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En las antípodas del milagro alemán

Los distritos con mayor y menor renta per cápita de Alemania, a solo 120 kilómetros de distancia, retratan un país que marcha a dos velocidades pero que mantiene la cohesión social

Andrea Rizzi
Un hombre camina junto a un edificio prefabricado en Rathenow, al este de Alemania.
Un hombre camina junto a un edificio prefabricado en Rathenow, al este de Alemania. \xA9 Reuters Photographer / Reuters (REUTERS)

Es fin de semana y un par de docenas de vendedores con puestecillos ambulantes intentan colocar algo en la plaza central de Rathenow. Hay puestos de todo a 50 céntimos y ofertas de ropa interior femenina —muy poco a la moda— a un euro. No parece que los negocios vayan bien. A pesar del día soleado y agradable, se ve poca gente, al igual que en el resto de esta ciudad que parece mirar expectante, en busca de soluciones, hacia la bella iglesia de Santa María y San Andrés.

A unos 120 kilómetros de ahí, en Wolfsburgo, el santuario hacia el que mira toda la congregación de fieles es una planta de Volkswagen capaz de producir 3.000 coches al día y que da empleo, por sí sola, a 60.000 personas. Junto a los cientos de empresas abastecedoras de la planta, y al resto de actividad económica, Wolfsburgo tiene más puestos de trabajo que habitantes (ambas cifras alrededor de 120.000).

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Estas son, de alguna manera, las antípodas de Alemania. A tan solo 120 kilómetros, en medio de las cuales, por cierto, discurre una frontera que ya no existe pero que sigue marcando la vida. Los distritos de Wolfsburgo y Havelland —del que Rathenow es capital— son los que tienen mayor y menor PIB per cápita en el país: 91.000 euros frente a 14.000. Los datos son de 2010, el año más reciente para el que la oficina federal de estadística ofrece información desglosada por distritos.

Las estadísticas, naturalmente, bailan de año en año; varios otros distritos tienen cifras cercanas a las de Havelland, y en años anteriores Wolfsburgo no fue la primera. Aún así, la visita a las dos localidades ofrece un significativo retrato de un país con una vitalidad económica muy desigual —no solo entre oeste y este— pero una cohesión social notable gracias a un sólido sistema de redistribución interna. Incluso a primera vista, se ve que Wolfsburgo es productiva, pero no lujosa; y Rathenow deprimida, pero no pobre.

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Sin embargo, ese sistema que ha garantizado la cohesión social dentro de una economía a dos velocidades se enfrenta a varios retos: por un lado, las protestas de los Länder (Estados) contribuyentes netos (Baviera, Baden-Württemberg, Hesse y Hamburgo) en un sistema que redistribuye unos 8.000 millones al año; por el otro, en 2019 caducan las transferencias solidarias del oeste al este, y habrá que ver qué pasará con ello; y además, el nuevo presupuesto de la Unión Europea para el septenio 2014-2020 adjudicará menos recursos a las regiones alemanas en dificultad.

En Rathenow, Christiane Wande se lamenta. “El año que viene van a cerrar otra escuela. ¡No hay dinero!”, dice. Christiane vive aquí desde 1979, desde que se casó, y trabaja para una asociación que intenta promover el turismo en la zona. Su contrato expira en 2014. “No sé qué va a pasar conmigo”, comenta, preocupada. Su hija, que estudió para bióloga, no encuentra trabajo en lo suyo de ninguna manera.

En Wolfsburgo, el alcalde, Klaus Mohrs, del SPD, explica en su despacho sus esfuerzos para ofrecer mejores servicios educativos a sus vecinos. El municipio paga de sus bolsillos las horas extra para que los profesores —que normalmente cobran del Land— den clases por la tarde también, lo que de paso facilita la situación de familias con ambos padres trabajadores. “Nos esforzamos para mejorar los servicios y hacer nuestra ciudad atractiva, tenemos que competir con ciudades importantes para atraer a buenos trabajadores”, dice.

Los altos estándares requeridos por Volkswagen a sus proveedores hacen que estos tengan una excelente fama en sus mercados y puedan vender a otros clientes. La extraordinaria actividad económica del distrito —hay unas 400 empresas vinculadas al gigante del sector automovilístico, según relata Holger Stoye, director ejecutivo de WMG, una sociedad que promueve el desarrollo económico de la ciudad— permite a las autoridades recaudar fondos que impulsan proyectos de diversificación.

Stevan Kawaller, doctorando en Ciencias Políticas de 29 años, trabaja tres días a la semana en Phaeno, un espectacular museo de ciencias diseñado por Zaha Hadid y construido con fondos públicos. Vive en Braunschweig —es uno de los 70.000 trabajadores que recibe al día Wolfsburgo— y es originario de Lutherstadt, en el este. Cree que Alemania “va en la buena dirección” y, pese a no compartir el programa de la CDU, le gusta la canciller.

En Rathenow, en cambio, el local del centro de artes estaba misteriosamente cerrado el sábado por la mañana. La localidad, de unos 25.000 habitantes —sobre un total de unos 155.000 en el distrito de Havelland—, aparece apagada y cansada, pero digna y aseada. La ciudad tiene cierta historia —ocho siglos dentro de tres años, que le regalan algo de nobleza— y las pensiones de los mayores, que componen buena parte de la población local, mantienen a flote la actividad. Una cosa es el PIB; otra la renta.

Curiosamente, la tasa de paro en su región no es de las peores del país. Pero esa estadística sufre la distorsión de la reducción de los buscadores de empleo causada por la emigración; y hay otros que viven aquí, pero trabajan en otro sitio.

Asimismo, el extraordinario nivel del PIB per cápita de Wolfsburg no es sinónimo de rentas desaforadas. La ciudad, fundada tan solo hace 75 años por el nacionalsocialismo, no es lujosa, tiene un pulso más bien medio burgués. La mayoría de los vecinos son trabajadores con sueldos buenos pero no exorbitados.

Al contrario de lo que perciben muchos germanos, el Instituto alemán para la Investigación señala en un estudio que la cohesión social ha crecido en el país desde 2005. El coeficiente de Gini, que mide la distribución de la renta en una sociedad, ha mejorado desde entonces tanto en el oeste como en el este. Curiosamente, había empeorado ininterrumpidamente desde la caída del Muro, incluso bajo gobiernos socialdemócratas, mientras ha mejorado precisamente en este último periodo bajo el Gobierno de Merkel.

La potente inversión de Volkswagen en actividades de desarrollo hace que buena parte de los puestos de trabajo ya no esté estrictamente vinculados a la producción y por tanto al resguardo de las fluctuaciones del mercado, según explica el alcalde. En 1995, aquí, la tasa de paro era del 18%; hoy, del 4,3%.

En Havelland, en cambio, la reconversión no ha sido exitosa. Las históricas actividades en el sector óptico —en Rathenow tiene su sede Tielmann, que fabricaba las gafas para toda la RDA— y químico —había un importante complejo en la ciudad de Premnitz— renquean o directamente han quebrado. Las explotaciones agrícolas en una comarca muy rural tampoco son boyantes. Así que Havelland tiene la actividad productiva por los suelos —al igual que varios distritos del oeste, según las estadísticas— y busca su rumbo. Pero las remesas internas, de momento, la mantienen a flote.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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