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El paso atrás de Marcos

El líder del Ejército Zapatista deja de ser portavoz y número uno militar mientras Chiapas sigue empantanado en la pobreza estructural

Pablo de Llano Neira
Moisés (en primer término) en el homenaje a un zapatista asesinado.
Moisés (en primer término) en el homenaje a un zapatista asesinado.ELIZABETH RUIZ

En los 50 minutos que habló el pasado 25 de mayo para anunciar su metamorfosis —el subcomandante ya no se llama Marcos, se llama Galeano— el tono del guerrillero más icónico de la globalización sonaba nostálgico, todavía irónico pero con la ironía cansada. “Por mi voz ya no hablará la voz del Ejército Zapatista de Liberación Nacional”, dijo para cerrar el comunicado. “Salud y hasta nunca. O hasta siempre”. Luego dijo “game over", y “jaque mate”, dijo también “touché”, y “ahí se ven raza, manden tabaco”, y ya lo último que dijo: “Oigan, está muy oscuro acá. Necesito una lucecita”.

Rafael Sebastián Guillén Vicente cumple 57 años el 19 de junio. Han pasado 20 desde que el 1 de enero de 1994 apareció como líder criollo de la insurgencia indígena en Chiapas, en el sureste de México. Ya no son los tiempos en que medio mundo hablaba de él, cuando Danielle Miterrand lo tomaba del brazo ante la prensa en una tarde de lluvia tropical, o cuando tanto intelectual se despepitaba por su talento de guerrillero poeta. “El mejor escritor latinoamericano de hoy, el más libre, el más agudo, recorre la selva con un pasamontañas en el rostro”, dijo en marzo de 1995 el pensador francés Régis Debray.

Ahora que el tiempo ha pasado y que el zapatismo se ha ido quedando arrinconado en la historia y en el espacio, sin que las causas del levantamiento hayan dejado de existir, siguen ahí los indígenas pobres, ahí sigue pletórica la desigualdad, Rafael Guillén, o sea Marcos, o sea Galeano, ha reaparecido tras cinco años de ausencia física con un mensaje abierto a la interpretación. Si se retira; si continúa; si ya no escribe más. Si es hasta nunca o hasta siempre.

Parece seguro que no es hasta nunca. La impresión de los analistas es que no se ha jubilado, sino que ha bajado de rango militar, del uno al dos, y que aunque deja de ser el vocero seguirá escribiendo y publicando con su nuevo seudónimo de Galeano. “Es un relevo de mandos. Pero él no se ha ido, ni tampoco está muerto”, dice en San Cristóbal (capital del pro-zapatismo en Chiapas) el antropólogo Gaspar Morquecho, que alude al rumor reciente que dio a Marcos por enfermo terminal y a otros runrunes locales que incluso decían que uno de sus compañeros históricos de dirigencia le había pegado un tiro.

La impresión extendida es que Marcos no se ha jubilado, sino que ha bajado de rango militar pero seguirá presente

El sociólogo Marco Estrada Saavedra, autor de La comunidad armada rebelde y el EZLN, considera que se ha completado un cambio generacional que ha puesto el movimiento en manos de indígenas jóvenes formados en la doctrina zapatista, “ideológicamente más duros”. Al escritor Juan Villoro, hijo del intelectual de más peso que tuvo un compromiso efectivo con el zapatismo, el fallecido Luis Villoro, le suena “más a una situación teatral que a una postura política”. Desde el Gobierno, el Comisionado para el Diálogo con los Pueblos Indígenas, Jaime Martínez Veloz, subraya que el discurso del subcomandante reitera la “vía política”.

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A la entrada de Oventic, un centro zapatista a una hora de San Cristóbal, hace dos sábados había una pancarta que recordaba a José Luis Solís Galeano, el miembro de base del EZLN que fue asesinado el 2 de mayo en una emboscada de un grupo campesino rival y cuyo nombre ha tomado Marcos como homenaje.

Oventic es lo que los zapatistas llaman un caracol: una instalación cerrada con una escuela, un hospital propio y una Junta de Buen Gobierno, que es como le dicen a sus oficinas de mando. Los caracoles, este y cuatro más que hay en Chiapas, son bases de servicios y de autogobierno de las comunidades zapatistas que viven en los alrededores entremezcladas con población no zapatista.

Para entrar al caracol, tres hombres vestidos de paisano con pasamontañas te piden tus datos. Uno lo apunta con lentitud en un formulario que pone Hoja de registro para comisión de vigilancia. Luego se van a preguntar a la Junta de Buen Gobierno si te pueden recibir. Vuelven y dicen que no, que la Junta está muy ocupada, pero que puedes pasar a echarle un vistazo al caracol.

–¿Y se puede hablar con la gente?

Te dicen que no, que la gente también está muy ocupada.

Antes de dejarte con un guía para el paseo, el encapuchado que cubrió la hoja de registro te lleva delante de la Junta de Buen Gobierno, una caseta pequeña pintada por fuera con un mural. Llama a la puerta y con ella entreabierta habla unas palabras con uno de adentro. De la conversación discreta se entiende que el primero tiene alguna queja organizativa: “Todos somos coordinadores, y no hay ningún coordinador”, dice antes de irse con tono de resignación disciplinada.

El guía dice que se llama Walter y también lleva pasamontañas. Camina rápido por la cuesta abajo empinada sobre la que están edificadas las instalaciones del caracol. Si te paras a hacer alguna observación o a preguntar algo, él se para inquieto, como si su tarea fuese dar el paseo rápido y sin hablar. A la fotógrafa le pide que solo le saque fotos a los murales.

—No personas ni carros ni animales.

—¿Por?

—Porque así tenemos la instrucción.

—¿Y los animales por qué?

—Porque sí.

Los zapatistas tampoco hablan de sus líderes. Si a la salida del caracol le preguntas por Marcos al hombre de la hoja de registro, te dirá que no lo conoce. Sí te dice que ha conocido al nuevo número uno del EZLN, el subcomandante Moisés, pero si le preguntas cómo es se quedará moviendo la cabeza de arriba abajo sin decir nada.

De Moisés se sabe que es un indígena que ha pasado por todos los escalones de la guerrilla. Un jornalero de baja estatura y duro de carácter que ha sido durante años el encargado de bajar a la tierra las metáforas de Marcos.

Más allá del cambio de mando, el plan de los zapatistas sigue siendo desarrollar su autogobierno. Los resultados que hayan tenido hasta ahora son difíciles de valorar porque no permiten que se hagan estudios en sus territorios, que además no suelen ser zonas zapatistas homogéneas.

“Los territorios se traslapan y hay comunidades divididas en cinco o seis grupos políticos, con su gobierno zapatista y su gobierno constitucional, su escuela zapatista y su escuela oficial, con dos versiones de todo”, dice Peter Rosset, un investigador en agricultura que vive en Chiapas desde los 90. Dentro de ese revuelto de bandos, en los núcleos regidos por el zapatismo Rosset considera que las cosas van mejor en indicadores como la producción de alimentos y la acumulación de ganado.

Otros los ven como un experimento que no se sujeta a ningún análisis mensurable y sin potencial aparente de cambio sustantivo.

“Si la incongruencia es la ruta al poder, preferimos fracasar que triunfar”, dijo el subcomandante Marcos en su último comunicado 

El sociólogo Estrada Saavedra relativiza la influencia del zapatismo en un contexto de pobreza estructural que trasciende sus cotos de autonomía comunitaria: “Los problemas son centenarios, y si hay alguien que tenga responsabilidad es el gobierno federal por sus soluciones torpes y llenas de corrupción”. Esa visión general también la tiene Jorge López Arévalo, profesor de Economía de la Universidad Autónoma de Chiapas: “Creo que las zonas zapatistas son una especie de reducciones jesuíticas como las que se dieron en Paraguay, y no les veo perspectiva de que mejoren la vida de su gente”, si bien destaca que la disciplina zapatista ha contenido la delincuencia y el alcoholismo, porque prohíben beber.

Las borracheras de indígenas que se pueden ver un sábado por la tarde en los arcenes de las carreteras rurales son el efluvio alcohólico de una miseria que se perpetúa pese a la riqueza natural del Estado. En la Selva Lacandona de Chiapas se pueden encontrar el 60% de las aves de todo México y especies en extinción como el jaguar, el mono saraguato o el águila arpía. Ahí está la principal reserva de la biosfera de todo el país, Montes Azules. Chiapas tiene el valor turístico de la naturaleza, de las ruinas arqueológicas mayas, de las propias culturas indígenas. También potencial minero y energético: actualmente es un estado estratégico en los planes de búsqueda de petróleo. Pero al mismo tiempo es el Estado más atrasado de México.

De sus 4,7 millones de habitantes (uno de cada dos, indígenas) el 74,7% es pobre. Un 17,8% de los mayores de 15 años son analfabetos. Un 14,5% vive en casas con piso de tierra. Un 63,8% no tiene lavadora. Y los índices incluso involucionan. Si en 1990 había un 46,2% con problemas de alimentación, en el 2010 eran un 48,6%.

Todo ello teniendo en cuenta que, desde el inicio de la insurgencia, Chiapas ha recibido una lluvia de fondos federales para el desarrollo. “Han venido recursos a pasto y la clase política los ha despilfarrado”, dice López Arévalo. Un ejemplo polémico fueron los 10 millones de dólares que se invirtieron en 2013 en promover la imagen del actual gobernador, Manuel Velasco, de 33 años, un junior de la política, nieto de un gobernador de Chiapas, y con gusto por los focos. En agosto de 2012, dos meses después de ganar las elecciones con un 70% de los votos, Velasco fue portada en la edición mexicana de ¡Hola! El nuevo gobernador del pueblo más pobre de México besaba a su novia, una cantante de pop, bajo un titular emotivo: Paseo de enamorados por la mítica Times Square de Nueva York. El más romántico beso de película.

El último mensaje de Marcos antes de hacerle el harakiri a su personaje indica que, de momento, el zapatismo prefiere seguir su derrotero solitario que integrar a sus comunidades en la cooperación con las instituciones: “Si el ser consecuente es un fracaso, entonces la incongruencia es el camino del éxito, la ruta al poder. En esos parámetros, preferimos fracasar que triunfar”.

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