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Tribuna
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La emigración a Alemania antes y ahora

En la actualidad, la ganancia neta va a los países que reciben una inmigración cualificada

En tiempos de vacas gordas, cuando ya habían retornado nuestros emigrantes y dábamos trabajo a millones de extranjeros, no se nos pasaba por la cabeza que vendría un día en el que los inmigrantes regresarían a sus países de origen y los españoles volverían a querer irse a Alemania.

Empero la historia no se repite, y contextos diferentes presentan aspectos muy distintos, como queda de manifiesto en el cambio que se ha operado en la emigración. La diferencia básica es que en los años sesenta y setenta emigraba una mano de obra no cualificada, y hoy esta opción está reservada a miembros de una clase media que ha recibido una educación de nivel universitario. La cantidad de emigrantes de los próximos años será, por tanto, muy inferior a los cientos de miles de los años sesenta.

La emigración anterior salía de un país que vertiginosamente se transformaba de una sociedad rural en una industrial, y ahora escapa de uno sin un proyecto colectivo, en el que nadie sabe a qué situación penosa pueden ser arrojados, ni se divisa otro horizonte que el de ir a peor. Los españoles que están llegando a Alemania suelen manifestar que se han ido, no solo porque no encuentran trabajo, sino porque en un futuro previsible tampoco descubren una perspectiva para ellos.

La emigración no cualificada de entonces marchaba a ocupar las posiciones más bajas, sin apenas posibilidades de ascender socialmente y, sin embargo, desde el primer momento, al pasar de un trabajo de pico y pala a uno en la fábrica, experimentaba una ascensión social, que confirmaba al triplicar los salarios de España. Como la mayor parte emigraba sin familia, el objetivo era ahorrar y ahorrar para volver a casa lo antes posible. Lo que más me indignaba entonces es que los grandes bancos españoles establecidos en Alemania se beneficiasen de las continuas devaluaciones, recomendando, o aprovechando el que muchos prefiriesen mantener sus cuentas bancarias en pesetas, moneda en la que se sentían más seguros, señal clara del nivel cultural de aquella emigración.

El impacto en España de esta primera emigración fue muy positivo, no solo porque aliviaba el desempleo y las remesas enviadas se canalizaban en inversión, sino por otro efecto, tanto o más importante, que no se ha valorado aún en todo lo que realmente significó: el retorno de los emigrantes contribuyó a la modernización de la sociedad española, a la que aporta experiencias adquiridas en otras culturas. Especialmente fuerte fue la impronta sociocultural que dejaron los hijos retornados de los emigrantes, educados en Francia, Suiza, Bélgica, Alemania, con otra mentalidad y sobre todo una preparación muy superior a la de la población que no había salido.

El emigrante actual, en cambio, en un primer momento percibe un descenso de su posición social, aunque se le ofrecen muchas más oportunidades de ascender profesionalmente, lo que supone que sea mucho más fácil integrarse. La idea del retorno, si al comienzo aún se mantiene, desaparece con el paso del tiempo, de modo que la sociedad española no se beneficiará en absoluto, ni de las remesas, que este grupo social no necesita enviar, ni de las experiencias acumuladas, ya que ni ellos ni sus hijos regresarán.

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El obstáculo principal a que este modelo se extienda es el requisito de dominar la lengua; en el modelo anterior no era necesario. Si los que quieren emigrar supiesen alemán, este país estaría dispuesto a recibir decenas de miles de ingenieros, de trabajadores para el sector sanitario, o informáticos, aunque en algunas profesiones, también hay que decirlo, la universalización del inglés basta para trabajar en países que hablan otros idiomas.

En la primera emigración, el saldo fue positivo para el país de origen, pero también para los de acogida, que dispusieron de mano de obra cuando la necesitaron, y se deshicieron de ella cuando ya no les hacía falta, o hubieran tenido que sostenerla como clases pasivas.

Con la emigración de hoy, el arqueo final será muy distinto para el país de origen y el de acogida. La ganancia neta la tienen las naciones que reciben una inmigración cualificada, sobre todo, si logran atraerse científicos bien preparados, con el resultado de que la distancia de los países que la reciben aumente respecto a los que la originan.

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