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"No quiero viajar más en este tren"

El recuerdo de la tragedia de Once, hace unos meses, afecta a los vecinos

Labores de rescate en el lugar del accidente de tren en Buenos Aires este jueves.
Labores de rescate en el lugar del accidente de tren en Buenos Aires este jueves.AFP

Una explosión, como la de una bomba, despertó a Gabriel López, un estudiante de artes visuales de 23 años que vive en una de las bonitas casas bajas de Castelar, una localidad del oeste de la periferia de Buenos Aires, a 25 kilómetros de la capital. Habían pasado pocos minutos de la siete de la mañana. Pensó que eran los obreros que por la noche reparan las vías del ferrocarril de cercanías Sarmiento después de la tragedia del año pasado en la que murieron 51 personas en la estación terminal del barrio porteño de Once. Gabriel no había oído el rechinar de unos frenos. Vio que su gata se puso nerviosa y entonces salió a calle en pijama con sus padres para ver qué sucedía.

Había mucha gente en estado de shock, con los hombros dislocados, con fracturas, las narices rotas, varios con el cráneo golpeado y a uno de ellos le salía sangre como una canilla (grifo)”, cuenta Gabriel, a quien después el persona de Defensa Civil le dio una pechera naranja para identificarlo como rescatista. “Yo vi tres muertos, no sé si hay más. Ayudé a heridos a subir a la ambulancia, a poner gente en puertas que servían como camillas”, relata el joven. Esta tarde tenía que tomar esa línea ferroviaria para ir a la facultad en la capital. “Cuando vi esto me dije: ‘No quiero viajar más en este tren’. Estoy cansado de que pare siempre”, dice, pero su madre, Adriana, lo interrumpe: “Pero no hay otro transporte para ir a Buenos Aires”. Entonces Gabriel confiesa que justo el día anterior había terminado de hacer una pintura sobre la tragedia de Once. “Siempre pasan cosas así”, lagrimea.

El padre de Gabriel fue el primero de la familia que, al salir a la acera, oyó gritos de dolor que provenían de donde el tren que no frenó se encimó con el otro que estaba detenido en el camino entre las estaciones de Morón y Castelar. Corrió entonces los 100 metros que lo separaban de la tragedia y se puso a ayudar, al igual que otros vecinos. Los pasajeros comenzaron a salir como podían de los numerosos vagones abollados. Adriana les acercaba agua, algodón y alcohol para las heridas. A los 15 minutos del choque llegó una patrulla policial, según ella. “A la media hora llegó la primera ambulancia”, añade Adriana. “Yo estaba desesperada por ayudar a la gente. Esto fue como la tragedia de Once, pero con menos gente”, compara el accidente de aquel tren que el año pasado llegaba por la mañana a Buenos Aires cargado de trabajadores que venían de los suburbios con el de este jueves, que ocurrió un poco más temprano, y con pasajeros que salían de la capital. “Cuando llegaron los periodistas, apareció un tipo infiltrado que empezó a decir que hubo sabotaje. Entonces nosotros le preguntamos: ‘¿Sos del Gobierno?’. Y el tipo no respondió y se fue hablando por celular (móvil)”, concluye Adriana en tiempos en que la presidenta de Argentina, la peronista Cristina Fernández de Kirchner, ha perdido algo de la popularidad con la que fue reelegida en 2011, aunque tampoco atraviesa su peor momento, como en 2008 y 2009, según encuestas de opinión.

“La ambulancia llegó a las 7.40”, cuenta otra vecina, Liliana Palacio. “Y el intendente (alcalde del municipio de Morón, donde se encuentra Castelar) llegó a las nueve bien trajeado y perfumado”, despotrica Liliana. Minutos antes, a metros de su casa, el alcalde Lucas Ghi, kirchnerista, contaba a la prensa que se desconocía si el origen del accidente fue “un problema técnico o qué”. Detrás de él se veía el vagón 2165, celeste, azul y blanco, de la compañía TBA, que era la empresa privada que tenía la concesión del ferrocarril Sarmiento hasta el choque de febrero de 2012. Estaba destrozado por el 1800, de celeste y gris, los colores que eligió el ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo, para pintar los trenes refaccionados tras aquel accidente y que ahora son gestionados por el Estado. Randazzo era hasta este jueves uno de los posibles candidatos kirchneristas para las elecciones legislativas de agosto y octubre próximos.

“Con mi marido ayudamos, sacamos dos puertas de armarios porque los médicos pedían colaboración para usarlas de camilla”, cuenta Liliana. “Tampoco tenían guantes ni bolsas. Mi marido sacó más de 40 personas en camilla”, añade la vecina, antes de enfurecer contra las autoridades: ¡Estos son todos una manga (banda) de delincuentes! ¡Lo único que hacen es robar!”.

Policías, bomberos y personal de defensa civil seguían este jueves al mediodía revisando vagones destrozados para controlar que no hubiese más cuerpos, como sucedió en el accidente de Once, cuando la víctima 51 apareció varios días después. Todos los heridos ya habían sido trasladado a hospitales, pero una larga cola de ambulancias seguía apostada allí esperando pacientes. De pronto apareció el secretario de Seguridad, Sergio Berni, que suele irrumpir para organizar este tipo de tareas de rescate. También llegaron sindicalistas trotskistas que venían denunciando hace meses que podía volver a ocurrir un accidente ferroviario en la línea Sarmiento, pese a las obras que ha emprendido el Gobierno de Fernández.

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“La formación que no frenó tenía problemas técnicos”, relata la delegada sindical Mónica Schlotthauer. “Era una unidad que estuvo parada seis meses y que el lunes no había podido frenar en una estación. Era un tren reparado por los Cirigliano”, se refiere Schlotthauer a la familia de empresarios que tenía la concesionaria TBA, que ahora están procesados por el accidente de 2012, pero que siguen contratados por el Estado para que reparen en sus talleres los vehículos usados que Argentina ha comprado en China, España o Portugal. “No se puede dejar un servicio público en manos de facinerosos”, protesta la sindicalista, que carga contra el ministro. “Randazzo no invirtió en seguridad. Mejoró el maquillaje e hizo un negocio comprando banquitos y pantallas para las estaciones. Acá hay que mejorar las señales, los frenos”, dispara la empleada del ferrocarril Sarmiento.

Un helicóptero de la Policía sobrevolaba permanentemente la zona y su sonido se superponía con el tic tac de las barreras de tren en alza. El popular servicio que conecta la capital con el oeste del Gran Buenos Aires quedó suspendido todo el día, por lo que los pasajeros debieron arreglárselas en buses o coches para ir a trabajar o hacer trámites en el centro porteño. “¡Le echan la culpa a los laburantes (trabajadores)!”, se quejaba un empleado ferroviario después de que Randazzo dijera que los frenos del tren funcionaban bien.

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