en Libia, Christopher Stevens. Petraeus, como director de la CIA, era el principal testigo de esa investigación, pero ahora, una vez dejado el cargo, cede ese envenenado honor a su sucesor en funciones, Michael Morell.

Sin embargo, cada día parece más difícil que Petraeus evite sentarse frente a los congresistas. El ataque de Bengasi puede, tal vez, ser aclarado por Morell, el clásico veterano de la CIA que sobrevive a los cambios de director. Pero sobre Petraeus flotan ya otras muchas dudas que Morell no va a ser capaz de despejar.

La mayor gravedad de este caso, lo que lo convierte en un problema nacional, es el riesgo de que se hayan filtrado secretos de estado. La cadena NBC mostró el lunes cómo, en una intervención pública después de lo ocurrido en Bengasi, Broadwell, presumía de tener datos sobre la actividad de la CIA que no eran entonces de conocimiento público. Por cierto, se refirió a una supuesta detención de sospechosos de la que nunca se ha hablado oficialmente. Puede ser intrascendente, pero es un ejemplo de que, en una relación sentimental, se intercambian más datos de los que puede parecer. Quizá las más de 20.000 páginas de comunicaciones entre Allen y Kelley sean también irrelevantes, pero cuesta imaginar cómo un general con semejantes responsabilidades puede dedicar tanto espacio y tanto tiempo a puras bagatelas.

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