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La crisis en EE UU siembra dudas sobre la gobernabilidad del país a largo plazo

El cierre administrativo entra en su tercera semana

Antonio Caño
El líder demócrata en el Senado, Harry Reid.
El líder demócrata en el Senado, Harry Reid. EFE

Sea cual sea el desenlace de la crisis política que tiene paralizada la administración federal de Estados Unidos y acerca el riesgo de una histórica suspensión de pagos, se ha producido un daño que ya es irreparable: la imagen de ingobernabilidad y zozobra que surge desde la capital de la nación más poderosa del mundo. Incluso si un acuerdo de última hora retrasa por un periodo corto la gran catástrofe, que parece hoy la solución más probable, la estabilidad económica mundial queda amenazada por la incertidumbre constante sobre la capacidad de los líderes políticos norteamericanos de poner en orden su propio presupuesto.

La administración pública cumple este martes 15 días funcionando al mínimo. Los monumentos más emblemáticos del país –la Estatua de la Libertad, el Cañón del Colorado y el Monte Rushmore- han reabierto gracias al dinero donado por los estados que los albergan. Dos leyes de urgencia han asegurado que los 800.000 funcionarios en paro cobren sus salarios con efectos retroactivos y que las familias de los soldados caídos en este periodo de inactividad reciban los beneficios que les corresponden. Otros recursos legales de emergencia han permitido que regresen al trabajo parte de los empleados del Pentágono y de otros departamentos cuya ausencia comenzaba a afectar a la seguridad nacional. Pero algunos ensayos clínicos fundamentales, así como otros servicios médicos, inspecciones de alimentos o procedimientos judiciales en tribunales federales continúan paralizados. Esta semana puede cesar la recogida de basura en la ciudad de Washington, cuyo presupuesto debe de ser, por ley, aprobado por el Congreso federal.

Por supuesto, todo esto, pese a provocar enormes molestias y un cierto repliegue de la actividad económica –gran parte de la que depende del turismo y del consumo- no es nada en comparación con el abismo de una suspensión de pagos. Como nunca antes ha ocurrido algo similar, nadie es capaz de anticipar con exactitud qué es lo que puede suceder. Lo único que el Departamento del Tesoro ha advertido como un hecho ineludible es que, a partir de la medianoche de este miércoles, se quedará sin dinero para afrontar las deudas y sin instrumentos de ninguna clase acometer los pagos que vencen desde ese día.

Lo ideal sería que, haciendo de la necesidad virtud, se aprovechase esta situación para lograr un amplio acuerdo sobre el presupuesto que despejase la incertidumbre al menos durante un año

Ante un peligro de tal envergadura, se sigue confiando en que, en el último minuto, se imponga la cordura y se llegue a un arreglo. Esa es la idea que dominaba cuando faltaban 48 días, pero lo cierto es que sigue sin alcanzarse la solución cuando solo faltan 48 horas. En los últimos días se han producido varios movimientos en el Capitolio en procura de un acuerdo, pero la realidad es que, a la hora de escribir esta crónica, ninguno de ellos había fructificado.

Desde el estallido de esta crisis se ha pasado, desde el punto de vista de la búsqueda de una solución, por distintas fases, desde la no negociación en absoluto hasta la exigencia de la eliminación de la reforma sanitaria. Barack Obama ha hablado con los líderes de ambas cámaras, juntos y por separado, con los líderes de ambos partidos al mismo tiempo y con los de cada partido. Se ha negociado en ocasiones en la Cámara de Representantes y, recientemente, en el Senado. El presidente ha convocado esta tarde de nuevo a los principales responsables demócratas y republicanos en un último intento de poner fin a esta locura, aunque fue finalmente pospuesta para dar más tiempo a los esfuerzos que realizan los senadores.

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El obstáculo de cara a ese encuentro es el de siempre desde que esta crisis comenzó: ¿qué puede ofrecer Obama de todo lo que los republicanos piden? El presidente dijo al principio que no había nada que negociar hasta después de que los republicanos, que controlan la Cámara de Representantes, reabrieran la administración y elevasen el techo de deuda para evitar la suspensión de pagos. Posteriormente, accedió a este tipo de contactos que la Casa Blanca se resiste a denominar negociaciones. Pero en cada una de esas conversaciones ha quedado claro que la oposición quiere algo a cambio de poner fin a la crisis para que el resultado no se interprete como una completa derrota republicana.

Lo ideal sería que, haciendo de la necesidad virtud, se aprovechase esta situación para lograr un amplio acuerdo sobre el presupuesto que despejase la incertidumbre al menos durante un año. Algo en esa dirección se estaba tratando en el Senado, donde son mayoría los demócratas. Pero un acuerdo así exige acercar posiciones sobre impuestos y gasto público, temas en los que unos y otros están hoy en las antípodas.

Si esa solución ideal no prospera, parece inevitable una salida en falso que prorrogue los recursos presupuestarios unas pocas semanas y aleje la crisis hasta Acción de Gracias Navidad. Incluso esa solución es complicada sin que uno de los dos partidos pague un precio político alto. Pero desde luego que una salida así, no solo no despejaría la alarma internacional, sino que daría argumentos a quienes, como China, defienden la desamericanización del mundo.

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