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Jesús Baena, un experto en agua que sigue en Tacloban

Este trabajador humanitario que llegó tras el tifón Haiyan estará varios meses en Filipinas

Naiara Galarraga Gortázar
Jesús Baena, trabajador humanitario experto en agua, en Taclobán.
Jesús Baena, trabajador humanitario experto en agua, en Taclobán. DANIEL BURGUI

Jesús Baena casi no había deshecho la maleta de Haití cuando Acción contra el Hambre le propuso ir a Filipinas, a Tacloban, al lugar más devastado por el tifón Haiyan. Baena, 31 años, de Andújar (Jaén), trabajador humanitario, experto en agua, saneamiento e higiene, tomó unos cuantos aviones y se plantó allí días después. “Una vez vi la magnitud del desastre quise venir”. El tifón más fuerte que ha tocado tierra había matado a su paso a más de 5.982 personas y causado la desaparición de otras 1.779. Allí sigue. Y allí estará al menos tres meses. Quizá más. Cuenta por teléfono (cuando la línea por fin engancha y nos oímos) que su trabajo cotidiano en esta ciudad que tuvo 180.000 habitantes y que los brutales vientos y la posterior ola devastaron puede ser “un poco bipolar”: “Hay una parte muy administrativa, preparar compras, escribir muchos emails, responder otros, muchas reuniones, ahora con Oxfam o ahora con una agencia de Naciones Unidas para coordinarnos o repartirnos la tarea. Y hay otra parte sobre el terreno que puede ir desde es dirigir al equipo nacional, guiarles, hasta desinfectar un camión”. Ningún día es idéntico al anterior o el siguiente. Le encanta. Es su trabajo soñado. Al que aspiraba hace diez años.

Incluso por una conexión telefónica de calidad mejorable transmite pasión. Como cuando explica que lo fácil del trabajo de los expertos en agua y saneamiento es la parte técnica. Colocar una potabilizadora, depurar miles y miles de litros y repartirlos. “Lo difícil es lo social asociado al uso del agua”, explica. Y eso que suena tan aburrido lo convierte en un empeño fascinante: “Es cambiar actitudes. Es formar a la gente para que sepa utilizar el agua. Para que el agua no sea un vehículo de transmisión de enfermedades”.

Eso lleva tiempo. Cada vez que se produce un desastre natural de magnitud, cientos de cooperantes y periodistas salen corriendo hacia allá. Los reporteros suelen ser los primeros en regresar a casa; después vuelven los trabajadores humanitarios expertos en emergencias, en el primer golpe. Pero siempre hay otros empleados de ONG, como Baena, y organismos multilaterales que se quedan unos meses contribuyendo a que la vida de los afectados vuelva a ser cuanto antes lo que fue. Algunos permanecen incluso años.

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Baena habla inglés, francés, “un poquito de creole haitiano y alguna palabra de tagalo”, asegura. Llegó hasta su actual profesión vía un posgrado. Un máster muy específico que forma lo que él es: experto en agua, saneamiento e higiene. El terremoto de Haití le dio la oportunidad. Allí ha estado trabajando durante los dos últimos años y medio. Un gran salto desde sus primeros trabajos de emergencias en las ambulancias de Andalucía. Siempre ha trabajado en emergencias; siempre con Cruz Roja. Ahora está en Filipinas con Acción contra el Hambre.

Dentro del mundo de las emergencias, España se ha ido especializando en la potabilización del agua. Baena explica que el país se ha creado una reputación y que son muchos los profesionales españoles en agua y saneamiento que trabajan para ONG de otros países.

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Explica que “el equipo nacional” –el trabajo humanitario también tiene su jerga— son unos diez filipinos, venidos de zonas que se libraron del tifón, expertos en agua y emergencias que a su vez movilizan a equipos locales. Así la víctima de un desastre natural, explica, “no es un sujeto pasivo que recibe un servicio, sino que es un sujeto activo que es apoyado y movilizado. El día que hablamos era el único expatriado, aunque esperaba la llegada de otra extranjera. Asegura que a muchos filipinos les sorprende descubrir que algunas organizaciones humanitarias (incluidas un buen puñado de españolas) trabajaban en el país antes de este desastre. Tampoco sorprende si se tiene en cuenta que el país asiático padece un catálogo casi completo de desastres naturales incluidos tifones –en noviembre agotó con Zoraida el abecedario--, terremotos, erupciones volcánicas e inundaciones.

Lleva tanto fuera que confiesa no tener muy claro dónde queda su casa, si en Andújar, donde creció, o en Granada, adonde se trasladó a los 18. Pero para nada se siente desarraigado. “Me lo he currado para que no me pase”, cuenta. Mantiene el contacto con su gente en España y allí donde vive hace amigos, locales e internacionales. Y, lo más importante, construye su vida allí donde se encuentra. Ahora en Tacloban. En una pensión alquilada, aunque aún en habitación compartida.

No descarta quedarse incluso seis meses porque le gustaría ver el principio del trabajo de recuperación (la fase tras la emergencia). Lo que sí está claro es que pasará las navidades en Tacloban. Tampoco eso le apena. Ya en noviembre los abetos y las decoraciones eran omnipresentes en Filipinas.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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