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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El milagro chileno

El triunfo de Bachelet podría acarrear mayores diferencias de las que cabría esperar de un relevo en el sistema

Chile es hoy el gran éxito de América Latina a los ojos del mundo entero, aunque no sin un atisbo de jactancia de los propios chilenos. Las cifras macro y micro son mejores que las del Brasil de Lula y Dilma Rousseff, y únicamente su modesta base demográfica comparada con la del gigante lusófono —17 millones de habitantes contra 185— impiden que compita por el primer lugar en la geopolítica latinoamericana.

El 17 de noviembre próximo se celebrarán elecciones presidenciales en el país más largo y estrecho de América del Sur, que podrían verse como una prueba relativamente banal de alternancia en el poder. La Concertación, afortunada convocatoria de partidos de centroizquierda, que gobernó Chile de 1990 a 2010, se enfrenta a una coalición de derecha mal cocinada, que también aspira a que se la crea de centro y dirige el país bajo la presidencia del liberal moderado Sebastián Piñera. La socialista Michelle Bachelet, que ha atraído al partido comunista a lo que para la ocasión llama Nueva Mayoría y ha sido presidenta en el periodo 2006-10, es probable que deba competir con una conocida de infancia, Evelyn Matthei, hija, como la propia Bachelet, de un general de aviación, que sirvió en la segunda junta militar del golpista Augusto Pinochet, pero convincentemente reciclada para la democracia.

Si ganara Matthei, o cualquier otro candidato de la derecha, los cambios podrían ser solo de género, estilo y cosmética general, pese a las desavenencias de la exministra de Piñera con el partido de ambos, la UDI, de filiación fuertemente católico-conservadora. Pero el triunfo de la socialista podría acarrear mayores diferencias de lo que cabe esperar de un relevo dentro del sistema. El diagnóstico de Bachelet consiste en que se ha cerrado un ciclo político, el de la transición de la dictadura pinochetista a una democracia social plena; que ya es tiempo de ponerse al servicio de lo social, y el publicista chileno Héctor Soto añade que con ello aspira a lavar la culpa de los 20 años y cuatro administraciones de centro-izquierda, incluida la suya propia, en que la Concertación gobernó con un modelo de crecimiento económico heredado del régimen del general que derrocó a sangre y fuego al también socialista Salvador Allende en 1973.

Y para hacer el corte con el pasado especialmente quirúrgico, Bachelet habla de aprobar una nueva Constitución o cuando menos de importantes enmiendas sobre la vigente de 1980, también del tiempo del general; una Carta que garantice los derechos económicos y sociales de los más desfavorecidos y las clases medias que forman hoy el centro geométrico electoral del país. Sería una cierta, aunque modesta, refundación simbólica de Chile, como está muy de moda entre las izquierdas latinoamericanas.

Chile, pese al incómodo maridaje entre la Concertación y el legado pinochetista, ha cambiado mucho desde 1990. Las clases medias han crecido un tercio hasta el 43% de la población en 2010. Y aunque Bachelet predica la lucha contra la desigualdad y la pobreza, una parte en aumento del electorado piensa en términos de consumo y mejora del nivel de vida. Esas son las dos almas de la expresidenta: una socialdemócrata, que reeditaría una Concertación muellemente reformista, y otra más radical que constituye un reto implícito a la socialdemocracia brasileña, hoy en el punto más bajo de su ya larga cadena de éxitos con una protesta popular contra las megacelebraciones del mundial de fútbol en 2014 y los Juegos Olímpicos en 2016. Pero, especialmente, una apuesta competitiva con el chavismo posChávez, que implicara una extensa redistribución de la riqueza basada en una reforma tributaria, lo que incluiría la gratuidad de la enseñanza, como piden los estudiantes, sin faltar por ello a ninguno de los grandes preceptos de la democracia occidental.

Las revueltas estudiantiles de 2011 se anticiparon al extendido malestar brasileño, que ha hecho que se despeñaran los índices de popularidad de Rousseff, así como presenta características similares: unas clases medias que sienten la frustración de una recompensa insuficiente. Como dice Rocío Montes en La Tercera, “Chile ha aprendido a convivir con la agitación de los estudiantes”, y estos no tienen ante sí el faraónico gasto en monumentos deportivos, ni la aparente corrupción brasileña, pero no por ello, dice la periodista, será menos “dolor de cabeza para Bachelet —o quien sea— hacer frente a una probable movilización social”.

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Una presidenta escuetamente reformista corre el peligro de verse desbordada por su izquierda. La Bachelet de la ruptura con el pasado estaría, quizá, mejor equipada para darle aire al milagro chileno.

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