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Columna
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7-25-50

La UE representa el 7% de la población mundial; el 25% de la producción; y el 50% del gasto social

7-25-50*. Tres cifras que forman una secuencia elegante y fácil de memorizar. Esas tres cifras son lo que nos definen como europeos. Sin ellas no podemos entender nuestro presente ni pensar nuestro futuro.

La primera nos habla de cuántos somos. Y la verdad, no somos muchos. La Unión Europea representa hoy el 7% de la población mundial. Somos algo más de 500 millones en un mundo que ha pasado la barrera de los 7.000 millones. Y vamos a ser todavía menos pues, según las proyecciones demográficas, cuando el siglo cruce el ecuador estaremos en torno al 5%. Para entender la diferencia de pensarnos a nosotros mismos en 2040-2050 siendo una fracción tan pequeña de la población mundial, tenemos que mirar atrás y recordar que en 1960, cuando este curioso experimento llamado integración europea se puso en marcha, la vieja Europa, aún abatida y derrotada por la guerra, representaba el 20% de la población mundial. Pasar de un mundo en el que uno de cada cinco habitantes era europeo a otro en el que sólo uno de cada veinte lo será obliga a una reflexión muy profunda sobre quiénes somos, qué queremos y cómo y con quien lo queremos conseguir.

La segunda cifra, 25%, habla de nuestra riqueza. La Unión Europea es la economía más grande del mundo y, con el 16% de las exportaciones mundiales, la primera potencia comercial, por delante de China y EE UU. Pese a la crisis económica que atravesamos, los europeos seguimos constituyendo una enorme isla de riqueza. Que con el 7% de la población produzcamos el 25% de la riqueza mundial habla de nuestra extraordinaria capacidad productiva. Pero también aquí nuestro futuro está en entredicho. Y no sólo por nuestros problemas, pues Europa está estancada económicamente, endeudada y tiene un récord de parados (26 millones) sino porque los demás, fuera de Europa, lo vienen haciendo mucho mejor que nosotros desde hace mucho tiempo. Europa tiene, además, un problema de dependencia energética muy acusado, pues importa el 54% de la energía que consume, un porcentaje que llega al 85% cuando se trata del petróleo o del 62% cuando hablamos de gas.

La tercera cifra (50%) es el porcentaje que supone el gasto social en Europa sobre el total del gasto social mundial. Si Europa es una potencia mundial en algo es en gasto social: destinamos prácticamente uno de cada tres euros que producimos (el 29,4% del PIB) a políticas sociales. Esa creencia en la equidad y la inclusión que articulamos en torno al concepto de estado del bienestar es una parte esencial de nuestra identidad. Pero financiar estos ideales es muy caro: las políticas de salud, que han permitido a los europeos disfrutar de una esperanza de vida récord, se llevan el 11% de lo que producimos y las pensiones que dignifican a nuestros mayores un 12%. Pero aún con todo ese formidable esfuerzo, en la UE hay 40 millones de personas que viven en situación de extrema pobreza y exclusión social.

¿Cómo podemos sostener nuestro modelo cuando ya hay 90 millones de personas mayores de 65 años, 20 millones de los cuales tienen más de 80 años? Por el momento, por cada persona mayor de 64 años hay cuatro personas en edad de trabajar. Sin embargo, si las cosas siguen así, en el 2060 habrá sólo dos personas en edad de trabajar para sostener a cada persona mayor de 65 años. Para cambiar esa tendencia se puede fomentar la natalidad, lo que requiere elevar los impuestos para financiar nuevas inversiones educativas y sanitarias y costosas políticas sociales. Alternativa o complementariamente a estas políticas, se puede fomentar la inmigración, lo que también requiere, además de pensar el perfil laboral y de la inmigración que se quiere atraer, financiar políticas de integración, que también son costosas. Pero las dos opciones (pagar más impuestos o aceptar sociedades más diversas) suscitan el rechazo de una parte importante de la ciudadanía.

Si queremos sostener este modelo social en un mundo globalizado donde cada vez seremos menos, más mayores y menos ricos, debemos abrir un debate sobre cuánta armonización de políticas fiscales y sociales debemos lograr. Del 33,8% de gasto social sobre el PIB en Francia al 17% en Rumanía y de los 38 euros por hora donde se sitúan los costes laborales por hora en Dinamarca a los 5 en Lituania hay un abismo sobre el que debemos reflexionar. ¿Cuánta competencia interna necesitamos para ser competitivos hacia fuera y, desde la óptica contraria, cuánta de esa competencia supone tirar piedras contra nuestro propio tejado y socavar nuestro modelo progresando unos a costa de otros? El debate actual, emponzoñado por la crisis y los reproches entre unos y otros, no es el que necesitamos. Los europeos estamos en el mismo barco, pero peleando entre nosotros nos comportamos como si lo ignoráramos.

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