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La OTAN vuelve al juego de la disuasión

Rusia lleva a la Alianza a mover tropas limitadas en torno a Ucrania para plantar cara a Putin

Claudi Pérez
Imagen de satélite que supuestamente muestra un batallón de artillería ruso en Novocherkassk.
Imagen de satélite que supuestamente muestra un batallón de artillería ruso en Novocherkassk.REUTERS

Armas, dinero y talento diplomático. El mundo ha cambiado, pero los instrumentos que emplean las grandes potencias para hacer valer sus intereses no varían: armas, dinero y talento diplomático. La OTAN deja atrás 12 largos años en Afganistán, una misión que ha sido sangrienta, a ratos frustrante y en las que se han visto divisiones internas, pero en la que la Alianza entrevió un futuro como punto de interconexión entre las fuerzas aliadas y las de países terceros, con nuevas líneas de actividad como el entrenamiento de Ejércitos, el diseño de infraestructuras defensivas y la denominada defensa inteligente (la vieja historia de hacer más con menos chequera).

El desafío de Rusia devuelve a la Alianza a la casilla inicial: sin olvidar esos planes, tiene que volver a centrarse en la seguridad de sus fronteras 25 años después de la caída del Muro. No hay dinero —cortesías de la crisis—, así que quedan armas y diplomacia: la OTAN debe trazar una fina línea que permita dar muestras de poderío militar para que el talento diplomático haga el resto. Tras unos años ocupada en su proyección más allá de sus fronteras (Afganistán, Balcanes), Putin obliga a sacar del armario los planes para proteger a sus socios. La OTAN vuelve a su tradicional vocación: la preocupación por Rusia, aunque Rusia ya no es lo que era. Y vuelve por donde solía: la Alianza prepara ejercicios militares, actualizará sus planes de contingencia en el Este e incluso está previsto que mueva armamento y tropas si bien de forma limitada, según las fuentes consultadas en la OTAN, en círculos diplomáticos y en think tanks norteamericanos y europeos.

Regresan, en fin, los tiempos de la disuasión. Dos décadas largas después de la disolución del Pacto de Varsovia, la Alianza Atlántica sigue existiendo y hasta se ha expandido, pero esa supremacía oculta debilidades que reflejan la ausencia de una amenaza real y la guerra de guerrillas de poder entre sus participantes, con el férreo liderazgo de un EE UU cada vez más cansado de que Europa haya descuidado sus defensas, y a su vez con algunos socios europeos con visiones distintas y molestos con la forma de ejercer la hegemonía en Washington. Tras unos años en los que algunos analistas llegaron a preguntarse para qué sirve la OTAN, Putin puede ser el catalizador de una especie de rediseño.

“Hay un despertar de la OTAN”, señalan fuentes de la Alianza, “fruto de un desafío que obliga a volver a prestar atención a la seguridad de los socios, con esos 40.000 soldados rusos cerca de Ucrania”. “Se trata de una llamada de alerta que conlleva un reenfoque hacia la seguridad colectiva: envío de flota al Báltico y al mar Negro, de aviones a Polonia, Rumanía y los Bálticos, y en adelante nuevos ejercicios cerca de la frontera con Ucrania, una revisión y ampliación de los planes de contingencia, y es posible que también el envío de un pequeño contingente de tropas hacia la zona, pero ni mucho menos como el dispositivo que ha desplegado Rusia”, señalan otras fuentes.

La OTAN no quiere perder la oportunidad de recuperar relevancia. El reto de Rusia y las demandas de países como Polonia y los Bálticos le puede allanar ese camino, pese a que Berlín se esté mostrando deliberadamente ambiguo y aunque Washington haya dejado claro que ni Rusia es la vieja URSS ni teme una reedición de la Guerra Fría. Hay una batalla soterrada por el relato de la crisis ucrania que dejará huella en la futura OTAN. A corto plazo las cosas están claras: los analistas esperan una demostración de fuerza con ejercicios en la zona en los que habrá unos 5.000 soldados; además, estudia enviar uniformados al área conflictiva, una cifra que no llegue a molestar de veras a Putin (algo más de 10.000 unidades, según otros expertos) pero que le obligue a calibrar el siguiente paso. Lo suficiente como para apuntalar sus defensas en el área, aunque no satisfaga completamente las aspiraciones del Este.

“No habrá nada más allá de mostrar voluntad política y diplomática; lo contrario sería un tremendo error. No se moverán grandes contingentes de tropas: Europa quiere usar las sanciones económicas combinadas con algo de disuasión”, resume Javier Solana, ex alto representante de la UE. Frente a esa opción, el almirante James Stravidis, excomandante supremo de la OTAN y ahora decano de la Fletcher School, apunta un enfoque más duro: “Tras la tensión creciente con Rusia, los movimientos de tropas, flota y aviones de la OTAN a la frontera este de la Alianza están justificados y deberían ser notables”.

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Junto al envío de tropas de la Alianza, Washington planea mandar efectivos por su cuenta. Pero puede encontrar resistencias: “Eisenhower estaría horrorizado de que EE UU tuviera aún tropas en Europa. Los países del Este están nerviosos, pero el despliegue de tropas norteamericanas no es necesario; los europeos son perfectamente capaces”, señala Kori Schake, exmiembro de la Administración Bush e investigadora en la Hoover Institution.

Los analistas coinciden en que la OTAN afronta desafíos que van desde las consecuencias de los citados recortes en defensa hasta los nuevos intereses de EE UU en el Pacífico, y la necesidad de afianzar la credibilidad entre los nuevos socios del Este. Charles Kupchan, del Consejo de Relaciones Exteriores, explica que la Alianza “tiene un renovado interés en la defensa del territorio, que implica medidas de precaución; Rusia provoca una remilitarización potencial de sus relaciones con Occidente”. Christian Mölling, analista de un think tank alemán, asegura que Rusia “acaba de un plumazo con la crisis de identidad tras Afganistán”. “El problema”, añade, “es que ahora, para cambiar de modelo, hace falta dinero, y nadie está en condiciones de gastarlo. Berlín, que sí podría, tiene a un tipo llamado Wolfgang Schäuble que lo impedirá”. Borja Lasheras, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, vaticina un choque de puntos de vista. “Igual que hay una fractura Norte-Sur en la zona euro, puede haberla entre socios de la OTAN. EE UU se ha centrado en el Pacífico y en una agenda más global; los países cercanos a Rusia quieren apuntalar el flanco Este, y en la ribera del Mediterráneo varios claman por que no se olviden las amenazas del Sur. La nueva OTAN será un compromiso entre esas tres visiones”.

Ucrania corre el riesgo de convertirse en un conflicto sonámbulo: la ofensiva rusa y la potencial contraofensiva disuasoria de la OTAN no alteran en lo fundamental la correlación de fuerzas; ahora mismo, según fuentes diplomáticas, “la prolongación del desafío ruso depende más de las limitaciones políticas y económicas de unos y otros que de su estricta capacidad militar”. La vuelta a la disuasión es evidente tanto en la acción como en los discursos. El secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, acusó ayer a Putin de la tensión en Ucrania: “Rusia ha llevado 40.000 tropas a la frontera, más tanques, aviones, artillería y helicópteros: eso es una escalada. La OTAN envía aviones con radares a Polonia y Rumanía, y seis aviones a los Bálticos: eso no lo es”. Rusia acusa a la OTAN de mentir con las cifras y de causar esa escalada. En definitiva, armas, dinero y diplomacia; y quizá algo de propaganda por ambos lados.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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