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Columna
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De Francisco a Vladimir

Los individuos son los que hacen la historia con sus decisiones determinan el sentido de nuestras vidas, definen nuestra época

Francisco G. Basterra

Los individuos son los que hacen la historia para bien o para mal, con sus decisiones determinan el sentido de nuestras vidas, nos liberan o nos arruinan, definen nuestra época. Las cosas grandes siempre parecen imposibles hasta que se hacen, afirmaba Obama en el funeral de Mandela. El hombre que con su visión, su negativa a la revancha y su acierto al actuar, perdonar y negociar, sepultó la infamia del apartheid, es hoy el mejor ejemplo de las personas que cambian la historia. Madiba aseguraba que no importa lo estrecha que sea la puerta, “soy el dueño de mi destino, el capitán de mi alma.” A su manera y en su medida, tres personajes internacionales hicieron historia en 2013. Por supuesto, no son comparables con Mandela, que ya ha entrado en la historia. Ninguno de ellos es europeo. Un argentino, un ruso y un estadounidense. Dos tienen poder, enorme y no compartido en algún caso. El tercero es un ciudadano del común. Son en mi opinión, por encima de otros posibles, los personajes más destacados de la escena internacional. No necesariamente actuaron en beneficio de la humanidad o democráticamente, pero brillaron con luz propia. 

No es necesario preguntarse como hizo cínicamente el dictador soviético Stalin sobre cuántas divisiones tenía el Papa. Desde una austera hospedería en el interior del minúsculo Estado del Vaticano, guardado por soldaditos de opereta, un hombre sencillo puede remover la vida de 1.200 millones de católicos; o desde el Gran Palacio del Kremlin, un antiguo miembro del KGB arbitra el futuro de Oriente Medio o alienta un acuerdo histórico entre los clérigos de Teherán y el hasta ahora Gran Satán que habita en la Casa Blanca; o un hombre solo, sin poder institucional alguno, ayudado por su ordenador es capaz de penetrar en los secretos de la cueva cibernética de la principal agencia de espionaje del mundo y poner patas arriba la violación de la intimidad y el espionaje realizado por la primera superpotencia sobre decenas de millones de habitantes del planeta.

El Papa Francisco, el zar de todas las Rusias, Vladimir Putin, y Edward Snowden, ex analista de la NSA. Como un síntoma más del acelerado desplazamiento del eje geopolítico mundial, el Nuevo Mundo colocó a uno de los suyos en la cátedra de San Pedro en Roma. Un desconocido jesuita argentino que ejercía su ministerio con discreción en Buenos Aires rompía con su nombramiento como nuevo Papa el eurocentrismo de la Iglesia Católica. Su nombramiento fue precedido por un hecho inédito: la renuncia por sorpresa del Papa anterior, el teólogo alemán Benedicto XVI, sin fuerzas para resolver la crisis que sacude a la milenaria institución. Mediante audaces gestos formales y profesión de humildad, escogió su nombre en memoria de Francisco de Asís, Jorge Bergoglio parece haber aceptado la complejidad del mundo moderno y apuesta por abandonar la práctica de la constante riña a sus fieles en favor de la piedad y la compasión, para escuchar y curar equilibrando el juicio con la misericordia. Pone el foco en los pobres y desheredados, el 5o% más pobre del mundo controla solo el 1% de su riqueza. El Papa Francisco ha desconcertado incluso a los más escépticos con la religión católica con su llamamiento a sacar a la Iglesia a la calle abandonando los palacios y las sacristías. 

Contra todo pronóstico y la ceguera de Estados Unidos y de Europa de no tratar a Rusia como un adversario todavía potente, Putin brilla al final de 2013. Más aislado, con menos recursos y sin oposición alguna acaba el curso como el más listo de la comunidad internacional. El autócrata que controla todo el poder se da finalmente un baño de derechos humanos y se permite poner en libertad a 12.000 disidentes, rebeldes de todo tipo y presos políticos, incluido el magnate del petróleo Jodorkovski al que encarceló hace una década para quitárselo de en medio ante la posibilidad de que le pudiera hacer sombra política. El patriarca de Moscú y líder de la Iglesia ortodoxa rusa, Cirilo, ha honrado a Putin por el mantenimiento de la Gran Rusia, por hacer más que nadie en convertirla en más poderosa y por recuperar sus antiguas posiciones. Utilizando una mezcla de fuerza y dádivas ha bloqueado la expansión de la UE hacia el Este frustrando la Europa del Atlántico a los Urales soñada por el general De Gaulle. Preserva la esfera de influencia rusa en las antiguas repúblicas de la URSS hoy independientes y avanza en su objetivo de edificar un imperio euroasiático. Arbitra políticas globales desvelando la debilidad de Obama en los escenarios de Siria e Irán. Y pone la guinda cobijando a Snowden que ha desnudado la política de fisgoneo de EE UU sobre sus aliados. Todo un expediente.

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