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Columna
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La solución del conflicto sirio

Mucho más que los factores internos, cuentan los externos, tanto los que se originan en la región como EE UU y Rusia

La rebelión siria, que ha costado más de 100.000 víctimas mortales y desplazado de sus hogares a seis millones de personas (un cuarto de la población), de los que casi dos millones se han refugiado en los países limítrofes (Líbano, Turquía, Irak y Jordania), se inicia a comienzos de 2011 en el contexto de la primavera árabe. Esta conexión pone ya de manifiesto la diversidad de intereses foráneos que la acompañan, aunque nada se entiende si no se toma en cuenta la larga dictadura familiar y la reacción brutal de Bachar el Asad que, siguiendo las pautas del padre, trató de aplastar la protesta con medidas represivas.

A la caída del Imperio Otomano en Siria, como en toda la región, faltan los mimbres nacionales que posibiliten un Estado sostenible. Y ello, por la fragmentación religiosa y étnica de estas sociedades, debido a que no se produjo la secularización que en Europa sustituyó la identidad religiosa por la nacional. Hasta en Israel, el Estado más consolidado de la región, la identidad hunde sus raíces en la religión y en la etnia, sin que haya surgido una noción laica de ciudadanía sobre la que ha de levantarse cualquier Estado democrático.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y Rusia, las nuevas potencias hegemónicas, impulsan el proceso de descolonización, obligando a Francia y al Reino Unido a retirarse del Oriente Próximo y del norte de África. En algunos países (Túnez, Egipto, Irak) dejan monarquías de juguete que pronto fueron derribadas, quedando solo en Jordania y Marruecos como reliquias a extinguir. Argelia fue la excepción. Por la gran cantidad de colonos franceses, consiguió la independencia tras una cruel guerra, que forjó un Estado capaz de mantener a raya al islamismo gracias a una dictadura militar continuada.

Pero mucho más que los factores internos, en el conflicto sirio cuentan los externos, tanto los que se originan en la región —junto a la ocupación israelí de territorios palestinos, el enfrentamiento de los chiíes (Irán) y los suníes (Arabia Saudita)— como los de los intereses de las dos potencias hegemónicas, Estados Unidos y Rusia. De manera directa el conflicto también incumbe a Turquía —1,7 millones de kurdos en el noreste de Siria, que la rebelión ha hecho prácticamente autónomos— y a China, con una población musulmana en su frontera occidental que trata de independizarse.

Si no fuera por la debilidad manifiesta de EE UU, el compromiso iría perdiendo fuelle hasta desaparecer

Un hecho ha empujado a las potencias occidentales a buscar una solución negociada: el apoyo occidental a los grupos rebeldes ha favorecido la influencia de Al Qaeda, retornando el fantasma de la política suicida practicada en Afganistán, cuando se ayudó a los talibanes a combatir la invasión soviética. La influencia creciente de Al Qaeda da una buena parte de razón al Gobierno sirio al considerar terroristas a los grupos rebeldes. Entre Bachar el Asad y Al Qaeda, la elección parece clara, pero significa que al final triunfarían Irán y Rusia.

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La deriva del conflicto sirio impone un compromiso con Irán. Sin el éxito de la conferencia de Ginebra entre Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y Alemania con Irán no cabe un convenio entre el Gobierno sirio y los grupos rebeldes, que solo puede consistir en el cese de Bachar el Asad en el plazo y las condiciones que se acuerde. Ahora bien, la solución negociada del conflicto sirio implica una redefinición de las relaciones de poder en la región de enorme transcendencia.

La cuestión central en la penumbra es la posición de Israel ante un conflicto en un país vecino con el que formalmente se encuentra en guerra. Le conviene que el enemigo se descuartice en una contienda civil, pero resultaría inadmisible que un enfrentamiento, hasta ahora tan útil a sus intereses, acabase con el fortalecimiento del mayor de los enemigos, Irán. Se comprende que Benjamin Netanyahu considere que “es un mal acuerdo que da a Irán exactamente lo que quería: un levantamiento parcial de las sanciones, a la vez que mantiene una parte esencial de su programa nuclear”. En esto consiste el compromiso, al que Irán y Estados Unidos acuden conscientes de su creciente debilidad. Si la paz se consolida, a Israel le resultará mucho más difícil negarse al reconocimiento de un Estado palestino con fronteras que lo hagan viable.

El compromiso con Irán resulta también inasumible para Arabia Saudí en la región. El que Irán recobre su libertad de movimiento, incluso un día la de exportar petróleo, lleva a un régimen gerontocrático que se niega a cualquier renovación a convertir el secular enfrentamiento de los suníes con los chiítas en nueva guerra de religión.

Los enemigos del compromiso, Israel y Arabia Saudí, tienen apoyos muy fuertes en Estados Unidos, y no sólo en el partido republicano. Si no fuera por la debilidad manifiesta de Estados Unidos, sin otra alternativa que contribuir a la paz, el compromiso iniciado iría perdiendo fuelle hasta desaparecer.

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