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La pacificación de Río, en jaque

La ciudad se debate entre continuar profundizando en una política de seguridad que comienza a presentar agujeros negros o retomar la vieja estrategia de persecución contra el narcotráfico

Batallón de choque en la favela Árvore Seca, en Río
Batallón de choque en la favela Árvore Seca, en Ríoricardo Moraes (REUTERS)

A tan solo cuatro meses del inicio de la Copa del Mundo, Río de Janeiro, la ciudad con más proyección turística de Brasil, se debate entre continuar profundizando en una política de seguridad que comienza a presentar agujeros negros o retomar la vieja (y fallida) estrategia del acoso y derribo al narcotráfico armado. Las noticias que se suceden a diario en la prensa local llevan inexorablemente a la conclusión de que Río se encuentra en una inquietante encrucijada. Las células del narco que durante los últimos años han permanecido en letargo, acorraladas por el avance de las Unidades de Policía Pacificadora (UPP) y descabezadas de sus líderes históricos, están revolviéndose con virulencia contra una policía de corte comunitario cuyas filas, en muchos casos, están nutridas por jóvenes agentes sin experiencia. Todo apunta a que el secretario de Seguridad Pública de Río, José Mariano Beltrame, corregirá en las próximas semanas la trayectoria del proceso pacificador, ocupando nuevas favelas, aunque también apuntalando las ya pacificadas con nuevas operaciones de alto voltaje, protagonizadas por comandos de operaciones especiales e incluso efectivos del Ejército brasileño.

Tras la reciente oleada de ataques a destacamentos y unidades de policías pacificadores en favelas como Rocinha, Alemão o Pavão-Pavãozinho, que se han saldado con la muerte de diez agentes desde 2012, Beltrame ha dejado claro que, lejos de recular en su estrategia, Río de Janeiro acelerará su proceso de ocupaciones de comunidades. Este jueves, comandos del BOPE (Batallón de Operaciones Especiales de la Policía Militar) y del Batallón de Choque irrumpirán al alba en el complejo de Vila Kennedy, en la zona oeste de la ciudad, para dar caza y captura a narcos buscados y ocupar el territorio. Vila Kennedy lleva años inmersa en un fuego cruzado entre facciones criminales que se disputan los puntos de venta de droga. En el último mes, la tensión ha aumentado en el suburbio, con intensos tiroteos, autobuses quemados y una de las principales arterias de acceso a Río cortada por los disturbios. Más de dos mil alumnos dejaron de ir a clases por miedo a verse atrapados en los tiroteos.

El máximo responsable de la policía carioca afirma que el asedio al que los grupos del narco están sometiendo a los agentes pacificadores en algunas favelas no es más que la prueba latente de que la política de pacificación está surtiendo efecto. Según él, los ataques representan un intento desesperado de amedrentar y desmoralizar a la tropa y a la población de las comunidades pacificadas, que aun se debaten entre dar la espalda definitivamente a los narcotraficantes (hasta hace pocos años los dueños y señores de esos suburbios) o seguir dándoles cobertura ante la eventualidad, en absoluto descabellada, de que la pacificación termine en un fiasco. El principal informativo da Rede Globo, “Jornal Nacional”, emitió una impactante escena en la que quince hombres desarmados, todos vecinos de la favela de Rocinha, rodeaban un vehículo de la UPP local y la emprendían a pedradas y ladrillazos hasta destrozar sus vidrios y acorralar a los agentes que estaban dentro. Según las primeras investigaciones, los protagonistas de la escena actuaban siguiendo instrucciones del narcotráfico que subsiste en algunos reductos de la Rocinha.

La operación de Vila Kennedy culminará con la implantación de la UPP número 38. Según el Gobierno de Río, tras esta ocupación más de un millón y medio de habitantes se beneficiarán de la presencia de estos agentes pacificadores en toda la ciudad. La pregunta ahora es qué ha sucedido para que a tan solo unos meses del mundial estallen estos ataques que vienen a desestabilizar y a poner en jaque un proyecto que parecía consolidarse poco a poco. Algunos analistas responden que era de esperar, pues los delincuentes nunca llegaron a abandonar del todo las favelas ocupadas. Otros aseguran que no es más que el resultado de una política fallida, anclada en ocupaciones policiales y que, una vez más, ha dejado de lado lo más importante: llevar servicios públicos de calidad a los lugares que históricamente no han formado parte del mapa oficial de la ciudad.

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