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Rohaní: “Los tiempos de venganza han quedado atrás”

Tanto nosotros como nuestros homólogos internacionales hemos pasado mucho tiempo hablando de lo que no queremos hacer, y no de lo que sí queremos

Hace tres meses, mi programa de “prudencia y esperanza” obtuvo un amplio mandato popular. Los iraníes acogieron con entusiasmo mi postura sobre los asuntos nacionales e internacionales porque pensaron que era necesaria desde hacía mucho tiempo. Estoy decidido a cumplir las promesas que hice a mi pueblo, incluido mi compromiso de entablar una relación constructiva con el resto del mundo.

El mundo ha cambiado. La política ha dejado de ser un enfrentamiento de todo o nada para convertirse en un terreno multidimensional en el que es frecuente que la cooperación y la competencia sean simultáneas. La edad de las reyertas de sangre ha quedado atrás. Los líderes mundiales deben ser capaces de ser los primeros en transformar las amenazas en oportunidades.

La comunidad internacional afronta muchos retos en este nuevo mundo --el terrorismo, los extremismos, las injerencias militares extranjeras, el narcotráfico, el cibercrimen y las invasiones culturales--, en un contexto que ha dado especial importancia al poder duro y el uso de la fuerza bruta.

Debemos estar atentos a las complejidades de estos problemas para poder resolverlos. Y aquí entra mi definición de diálogo constructivo. En un mundo en el que la política global ha dejado de ser un juego de suma cero, no tiene sentido --o no debería tenerlo-- perseguir sus intereses sin tener en cuenta los intereses de los demás. Un enfoque constructivo de la diplomacia no significa renunciar a los propios derechos. Significa dialogar con los homólogos en una situación de igualdad de condiciones y mutuo respeto, abordar las preocupaciones comunes y los objetivos comunes. En otras palabras, lograr resultados en los que todos salgan ganando no solo es positivo sino posible. La mentalidad de suma cero propia de la Guerra Fría es mala para todos.

Por desgracia, el unilateralismo todavía suele eclipsar las estrategias constructivas. Se busca la seguridad a costa de la inseguridad de otros, con consecuencias desastrosas. Cuando han pasado más de 10 años y dos guerras desde el 11-S, Al Qaeda y otros combatientes extremistas siguen causando estragos. Siria, una joya de la civilización, se ha vuelto escenario de una violencia desgarradora, incluso de ataques con armas químicas, que condenamos firmemente. En Irak, 10 años después de la invasión dirigida por Estados Unidos, sigue habiendo docenas de muertos por la violencia cada día. Afganistán padece una sangría endémica similar.

Es evidente que el punto de vista unilateral, que ensalza la fuerza bruta y engendra violencia, es incapaz de resolver los problemas que nos afectan a todos, como el terrorismo y el extremismo. Digo todos, porque nadie es inmune a la violencia extremista, aunque estalle a miles de kilómetros. Los estadounidenses lo aprendieron hace 12 años.

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Mi estrategia de política exterior pretende resolver estas cuestiones abordando sus causas esenciales. Debemos colaborar entre todos para acabar con las perniciosas rivalidades e injerencias que alimentan la violencia y nos separan. Y debemos tratar de comprender la cuestión de la identidad como motor fundamental de tensiones en Oriente Próximo y otras regiones.

En el fondo, los feroces combates librados en Irak, Afganistán y Siria son disputas por las identidades de esos países y el papel que desempeñan en nuestra región y en el mundo. La importancia crucial de la identidad afecta también al caso de nuestro programa de energía nuclear para usos pacíficos. Para nosotros, poder controlar el ciclo del combustible atómico y producir energía nuclear no solo es necesario para diversificar nuestros recursos energéticos sino que tiene que ver con quiénes somos los iraníes como nación, con nuestra demanda de dignidad y respeto y nuestro lugar en el mundo. Si no comprendemos la importancia de la identidad, será imposible resolver muchos de los problemas que afrontamos todos.

Me comprometo a abordar nuestros retos comunes mediante una doble estrategia.

En primer lugar, debemos unir nuestras manos para avanzar de manera constructiva hacia un diálogo nacional, tanto si es en Siria como en Bahréin. Debemos crear una atmósfera en la que los pueblos de la región puedan decidir sus propios destinos. Como ejemplo, anuncio que mi gobierno está dispuesto a ayudar a facilitar el diálogo entre el gobierno y la oposición en Siria.

En segundo lugar, debemos hacer frente más en general a las injusticias y rivalidades que alimentan la violencia y las tensiones. Un aspecto esencial de mi compromiso de mantener relaciones constructivas es el esfuerzo sincero de dialogar con los países vecinos y otras naciones para encontrar y obtener soluciones que beneficien a todos.

Tanto nosotros como nuestros homólogos internacionales hemos pasado mucho tiempo --tal vez demasiado-- hablando de lo que no queremos hacer, y no de lo que sí queremos. Y no ocurre solo en las relaciones internacionales de Irán. En un clima en el que gran parte de la política exterior depende directamente de la política nacional, centrarse en lo que no queremos es, para muchos dirigentes mundiales, una forma sencilla de salir de situaciones difíciles. Para decir lo que sí queremos hace falta más valor.

Tras 10 años de conversaciones, está claro lo que todas las partes no quieren en relación con nuestra cuestión nuclear. Lo mismo sucede en las diferentes posturas sobre Siria.

Esta estrategia puede ser útil para evitar que las guerras frías se calienten. Ahora bien, para superar una situación de punto muerto, ya sea en relación con Siria, el programa nuclear de mi país o sus relaciones con Estados Unidos, debemos apuntar más alto. En vez de centrarnos en cómo impedir que las cosas empeoren, debemos pensar --y hablar-- sobre cómo mejorarlas. Para ello, es preciso que seamos valientes y empezar a comunicar lo que queremos --de forma clara, concisa y sincera--, además de respaldarlo con la voluntad política de tomar las medidas necesarias. Esta es la esencia de mi enfoque de las relaciones constructivas.

En el momento de emprender viaje a Nueva York para la apertura de la Asamblea General de la ONU, insto a mis homólogos a que aprovechen la oportunidad que ofrecen las recientes elecciones en Irán. Les animo a que saquen el mayor partido posible del mandato de diálogo prudente que me ha otorgado mi pueblo y a que respondan con sinceridad a los intentos de mi gobierno de emprender un diálogo constructivo. Y, sobre todo, les pido que miren hacia el horizonte y que tengan el valor de decirme lo que ven, si no por sus intereses nacionales, al menos por su legado, nuestros hijos y las gneraciones futuras.

Hassan Rohaní es el presidente de Irán.

© THE WASHINGTON POST 2013

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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