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La paz no alivia el ahogo de Gaza

Milicias palestinas lanzan tres cohetes esta semana contra Israel El pacto alcanzado tras la guerra no relaja el bloqueo en la franja

Miguel Ángel Medina
Una agricultora palestina recoge trigo a las afueras del campo de refugiados de Rafah.
Una agricultora palestina recoge trigo a las afueras del campo de refugiados de Rafah.SAID KHATIB (AFP)

Un grupo de adolescentes, todas cubiertas con velo, camina por la carretera que hace las veces de paseo marítimo. En el café que da a la playa, dos jóvenes fuman una shisha de cara al mar mientras un pescador mira su barca, que lleva días amarrada en el puerto. Un batallón de unos 50 hombres de las Brigadas de Ezedin El Qassam (brazo armado de Hamás), con la cara tapada por pasamontañas, entrena unos metros más allá. La tranquilidad que se vive estos días en la franja de Gaza no se ha visto alterada ni siquiera por el lanzamiento de tres cohetes –dos en la madrugada del viernes y uno en la del domingo- hacia la región israelí de Eshkol, que no han causado heridos ni daños materiales.

Los proyectiles disparados desde la Franja desataron la última ofensiva israelí, bajo el nombre Operación Pilar Defensivo, en noviembre de 2012. El acuerdo para poner fin a las hostilidades alcanzado entonces entre Tel Aviv y Hamás, que gobierna y controla Gaza, contemplaba un alto el fuego entre ambas partes que se ha respetado hasta febrero. Desde ese mes, milicianos palestinos han lanzado al menos seis ataques con cohetes hacia el otro lado de la frontera e Israel ha respondido con una ofensiva. “A Israel le interesa respetar el acuerdo de alto el fuego al que llegó con el Gobierno de Haniya en El Cairo”, señala Yamil Miser, miembro del comité central del Frente Popular para la Liberación de Palestina.

El pacto alcanzado entre Hamás e Israel, con la mediación de Egipto, incluía también suavizar el bloqueo israelí que impide la entrada y salida de personas y mercancías del territorio palestino; permitir a los pescadores faenar a seis millas de la costa –el doble que antes-, así como relajar los límites para que los agricultores pudieran trabajar sus cultivos pegados a la frontera -Tel Aviv imponía un límite de entre 1.500 y 300 metros para no poder acercarse a la valla que, con el acuerdo, se deberían reducir a 300. Las negociaciones de la letra pequeña se han alargado durante meses y los frutos sobre la economía son mínimos: la zona sigue asfixiada por el bloqueo económico.

Pesca y agricultura son fundamentales para la economía de la superpoblada franja de Gaza. Los campesinos están ganando el derecho a cultivar en los nuevos límites con su sangre: al menos cuatro de ellos han muerto por disparos israelíes tras intentar trabajar sus tierras cerca de la verja. Hace unos días, una delegación de Izquierda Unida, encabezada por el eurodiputado Willy Meyer, acudió a la zona para proteger la labor de los agricultores y denunció que los militares efectuaron disparos cerca de donde se encontraban. Su presencia y la de otros activistas internacionales ha ayudado a algunos labradores a recoger su cosecha a escasos 100 metros de la frontera. “Hacía 10 años que no podíamos cultivar tan cerca”, dice Murad, en la zona de Kusa’a, al sur de la franja. Al otro lado de la valla, vehículos militares israelíes vigilan su trabajo.

La situación es más dramática para los pescadores. Según los Acuerdos de Oslo, tienen derecho a faenar a 20 millas de la costa. Tel Aviv ha reducido esa distancia a tres millas, lo que hace muy difícil su trabajo. El límite de seis millas que se pactó con Hamás todavía no se aplica. “La mayoría de las buenas capturas están al menos a ocho millas, pero no podemos rebasar las 3”, se queja Zakarías, de la cofradía del puerto. Si algún barco intenta superar esa barrera, las naves israelíes arrestan a su tripulación y requisan los botes. Es lo que le ha ocurrido a la familia Baker: “El ejército me disparó cuando trataba de pescar, y luego se quedaron con mi barca”, dice Musa’ab Baker, que todavía tiene una herida en la pierna. Los 70 miembros de esta familia han perdido así cuatro de sus barcos, mientras que el quinto ha sufrido destrozos por enfrentamientos con los militares. Según la cofradía de pescadores, ha habido 45 pescadores arrestados y 4 heridos por esta causa desde noviembre de 2012.

Mientras, las mercancías llegan con cuentagotas a través de los pasos fronterizos con Israel y Egipto. “Los egipcios permiten ahora que entren materiales de construcción para un proyecto catarí, pero en la práctica la frontera continúa bloqueada”, señala Ahmed Yusef, consejero del primer ministro, Ismael Haniya. Por su parte, Tel Aviv cerró la semana pasada el paso de Eretz, por el que en los últimos meses han entrado y salido ciertos bienes, en represalia por el lanzamiento de un cohete. Los productos que no llegan por estas vías legales se saltan el cerco a través de los túneles excavados entre la localidad de Rafah y el país árabe vecino, controlados por Hamás. En cualquier caso, los supermercados no presentan carencias de productos básicos.

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Según la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA, en inglés), el 80% de los 1,6 millones de personas que viven en los 367 kilómetros cuadrados de la franja de Gaza depende de la ayuda humanitaria. El paro supera el 30% de la población y las nulas expectativas laborales causan frustración en los jóvenes, los más golpeados por esta lacra. Además, el agua está contaminada y hay cortes de luz a diario, entre 8 y 10 horas. Faltan medicamentos básicos y recursos sanitarios. En este contexto, no es extraño que el Informe Gaza 2020 de la ONU considere que, de seguir así las cosas, la zona corre peligro de convertirse en el nuevo Darfur.

“A pesar de que haya acabado la guerra estamos mucho peor que en noviembre, porque mucha gente ha perdido su casa y su trabajo y no hay nuevas oportunidades de empleo”, dice Maher, gazatí de 24 años. En el centro de la ciudad de Gaza perviven todavía los efectos de las dos últimas guerras. El antiguo edificio de los ministerios es ahora un solar adornado por un amasijo de hierros y cemento, hay agujeros en las fachadas de algunos edificios y hasta un campo de fútbol muestra los efectos de los bombardeos. “En este terreno de juego dispararon siete bombas, no parece que fuera un error”, comenta el activista Manu Pineda, impulsor de las Brigadas Unadikum y testigo de la Operación Pilar Defensivo, en 2012.

A este panorama de posguerra se suman los murales a favor de la resistencia y de sus mártires: todo aquel que haya muerto por un ataque de Israel o esté en una prisión del país vecino. “Mi marido y dos de mis hijos pequeños murieron por un misil de un F-16”, cuenta la señora Hiyasi. Las calles que dan a su casa están plagadas de carteles en honor a los “héroes”.

Lo mismo ocurre en la callejuela donde vive Ibrahim Barud, que ha pasado 27 años en la cárcel y ha sido liberado hace unos días. “Me detuvieron con 23 años acusado de resistencia a la ocupación y, en todo este tiempo, solo me han permitido ver a mis familiares cinco veces”, se lamenta Barud. Los vecinos visitan por su casa, llena de ramos de flores, y se hacen fotos con el “mártir”. María del Mar, activista catalana que trabaja en favor del pueblo palestino resume en qué consiste, en su opinión, la normalidad de los gazatíes: “Básicamente, aquí la gente celebra cada día estar viva”.

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Sobre la firma

Miguel Ángel Medina
Escribe sobre medio ambiente, movilidad -es un apasionado de la bicicleta-, consumo y urbanismo. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense, ha ganado los premios Pobre el que no cambia su mirada y Semana Española de la Movilidad Sostenible. Ha publicado el libro ‘Madrid, preguntas y respuestas. 75 historias para descubrir la capital’.

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