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Un buque para la independencia lituana

Vilna intenta reducir su dependencia energética de Moscú con una terminal flotante de procesamiento de gas natural licuado anclada frente a sus costas

Andrea Rizzi

En el centro de Visaginas —una gris localidad del este de Lituania situada a pocos kilómetros de la frontera con Bielorrusia— se yergue un extraño objeto que parece un peculiar indicador de temperatura. En realidad, se trata de un medidor de radiactividad. Durante décadas, el objeto fue escrutado con inquietud por la población local a su paso por los alrededores. A escasa distancia de Visaginas se halla una central nuclear de la misma generación de la de Chernóbil.

En las negociaciones para su adhesión a la Unión Europea, Bruselas requirió a Lituania el cierre de esa central, que cubría gran parte del consumo eléctrico del país. Así, los lituanos ya no tienen por qué temer al monstruo soviético incrustado en su territorio. Sin embargo, casi un cuarto de siglo después de su independencia y casi una década después de su ingreso en la UE, Lituania se halla expuesta a una peligrosa dependencia energética de Moscú.

Las presiones rusas sobre los países de su entorno no se limitan a los que no son miembros de la UE. Junto a las maniobras sobre Ucrania y al veto a la importación de vinos moldavos —importante sector para ese país—, Moscú ha decidido recientemente también un bloqueo a los productos lácteos de Lituania, país que ostenta la presidencia semestral de la UE y que ha impulsado con vigor la política de Asociación Oriental la Unión.

Lituania paga por el gas ruso que consume un 15% más que la media europea y constituye una de las “islas energéticas” más vulnerables de la Unión, según la Comisión Europea. Los otros vecinos bálticos también sufren, aunque en menor medida, una seria dependencia de Moscú.

Como herencia de otros tiempos, las infraestructuras energéticas y de transporte de esta región miran todas hacia Rusia, lo que impide o complica la conexión con Europa central y occidental, y por ende mantiene viva una delicada dependencia de Rusia. Una década de pertenencia a la UE ha cambiado muy poco esa situación.

Con el objetivo de reducir esa dependencia, el Gobierno lituano impulsa un proyecto para anclar una terminal flotante de procesamiento de gas licuado frente a sus costas. Vilna alquilará ese buque —construido por un astillero surcoreano— a una compañía noruega. Lituania espera que pueda procesar hasta un 60% del consumo anual lituano de gas y que esté operativo para finales del año que viene o principios de 2015. La totalidad del gas consumido en Lituania en la actualidad procede de Rusia.

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Pero el Kremlin y Gazprom no parecen observar inactivos.

Preguntado al respecto en un encuentro con un reducido grupo de periodistas, el ministro de Exteriores lituano, Linas Linkevicius, sostuvo que Rusia está “ejerciendo presiones” para frenar el proyecto.

“Hay muchas cosas que se pueden hacer: presiones contractuales, campañas mediáticas, interferencias políticas…”, comentó el ministro. Linkevicius admitió sin embargo que la “falta de perseverancia” de Vilna es una razón importante por la que el país todavía se halla en este estado de total dependencia. Lituania entró en la UE en 2004; cerró su única planta nuclear en 2009.

Un buen ejemplo de inacción que facilita el juego de Moscú es un proyecto para construir una nueva central nuclear en asociación con los otros bálticos. La iniciativa yace sobre la mesa desde hace años sin avances tangibles.

Bruselas es sin duda consciente de la situación, y está por ejemplo impulsando una red de ferrocarril con el ancho de vía europeo que una directamente entre ellas las tres capitales bálticas. Pero en ese terreno también mucho tiempo se ha perdido por desacuerdos internos.

Mientras tanto, Lituania espera un buque que es casi un escudo. Según ha declarado la presidenta lituana, Dalia Grybauskaite, se llamará Independencia.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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