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Columna
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Europa dislocada

La UE desilusiona crecientemente a su ciudadanía fabricando un paro inaceptable de 26 millones

Francisco G. Basterra

Una Europa dislocada, en la doble acepción de desconcertada y desarticulada, pierde peso mundial mientras EE UU pivota hacia Asia. La UE desilusiona crecientemente a su ciudadanía fabricando un paro inaceptable, 26 millones, de ellos seis largos aportados por España, con una política unidimensional dirigida al alivio de los mercados olvidando a los ciudadanos. La aplicación extrema de la austeridad sin advertir que el antibiótico ya ha acabado con el paciente. Tres años largos ya mirándonos el ombligo sin resolver la crisis, produciendo una fractura entre el Norte y el Sur del continente, y el absoluto descrédito de la política y los políticos. A los que, sin embargo, cuando todo se viene abajo, se acude en última instancia, como acabamos de ver en Italia, con la llamada a un joven democristiano pasado a la izquierda centrista llamado Enrico Letta, para que forme un difícil Gobierno de salvación nacional. El presidente octogenario de Italia, que se disponía a disfrutar de una merecida jubilación, ha sido llamado a salvar la República. ¿Quién podría hacer en España el discurso de Napolitano criticando la incompetencia, la corrupción rampante de la clase política y la desconfianza absoluta entre la derecha y la izquierda? ¿Dónde están los hombres cívicos capaces de llamar a una reforma del sistema, de todo lo que se nos ha quedado viejo, Constitución incluida, que requiere un replanteamiento que ponga fin al disparate de que quien lo hace no lo paga y a la cultura de la impunidad de los partidos, y no solo de ellos? Convengamos que hoy este llamamiento parecería inverosímil, por increíble, desde cualquiera de nuestros poderes o instituciones, incluida la jefatura del Estado.

La primavera, tan caprichosa meteorológicamente, nos ha traído los primeros signos de que la austeridad contra viento y marea, sin matices, puede tener sus días contados. Se dibuja la aceptación de que no era la única política posible. Al tiempo, Alemania empieza a ver las orejas del lobo de la recesión y teme por la salud económica del paciente francés. Merkel ve con preocupación que su economía no repuntará esta primavera y que se le echan encima las elecciones de septiembre, a las que tiene que llegar con un panorama de crecimiento económico consolidado. Los socialdemócratas sueltan lastre de su apoyo cerrado a la política europea de la canciller, y un nuevo partido, Alternativa para Alemania, propone una salida ordenada del euro. La Europa meridional que sufre la exigencia de alcanzar reducciones de déficits presupuestarios imposibles se rebela, también Francia; ya no pueden mantener las compras de exportaciones alemanas, que no son absorbidas tan fácilmente por una China que ha decidido crecer más pausadamente; a Daimler Benz, Mercedes y Volkswagen se les achican los beneficios. Petardea el motor del crecimiento europeo.

La austeridad contra viento y marea, sin matices, puede tener sus días contados

El presidente de la Comisión Europea, el portugués Barroso, experto en nadar y guardar la ropa, sorprendía esta semana al declarar que la austeridad ha alcanzado su límite, ni es eficaz ni socialmente viable, porque carece del mínimo apoyo social y político. Una cierta caída del caballo. El FMI admite que minusvaloró el impacto sobre el crecimiento del recorte del gasto público. Los padrinos intelectuales del artículo de fe de la austeridad fiscal, los profesores de Harvard, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, han visto refutada su regla de oro: existe un techo del 90% de deuda pública sobre el PIB a partir del cual el crecimiento económico decrece notablemente. Como afirmó John Kenneth Galbraith rebatiendo a Milton Friedman, “la desgracia de Milton fue que sus políticas habían sido probadas”, lo mismo podría decirse hoy de la austeridad que devasta a Europa.

Sin embargo, la obstinada Merkel no cede y vuelve a hablarse de la cuestión alemana que tanto significó el pasado siglo. Pintada con el bigotillo de Hitler desde el profundo sur, los griegos estiman que los alemanes debieran reparar con 162.000 millones de euros los daños causados por la invasión nazi de su país. Mientras, los alemanes piensan que España es un país débil, corrupto y tradicional de ciudadanos poco trabajadores. Sin el contrapeso de Francia y el Reino Unido enfermo de eurofobia, no hay alternativa al liderazgo alemán. Un país, como decía Kissinger, demasiado grande para Europa y demasiado pequeño para el mundo. Alemania condenada si lidera Europa y condenada si no lo hace. El historiador británico Brendan Simms, autor de Europe: the fight for supremacy, resume así el problema: “Alemania se sitúa incómoda en el corazón de una Unión Europea que fue concebida mayormente para constreñir el poder de Alemania, pero que ha servido por el contrario para incrementarlo, y cuyos fallos de diseño han despojado de soberanía a muchos otros europeos”.

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