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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Un verano torcido

La esperanza suscitada por la primavera árabe ha sido abortada por el golpe militar egipcio

Francisco G. Basterra

Vivimos los últimos compases del verano en que se ha torcido casi todo y nada ha salido conforme a lo previsto. La esperanza suscitada por la primavera árabe: que la democracia es posible y puede prender en ese mundo, ha sido abortada en gran medida por el golpe de Estado perpetrado por los militares en Egipto con el apoyo de los sectores laicos y liberales y la aceptación distraída de Estados Unidos y los países europeos. Irresponsable actitud por la que pagaremos un alto precio. Occidente declara su impotencia para entenderse con el islam político. Nos guste o no, en una región en la que la política y la religión son dos caras de la misma moneda, cuanto más democrático sea Oriente Próximo, mayor será el papel del islam en la vida pública. El golpe del general Al Sisi y la represión ejercida para eliminar a los Hermanos Musulmanes no puede entenderse sin la complicidad de Estados Unidos, que alentó la democracia en el mundo musulmán. ¿Qué resta hoy del famoso discurso de Obama en la Universidad de El Cairo? Washington prefiere a los pretorianos egipcios, que le aseguran el estratégico acuerdo de paz con Israel, a la dignidad y las libertades de los más de 80 millones de ciudadanos de la primera nación árabe.

Cuando se deshace el espejismo del verano y volvemos a la rutina, reaparece la sombra de Irak y la invasión tramposa y catastrófica de 2003. Obama, el presidente que elegimos en gran medida porque no era George W. Bush, parece decidido a replicar la acción de su antecesor en la Casa Blanca, con un ataque militar sobre Siria para demostrar al criminal de guerra El Asad que no puede saltarse la imprudente línea roja que trazó hace justo un año. Creíamos que estábamos vacunados para no repetir los errores. Ya no hay cientos de miles de ciudadanos protestando en las calles de las principales ciudades del mundo por una nueva guerra anunciada. Pero al igual que hace una década, los inspectores de la ONU buscan en Damasco las huellas de las armas químicas que con toda probabilidad ha usado El Asad contra su pueblo. Estamos a la espera de un ataque puntual, inminente, con misiles de crucero, que lanzará EE UU como palomas mensajeras con el recado de que El Asad no continúe gaseando a sus ciudadanos. Washington ha tranquilizado previamente al dictador sirio de que no trata de desalojarle del poder.

Obama ha dejado pasar más de 100.000 muertos y casi dos millones de refugiados sin intervenir

Sorprende Obama, que ha dejado pasar los más de 100.000 muertos de la guerra civil siria, los casi dos millones de refugiados huidos del país y los cuatro millones de desplazados internos, sin intervenir, curado de espanto de las guerras norteamericanas en la región y consciente del cansancio de la opinión pública y de su insufrible coste económico. La dimensión sectaria, étnica y religiosa de la guerra civil siria justificaba la prudencia de Obama. El presidente más pragmático desde Eisenhower, el Ike que abrazó a Franco en Barajas, habría decidido no dejar pasar el primer ataque con armas químicas del siglo XXI.

El debate entre los intereses y los principios, resuelto de una sola tacada. Salva su credibilidad y su palabra empeñadas y, al tiempo, la de Estados Unidos como superpotencia realmente existente; lava su imagen interna de presidente débil; le envía un mensaje a Irán de que su paciencia nuclear tiene límites cuya superación no tolerará, EE UU no habla en vano. Atiende al principio de protección de las poblaciones amenazadas y el estado de situación humanitaria extrema de Siria, que excusaría la ruptura excepcional del derecho internacional para reparar la obscena inmoralidad del ataque con armas químicas. Tony Blair, uno de los cínicos arquitectos de la invasión de Irak, habla de demostrar que no somos arrastrados por los acontecimientos sino que Occidente es capaz de definirlos. Primero se toma la decisión y luego se busca la cobertura legal.

Este plural mayestático se refiere, además de a Estados Unidos, a los otros dos líderes comprometidos con la acción bélica y políticamente en horas bajas, Cameron, cuyo Parlamento ha rechazado la guerra, y Hollande. La Unión Europea queda fuera de juego. Los dirigentes de Reino Unido y Francia, antiguas potencias coloniales, que justo hace un siglo delimitaron las fronteras de Siria y el reparto de Oriente Próximo, vuelven a sacar pecho de hojalata lo mismo que hicieron en Libia. Todo es mucho más prosaico. Se trata de la urgente necesidad de hacer algo, incluso de que se vea que hacemos algo. Sin la ONU, sin pasar por el Congreso, que recela de las explicaciones y las pruebas ofrecidas por el presidente, por encima de las dudas expresadas por la cúpula militar del Pentágono. Puede que sea legal lo que parece a punto de ocurrir, pero no es inteligente, puede ser incluso desastroso para todo Oriente Próximo.

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