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“La policía es una mafia”

Vecinos de la provincia de Buenos Aires relatan los abusos de los agentes

Alejandro Rebossio
Protesta de policías en La plata esta semana.
Protesta de policías en La plata esta semana. ENRIQUE MARCARIAN (REUTERS)

Los diversos cuerpos policiales no tienen la mejor fama en Argentina y en las calles es fácil comprobarlo. A la policía de la provincia de Buenos Aires, donde vive el 38% de los argentinos, se la llamó maldita policía en el final del siglo XX por corrupta y represiva. En la actualidad, tras las huelgas que en las últimas dos semanas dejaron la vía pública librada a saqueos y muertes, un recorrido por la periferia de la capital ratifica la sospecha. El pasado viernes, la presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, acusó a policías “de organizar la delincuencia para robar a gente y comercios”.

En San Isidro, en el norte del llamado Gran Buenos Aires, M. —que, al igual que otros entrevistados para este reportaje, por temor a represalias prefiere no se publique su nombre y apellido— vende alfajores (dulces) a los automovilistas que frenan en un semáforo. “Acá no nos piden coimas (sobornos) para trabajar, no es como en los cabarets. En cambio, en Tigre (al norte de San Isidro) tuve algunos cruces con un par de vigis (vigilantes) y yo les dije: ‘Si trabajás, (te persiguen) porque trabajás. Si choreás (robas), porque choreás’. Hay vigis que no te molestan y otros que son corruptos. Un vigi en la (autopista) Panamericana me paró porque íbamos dos en una moto y uno no tenía casco. Nos dijo: ‘Vos sabés cómo se arregla esto’. Nos sacó 300 pesos (34 euros) a cada uno porque si no nos sacaba la cédula de identidad y el registro (carné de conducir). Le pagamos y seguimos en moto sin casco”. M. opina que los policías deberían ganar más. Claro que ahora uniformados con seis meses de formación ganarán más que ingenieros o maestros que trabajan para el Estado.

Es habitual que los policías controlen sin razón a jóvenes de barrios pobres. “Son re [muy] giles [tontos]. Cuando están aburridos, te paran, te preguntan cuántos años tenés, el talle [talla] de las zapatillas, cuánto medís”, cuenta una reciente experiencia N., de 17 años, que con aretes brillosos en ambas orejas y camiseta de Boca Juniors está sentado con un amigo en una esquina del San Isidro más popular y menos lujoso. Caminaba solo por la tarde cuando lo frenaron. “Hablaban corte [estilo] burlándose. Les respondí todo porque, si no, te cagan a palos. Después se fueron”, cuenta N.

No corrió la misma suerte Luciano Arruga, que a los 16 años desapareció en 2009 en Lomas del Mirador, en el sudoeste del Gran Buenos Aires. “Primero los policías le ofrecieron robar para ellos”, cuenta su hermana Vanesa. “Le ofrecían zapatillas para él y la familia, le decían que le daban armas y auto. Él se negó. Luego continuaron con las amenazas y los golpes. Lo paraban en la calle, lo ponían contra la pared, avergonzándolo ante los vecinos. Después comenzó a ser detenido sistemáticamente. Es algo común con los menores de edad de barrios humildes”, cuenta Vanesa. En su momento su familia no denunció el acoso: “Los pobres no somos pelotudos [tontos], no vamos a denunciar sin garantías a una mafia como es la policía. No tenemos plata (dinero) para pagar abogados”. Finalmente, Luciano desapareció y los ocho policías acusados por la familia de matarlo aparecen en la causa judicial como testigos y solo han sido apartados del cuerpo en 2013.

Al lado de semejantes acusaciones, pierden importancia cosas como que los policías nunca paguen una pizza en una pizzería ni los bollos en una panadería. “Antes era costumbre que vinieran un policía pidiendo una pizza para el comisario, pero hace diez años (en la última crisis de Argentina) se acabó, el dueño ya no les dio más y no pasó nada”, cuenta H., encargado de una pizzería de San Isidro. Pero N., empleada de una panadería vecina, cuenta que a las 5 de la madrugada siempre hay un uniformado esperando que abra para llevarse gratis una docena de bollos. “Estaban parados acá, mientras a mí dos veces me intentaban asaltar cuando venía a abrir”, se queja N.

Un comercio cercano sufrió dos robos en menos de un año. El primero, de día, dos ladrones con el rostro descubierto asaltaron a la dueña. “Si hacés la denuncia, cada vez que agarren a un chorro (ladrón) vas a tener que venir a identificarlo”, la desalentó un policía, según J., padre de la propietaria. Ella desistió de hacerla, con el coste de que no pudo cobrar el seguro por robo. El segundo fue por la noche. Una vecina dijo que vio a dos delincuentes rompiendo la reja del negocio. Ella misma y una testigo contaron que después unos policías entraron al local. Pero J. relata que los uniformados negaron haber acudido al lugar.

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