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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ceremonia de la confusión

La conferencia sobre Siria puede servir al menos para aliviar el sufrimiento de la población civil

Lo paradójico de la conferencia de Ginebra, que debía comenzar hoy, es que se puede celebrar a condición de que no dé los resultados apetecidos como acordar una fórmula de transición para la democratización de Siria y el fin de la guerra. La actitud de Damasco, que aunque acude a la cita excluye rotundamente la renuncia del presidente Bachar el Asad, y la ausencia de Irán, su gran respaldo internacional, hacen esos objetivos impensables. Pero eso no debería negar a la cita una modesta oportunidad. El Gobierno sirio estaba dispuesto a ir a Ginebra porque cree que ya no puede perder la guerra, aunque tampoco sea capaz de aplastar la sublevación, y, sobre todo, porque quiere recuperar, ahora que Occidente restringe su apoyo militar a los rebeldes trufados como están de terroristas antioccidentales, el galardón que tanto le ha servido en el pasado: ser el mejor bastión en la zona contra Al Qaeda y sus secuaces. La Coalición Nacional Siria, donde se acogen los elementos presumiblemente modernizantes de la rebelión, solo accedía a asistir al cónclave cuando supo que EE UU vetaba la participación de Irán. Pero les habría costado, en cualquier caso, negarse a ello porque si no iban a Ginebra ponían en peligro lo que resta de ayuda militar norteamericana. Y la extensa gama de yihadistas radicales ni asisten, ni se les ha invitado, pero igualmente se oponían —como Arabia Saudí— a la presencia de Teherán, empeñados como están en una doble guerra: contra el íncubo de Damasco y esa difusa posición de los rebeldes moderados que no aspiran, como ellos, a la conversión de Siria en un emirato islámico.

La conferencia podía servir, en cambio, a objetivos más terrenales pero no desdeñables: intercambio de prisioneros; establecimiento de treguas aun en áreas limitadas del conflicto; delimitación de corredores humanitarios para aliviar los sufrimientos de la población civil, a todo lo que, pero siempre a beneficio de inventario, ha asegurado que se presta el Gobierno sirio.

Lo peor del conflicto es que si en las filas de la sublevación quedan vestigios de una tercera posición —ni contigo ni contra ti—, la brutal represión desencadenada por el Ejército contra lo que era una protesta inicialmente pacífica la ha laminado, y sus principales representantes han elegido el exilio. Un caso paradigmático es el de Jihad Makdissi, cristiano, antiguo portavoz del Ministerio de Exteriores, que desertó en diciembre de 2012 y hoy espera en el confort londinense a que el agotamiento de los combatientes reviva milagrosamente esa tercera vía entre El Asad y el yihadismo furibundo.

Lo menos malo que puede ocurrir en estas circunstancias es que las iniciativas para mitigar el enfrentamiento —acuerdos para canje, treguas y corredores— prosperen a instancias de los propios comandantes sobre el terreno. Para eso podría haber servido Ginebra II, porque nadie hace la paz mientras crea que no ha sido derrotado. Y ese momento no ha llegado aún para los contendientes.

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