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GUERRA EN MALÍ

Vivir al lado de los islamistas: “Están ahí cerca, están entre nosotros”

Mopti, ciudad lindante con el norte de Malí, vive atenazada por el miedo a que se infiltren los islamistas radicales

José Naranjo
Un grupo de jóvenes en la mezquita de Segu, Malí.
Un grupo de jóvenes en la mezquita de Segu, Malí.JOE PENNEY (REUTERS)

“La presencia de esa gente tan cerca es como una condena. Sabemos que están ahí, que están entre nosotros, pero no podemos hacer nada más que rezar para que todo salga bien. ¡Inshalah! [Si Dios quiere]”, dice Yahya Dicko, vendedor de objetos turísticos que lleva casi un año cruzado de brazos bajo un gran árbol a la entrada de Mopti. Cuando ve a un blanco acercarse, dibuja una sonrisa. “¿Espagnolo, italiano, français?”, pregunta. Hace tiempo que los turistas no vienen a subirse a las pinazas de la Venecia africana, ni a visitar la mezquita de Djenné ni el País Dogon. Todos tienen miedo. Y razones para tenerlo.

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Los habitantes de Mopti sienten el aliento de la guerra en sus cogotes. Este es el último punto hasta donde se puede llegar, la parada final de los autobuses que vienen de Bamako, la ciudad que puede inclinar la balanza. En el río, unas piraguas lucen la bandera francesa. “Nos han salvado, si tardan no digo una hora, sino media hora más, Mopti habría caído”, asegura Dicko. “Los franceses”, añade, “nos han salvado in extremis”.

A unos 15 kilómetros de Mopti está Sevaré, el barrio más importante de Mopti, hoy casi una segunda ciudad que ha surgido a su sombra. Allí están acantonados los soldados franceses y allí se ubica el aeropuerto del que se escucha despegar, cada cierto tiempo, a los aviones y helicópteros galos rumbo a las zonas de combate.

Mucha gente se ha ido. Otros, sin embargo, siguen en la ciudad. “¿Adónde ir? Si llega la guerra aguantaremos, como hemos hecho siempre, cada día”, insiste Dicko mientras saborea una taza de té. La bulliciosa y hermosa Mopti, la de los carteles turísticos y los días de gloria, no se parece mucho a esta ciudad hoy lánguida, asustada, desconfiada. Los hoteles están casi vacíos, muchos restaurantes han tenido que cerrar. “No hemos ido a la guerra, pero la guerra ha venido hacia nosotros. Y a los turistas y visitantes no les gusta la guerra”, se lamenta el joven comerciante. Los únicos occidentales que se ven son los soldados franceses. Y algún que otro periodista que ha logrado superar el bloqueo militar.

A tiro de piedra, a unos 70 kilómetros, el Ejército maliense lleva dos días intentando recuperar Konna, que hace una semana había caído en manos de los yihadistas. Ayer, por fin, fuentes militares anunciaron que habían matado a siete combatientes islamistas en las refriegas y que la ciudad estaba bajo su control. Lo dijeron por segunda vez, pues también lo anunciaron el fin de semana pasado. Aseguraron también los militares que ya estaban en ruta hacia la ciudad de Douentza, en la carretera hacia Gao. Sin embargo, los islamistas radicales dijeron, por su parte, que habían ocupado Kalla, a pocos kilómetros.

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"Si Francia tarda media hora más, Mopti habría caído", dice un vecino

Además de Konna, el otro frente que sigue abierto se sitúa en Diabali, a solo 400 kilómetros de Bamako. Allí, el Ejército francés y la Armada maliense intentan recuperar esta localidad que fue ocupada el lunes por la rama magrebí de Al Qaeda y el grupo yihadista Ansar Dine. Sin embargo, fuentes sobre el terreno aseguran que los salafistas están fuertemente armados y que han ocupado las casas de los habitantes, por lo que la ofensiva francomaliense y los bombardeos se han ralentizado.

Por su parte, al sur de Mopti la situación es de enorme inestabilidad. Este miércoles falleció un soldado maliense por disparos de un yihadista que se había escondido en un árbol y cuatro salafistas fueron detenidos cuando intentaban colarse en Sevaré en un taxi, haciéndose pasar por pasajeros. Son incidentes que dan cuerpo al miedo que flota en el ambiente en Mopti. Atemoriza la posibilidad de que los yihadistas logren burlar los controles y se infiltren en la ciudad. En otros lugares, como Konna y Diabali, este fue el inicio de los enfrentamientos: muyahidines quintacolumnistas que se colaban camuflados con la población local y apoyaban la posterior ofensiva desde dentro.

Los 1.700 soldados franceses que están ya desplegados en Malí ocupaban ayer cuatro puntos principales: Sevaré, donde está el grueso del Ejército maliense a la espera de las tropas africanas para iniciar la verdadera reconquista del norte; Niono, para contener un hipotético avance yihadista hacia el sur; Markala, punto principal de paso hacia Bamako en la retaguardia de Sevaré; y Bamako, donde unos 200 soldados galos refuerzan la seguridad en previsión de posibles atentados, sobre todo contra sus nacionales residentes en la capital.

Cientos de soldados de Togo y Chad comienzan a llegar a Bamako

Mientras la presencia francesa se va reforzando paulatinamente en Malí (el Gobierno galo ha anunciado que se desplegarán unos 2.500 efectivos en total), otros dos países han enviado ya soldados y están en camino. Se trata de Chad, que aunque no pertenece a la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao), ha comprometido 2.000 soldados, y Togo, desde donde han llegado este jueves a Bamako 40 de los 500 militares de esta nacionalidad que se batirán sobre el terreno integrando la Misión Internacional de Apoyo a Malí. Los jefes de Estado Mayor de la Cedeao seguían ayer discutiendo en Bamako la modalidad y financiación del despliegue de fuerzas africanas, que alcanzará los 3.300 soldados, de los que los togoleses han sido los primeros en llegar.

El cometido de todas las tropas desplegadas y las que están por llegar es restaurar la situación que había en Malí antes de marzo del año pasado, cuando un golpe de Estado defenestró al presidente en ejercicio, Amadu Tumani Touré.

En esas fechas, los islamistas e independentistas del norte aprovecharon para conquistar el norte del país y declarar la independencia de Azawad, como llama la comunidad tuareg al norte de Malí. Muchos expertos opinan que la guerra, hasta lograr reunificar de nuevo el país, será larga debido al profundo conocimiento del terreno que tienen los milicianos islamistas y al armamento en su poder, que ha mejorado por el descontrol generado en la región por la guerra de Libia.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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