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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

País tiovivo

Las distintas facetas del peronismo se reencarnan en un círculo que lleva siempre al mismo sitio

Martín Caparrós

Llamémoslo tiovivo, que tiomuerto es peor. En México o Colombia lo llamarían carrusel; en Argentina calesita. Nuestras nadas poco difieren pero nuestras palabras nos separan, aunque estamos de acuerdo en lo básico: un tiovivo carrusel calesita es una máquina que se mueve para no ir a ninguna parte. Cada vez más argentinos pensamos nuestro país como un tiovivo.

Nos sucede las pocas veces que revisamos el largo plazo: hace cien años algunos de los dueños de aquella Argentina próspera, orgullosa, meta de millones de migrantes, imaginaron la posibilidad de dejar de vivir solo de frutos de la tierra e intentaron reemplazarlos por industrias. Durante medio siglo, ése fue el futuro: un país moderno, educado, tecnificado, productivo. Y el presente intentaba acompañar: Argentina producía sus propios coches, sus aviones, sus centrales nucleares, más libros que nadie más en castellano. Es el mito del que todavía somos deudores: lo que debimos ser pero no fuimos. Después el futuro, como suele pasar, se nos pasó. Desde fines de los años setenta, dictadura militar y departamento de Estado mediante, Argentina volvió a esa condición de granero —sojero— del mundo con que había empezado el siglo XX: al punto de partida, gran vuelta de tiovivo.

Tiovivo también cuando vemos que un nuevo peronismo reemplaza al anterior. Llega, cada vez, montado en su caballito de batalla: el mito que pretende que solo él puede gobernar el país. Un caso clásico de profecía autocumplida: como tantos creen que el único que puede gobernar es el peronismo, entonces los que quieren gobernar se acercan al peronismo, entonces nadie gobierna si no se acerca al peronismo. Con lo cual el peronismo puede ser cualquier cosa —nacionalista, desarrollista, neoliberal, populista— para seguir siendo una máquina de poder y mantener en el poder a sus patrones. Es otro círculo vicioso, muy vicioso: otra forma de volver siempre adonde estábamos.

Pero nunca nos pensamos tan tiovivo como cuando vemos aparecer los mismos caballitos que apenas se habían ido: esas vueltas cortas que ritman nuestras vidas. Cuando vemos que vuelve la inflación, que la plata no alcanza para nada, que hay quienes salen a saquear supermercados, que otra vez las corridas tras el dólar, que escasean de nuevo los empleos, que la luz se corta cada vez que hace calor, que el agua falta cada vez que hace falta y sobra cada vez que llueve, que los trenes no corren porque son para pobres, que los sindicalistas se pelean por la pasta, que los empresarios se pelean por la pasta, que los gobernantes se la llevan con pala, que los niveles de distribución de la riqueza son —tras 10 años de buenas cosechas y grandes discursos— los mismos que hace 15 años, que las escuelas y los hospitales públicos están —tras 10 años de supuesto estatismo progre— tan descuidados como siempre, que la vida cotidiana sigue igual de mal, que el malhumor sigue igual de mal, que la mugre sigue igual de mal, que la inepcia de los gobernantes sigue igual de mal, que seguimos sin creerles y sin saber qué hacer en cambio: que pasa el tiempo y no produce nada. Que aunque nos subamos, de tanto en tanto, al caballo de madera y finjamos un galope, el tiovivo sigue dando vueltas: llevándonos una y otra vez al mismo sitio.

Y entonces, a veces, nos desesperamos, y empezamos a preguntarnos si no seremos, todos, animalitos repintados, muñecos del tiovivo.

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