_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Por qué Marine Le Pen?

El Frente Nacional francés ha labrado su fama a costa de otros: ayer, de la derecha clásica; hoy, de la izquierda en el poder

Sami Naïr

El rechazo de la clase política francesa a comprender las razones del ascenso del Frente Nacional es un fenómeno curioso: este partido lleva desarrollándose desde 1983, pero hacemos como si lo acabáramos de descubrir, como si hubiera surgido esta mañana. Sin embargo, existen cientos de obras que han analizado el problema desde todos los ángulos: investigadores se han hecho pasar por militantes de este partido para describirlo desde su interior, tránsfugas han relatado sus guerras intestinas, periodistas se han hecho amigos de sus dirigentes, catalogados desde 1983 como representantes aborrecidos del fascismo francés.

El partido continúa labrando su fama a costa de otros: ayer, de la derecha clásica; hoy, de la izquierda en el poder. He aquí, pues, una organización política que dentro de poco celebrará su 30º aniversario, que ha visto al padre —acusado de torturas durante la guerra de Argelia— convertirse en diputado europeo, y a la hija, abogada, vestida de ninfa Egeria de la República contra el “enemigo interior y exterior”. A principios de los años ochenta, este partido era desconocido y no tenía ninguna proyección, pero Le Pen se abrió paso en las elecciones municipales de 1983, porque la izquierda acababa de enterrar su programa socialista para precipitarse en la construcción liberal de Europa y porque la derecha, golpeada por la victoria de François Mitterrand, estaba dividida y no ofrecía ningún recurso a sus simpatizantes. Por aquel entonces, los buenos resultados de la extrema derecha ya se habían presentado como una advertencia a la respetable clase política republicana francesa. El presidente Mitterrand comprendió inmediatamente la ventaja que podía obtener de esta situación: la derecha, decía, es republicana, no puede pactar con la extrema derecha sin renegar de sí misma y, por tanto, perder una parte importante de su electorado. Como consecuencia, hace falta una extrema derecha fuerte, para evitar que la derecha concentre la mayoría. La defensa de los valores republicanos iba a servir de escudo a la izquierda para mantener a la derecha eternamente en la oposición…

Por otra parte, la izquierda se convirtió en la mejor defensora del multiculturalismo, lo que tuvo la virtud —dada la formación cultural de la nación francesa— de hacer escalar los votos a favor del partido de Le Pen. Mitterrand no se detuvo ahí: cambió la ley electoral para permitir a la extrema derecha tener una veintena de electos en las elecciones legislativas de 1986 y así impedir a la derecha gobernar con ella sin violar este pacto republicano. Evidentemente, Jacques Chirac, vencedor de las legislativas, rechazó la alianza con el partido de Le Pen. Este, por otra parte, sacó provecho, puesto que la situación le permitió alcanzar unos resultados de más del 14% en las elecciones presidenciales de 1988, que verían igualmente la reelección triunfal de Mitterrand.

Para muchos electores, este partido dice la verdad sobre la inmigración o Europa; habla de sus preocupaciones

Así, se estableció una especie de complicidad, a costa de la derecha, entre los dos enemigos que son la izquierda y la extrema derecha. Fue este el cerrojo que saltó durante las elecciones del pasado domingo en Brignoles: allí, a pesar de la alianza republicana de todos los partidos de cara al Frente Nacional, este último ha ganado las elecciones. Ello quiere decir que para muchos electores, este partido dice la verdad sobre la inseguridad, la inmigración, Europa, etcétera. Que habla de sus preocupaciones. A base de, sobre todo, provocar miedo, se ha convertido, bajo la dirección cosmética de Marine Le Pen, en un partido respetable y serio a ojos de millones de electores. ¿Por qué?

Dos razones fundamentales: los electores no aceptan más el chantaje que les obliga, so pretexto del respeto a los valores republicanos, a retarse con la extrema derecha, ya que derecha e izquierda han retomado la retórica securitaria del Frente Nacional. Prefieren el original a la copia. Segundo: derecha e izquierda han desertado del terreno de lo social y nunca, desde los años ochenta, los sacrificios pedidos a las capas más pobres de la población han sido tan grandes. La decepción con respecto a la izquierda en el poder alcanza un nivel excepcional. Los ciudadanos franceses tienen un inmenso sentimiento de abandono, de injusticia, de opresión. Se trata de una crisis de representación de la Nación, de sus esperanzas, de su cohesión. Es esta percepción la que manipula con destreza Marine Le Pen, dando para colmo la imagen de una militante “¡republicana!”. Y es esto lo que hace de la Francia de hoy el país más explosivo de Europa.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_