_
_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Parácuaro no es Fuenteovejuna

Lo que pasa en la región mexicana de Michoacán no es como la obra teatral de Lope de Vega. Esta es una obra real, una magna producción del inmenso vacío de diferentes gobiernos

Lope de Vega y Carpio publicó en 1618 una obra de teatro titulada Fuenteovejuna que se resuelve en el tercer acto de la siguiente manera: el pueblo de Fuenteovejuna decide hacer justicia por su propia mano ante los constantes abusos del poder que ejerce el Comendador. Reunidos todos los varones del pueblo en una asamblea donde se ha de decidir cómo enjuiciar o ajusticiar al Comendador, se presenta maltrecha la recién casada Laurencia, también recién escapada de la prisión donde abusó de ella el Comendador. Ya ni hablar de los enredos de la boda de Laurencia con Frondoso, o la taimada y tímida actitud casi invisible del alcalde, pues lo que permea sobre los tres actos de la obra como una nefasta neblina es precisamente el abuso que parece insalvable del Comendador hacia todo el pueblo de Fuenteovejuna.

La decisión colectiva y enardecida es tomar el Palacio de la Encomienda, donde finalmente matan al Comendador y posteriormente pasean su cabeza en la punta de una puya. Al llegar al pueblo el juez que ha de investigar el crimen partiendo de la pregunta ¿Quién mató al Comendador?, uno por uno, todos a una, responden: Fuenteovejuna, Señor y a la pregunta de quién es Fuenteovejuna, uno por uno responde: Todos a una, Señor. Lo que hemos de subrayar de este entuerto es el convencimiento del pueblo, todos y cada uno en cada cual, de que los abusos del Comendador no pueden estar por encima del poder de los Reyes Católicos, que les viene de Dios. Tomada la encuesta, el juez investigador informa precisamente al rey Fernando quien decide ir él mismo a intentar explicarse lo que podría llamarse insurrección, si no fuera resuelto por la propia asamblea de Fuenteovejuna que informa a sus católicas majestades que todo fue hecho en su nombre y, por ende, el pueblo todos a una no merece castigo alguno. Se ha hecho justicia… y el público aplaude.

Algo muy diferente ocurre ahora en casi una decena de municipios del estado de Michoacán, en la región sur-occidental de México: grupos autodenominados como de autodefensa se han lanzado a la cruzada civil, insubordinada, por combatir ellos mismos a los grupos de narcotraficantes y delincuentes, otrora dueños de esas regiones. Analistas y algún que otro reportero han confundido el ánimo de la situación como una suerte de Fuenteovejuna en plural y a la mexicana, pero el símil no embona por un mínimo detalle casi invisible que aún así no debe de ser obviado: la voluntad colectiva de Fuenteovejuna es anónima, todos a una, y actuaron en abono del poder del rey sin proponerse ni la instalación de una república o la coronación de la ofendida Laurencia… en cambio, el movimiento y expansión de los grupos de autodefensa tienen ya líderes carismáticos, dignos de corridos o desgracias como en los viejos tiempos y es de suponerse que el Gobierno Federal tiene precisamente el mejor argumento para convencerlos de que ellos también están actuando por encima de la ley, fuera de todo entramado donde se supone ya no hay cabida para la justicia en propia mano.

José Manuel Mireles, líder de las milicias civiles de autodefensa michoacanas, acaba de sufrir un accidente de aviación que revuelve el caldo tradicional donde la literatura llueve sobre las noticias en México: supongo que quien lo interrogue en el hospital no sentirá el mismo galimatías que transcribía el juez ante Fuenteovejuna, pero sí la enrevesada dramaturgia de una hermosa región sumamente productiva afectada por grupos de delincuencia bien organizada y muy rentables agrupaciones de narcotraficantes llamados Templarios o Familia, más de tres actos de largos silencios, fantasmas de tantos muertos, escenografías ensangrentadas, filas de decapitados esos sí anónimos, poco diálogo, vestuario variable según el presupuesto de los contendientes y la presencia ocasional del Ejército Mexicano o las policías que salen corriendo en patrullas desvencijadas en cuanto llegan las fuerzas vivas de Mireles o los adoloridos gangsters que reclaman sus papeles sobre el escenario de esta obra de teatro real, magna producción del inmenso vacío de diferentes gobiernos al hilo… y aquí nadie aplaude.

Jorge F. Hernández es escritor. www.jorgefhernandez.com

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_