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La amante mexicana de Oswald

El asesino de Kennedy tuvo una aventura con una empleada del consulado cubano que cumple ahora 76 años. Esta es su historia

Yolanda Monge
Oswald durnate una conferencia de prensa tras su arresto en Dallas
Oswald durnate una conferencia de prensa tras su arresto en DallasAFP

Abandonó su empleo en el consulado cubano en Ciudad de México poco después de su detención por las fuerzas de seguridad mexicanas debido a su supuesta relación con Lee Harvey Oswald, el hombre que la historia oficial señala como el asesino de John F. Kennedy y, según diversas fuentes, su amante. Silvia Durán vive hoy retirada en ciudad de México y este viernes, el día en que se cumpla medio siglo del magnicidio, cumplirá 76 años.

A día de hoy, Durán sigue negando haber mantenido encuentros sexuales con Oswald porque, sencillamente, no lo encontraba “atractivo”. “Please!”, exclamó la mujer en inglés y en tono de burla cuando Philip Shenon, autor del libro JFK. Caso Abierto logró entrevistarla brevemente en Ciudad de México el pasado mes de abril, junto a la corresponsal Alejandra Xanic von Bertrab, quien hizo una brillante labor de periodismo de investigación al encontrar a una mujer que no quería ser hallada y mucho menos cuestionada sobre un pasado lleno de sombras.

A finales de septiembre de 1963, dos meses antes del magnicidio, Oswald viajó desde Nuevo Laredo a bordo del autobús 516 que le conduciría a Ciudad de México

Durán negó en ese encuentro con Shenon -periodista del diario The New York Times que ha invertido diez años de trabajo en la investigación que conforma un volumen de más de 700 páginas-, los innumerables informes y rumores, investigados pero nunca confirmados por la conocida como Comisión Warren –que se encargó de dar una versión oficial a lo sucedido el 22 de noviembre de 1963 en Dallas- que la acusaban de haber trabajado como espía para Cuba, o incluso la CIA.

A finales de septiembre de 1963, dos meses antes del magnicidio, Oswald viajó desde Nuevo Laredo a bordo del autobús 516 que le conduciría a Ciudad de México. Con tan solo 24 años, todo apuntaba a que Oswald iba a cometer su segundo acto de defección intentando desertar hacia territorio cubano, por lo que buscó ayuda para obtener una visa con la que llegar a La Habana en las embajada de Cuba y la Unión Soviética en la Ciudad de México.

El primero intento de renunciar a su pasaporte norteamericano lo realizó en 1959, cuando un mes después de dejar el Cuerpo de Marines, con el que sirvió en la base aérea de Atsugi (Japón), se marchó a Moscú, adonde llegó una mañana de octubre tras haber viajado toda la noche en un tren desde Helsinki. Tres años después volvería desencantado a EE UU, tras haber sido rechazado por los soviéticos, que veían en él un elemento incómodo y sin ningún valor para el espionaje –a pesar de que Oswald insistía en que en la base japonesa en la que sirvió se estacionaban los famosos U-2 espías que vigilaban Rusia-. El régimen de Krushev se deshizo disimuladamente de Oswald enviándolo a Minsk, después de que este intentara suicidarse en la bañera de su hotel moscovita cortándose las venas tras serle comunicado que debía volver a EE UU porque su visa había expirado.

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Hacía pocos meses que Krushev había culminado con éxito su primer viaje a EE UU y se abría una pequeña ventana para que las dos superpotencias pudieran “coexistir pacíficamente”. A Moscú no le interesaba tener en su haber un exmarine con tendencias suicidas creándole problemas con Washington.

Pero Minsk no colmó las expectativas de Oswald, que acabó por retornar a EE UU en 1962, aunque lo hizo casado con Marina, una joven que tenía 19 años cuando la conoció durante un baile y con la que tuvo una hija, June –posteriormente tendrían otra ya en EE UU.

La pista mexicana apenas fue investigada por la Comisión Warren, algo que torturó hasta la muerte por suicidio en 1971 a Charles Williams Thomas, diplomático estadounidense y nombrado en 1964 -por tres años- agregado político en la embajada de EE UU en México. Shenon admite en su libro que él mismo no sabía nada en absoluto del viaje de seis días de Oswald a México hasta que empezó a trabajar en su obra.

Hacía pocos meses que Krushev había culminado con éxito su primer viaje a EE UU y se abría una pequeña ventana para que las dos superpotencias pudieran “coexistir pacíficamente”

En el año 1965, Elena Garro, novelista mexicana, primera mujer del premio Nobel de Literatura Octavio Paz y feroz anticomunista, relató al diplomático estadounidense una historia que llenaría de dudas el resto de sus años de vida. Garro –fallecida en 1998- relató a Thomas que en el otoño de 1963 había conocido a Oswald en una fiesta de intelectuales simpatizantes de Castro, en la que había otros dos norteamericanos. La novelista aseguró a Thomas que no supo quien era Oswald hasta que vio sus fotos en la prensa y su imagen en la televisión una vez cometido el asesinato de Kennedy.

En aquella fiesta también se encontraba el diplomático cubano Eusebio Azque, que gestionaba las visas en la embajada cubana y sobre quien Garro aseguraba haber oído hablar abiertamente de su deseo y esperanza de que alguien asesinara al presidente norteamericano debido a que Kennedy representaba una amenaza para la revolución cubana y la supervivencia del régimen de La Habana.

Garro contó a Thomas que aquella noche de fiesta de twist (en alusión a una canción de moda de entonces) también estuvo presente Silvia Tirado de Durán, joven de 26 años, de notable belleza, pariente suya y que trabajaba a las órdenes de Azque en el consulado cubano en Ciudad de México.

La pista mexicana apenas fue investigada por la Comisión Warren, algo que torturó hasta la muerte por suicidio en 1971 a Charles Williams Thomas, diplomático estadounidense

Garro no es la única que aseguraba que Durán había vivido una aventura con Oswald. Los informes de los interrogatorios de la policía secreta mexicana prueban que cuando a ésta se la interrogó tras el asesinato, se le preguntó repetidas veces si había tenido relaciones íntimas con Oswald, lo que implica que tenían conocimiento del hecho.

También existe una información de la CIA de 1967 en la que un informante de la Agencia –un artista mexicano, explica el libro de Shenon- cuenta cómo Durán le contó que había tenido una aventura con Oswald. De vuelta a Washington y relegado a un segundo plano que acabó por apartarle de la carrera diplomática, Thomas se sintió en la obligación de escribir un memorándum con lo que sabía dirigido al secretario de Estado del entonces presidente Richard Nixon, que llevaba el siguiente título bajo la rúbrica de Confidencial: “Asunto: Investigación sobre Lee Harvey Oswald en México”. Poco menos de tres semanas después, la CIA enviaba una parca nota al diplomático en la que le informaba que no veía ninguna necesidad de investigar nada. Añadía la Agencia que había informado de su respuesta al FBI y al Servicio Secreto.

Allí murió la pista mexicana y dos años después se descerrajaría un tiro en la sien el diplomático norteamericano al que no escucharon. “Su mujer pensó que el calentador de agua había estallado”, escribe Shenon sobre el suicidio de Thomas. Caso Abierto comenzó como una tentativa de escribir la primera crónica articulada de la historia oculta de la Comisión Warren”, asegura el periodista. “El libro es un recuento de mi descubrimiento de todo lo que no se ha dicho todavía de la verdad del asesinato de Kennedy y de todas las evidencias sobre el magnicidio que se ocultaron o destruyeron”, escribe el autor de La Comisión, el libro de cabecera para conocer el comité que investigó el 11-S. La clave del asesinato de John Kennedy podría estar en la Ciudad de México y ha costado la vida, al menos, a una persona –Charles Williams Thomas-, aunque muchas otras callaron lo que sabían por miedo a perder la suya.

“En aquel entonces nos asustamos al percatarnos de que mucha gente involucrada en el caso Kennedy moría en circunstancias misteriosas”, confió a Shenon Francisco Guerrero Garro, sobrino de Elena Garro, hoy 73 años y fundador y editor ya jubilado del diario La Jornada de México. Guerrero, 23 años y universitario cuando murió Kennedy, asistió a la fiesta en que su tía encontró a Oswald. Este prominente periodista mexicano asegura que él también vio a Oswald. “Pero nunca quise hablar”, explica en el libro. Como muchos otros, tenía miedo. Quizá Silvia Durán esté entre esos otros.

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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