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Erdogan aspira a perpetuarse en Turquía con la presidencia

El actual primer ministro formaliza su candidatura a la jefatura de Estado

El primer ministro, en una conferencia en Tokio, Japón, en enero
El primer ministro, en una conferencia en Tokio, Japón, en eneroKiyoshi Ota (Bloomberg)

El actual primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, fue este martes designado candidato del gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, en sus siglas en turco; islamista moderado) a las elecciones presidenciales, previstas para el próximo 10 de agosto. El apoyo de cerca de la mitad de la población y la poderosa maquinaria electoral del AKP, que ha ganado todos los comicios celebrados desde 2002, hacen difícil imaginar que no se convierta en el duodécimo presidente de la República. Su candidatura se daba además por supuesta desde que el AKP ganó por mayoría abrumadora las municipales de marzo.

Sin embargo, la otra mitad de la población, y sobre todo sus críticos, lo acusan de “autoritarismo”, de albergar excesivas ansias de poder, y de querer imponer su particular agenda islamista y conservadora a todo el país.

“Erdogan es como nosotros, no es diplomático, dice lo que piensa y los turcos, como nación, somos así, por eso nos encanta y por eso yo le apoyo”, decía ayer Hamza Inan, de 47 años y dueño de un pequeño negocio en Kasimpasa, un barrio de Estambul.

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Erdogan nació en esta zona hace 60 años. En su adolescencia, vendía pan en la calle para ganar un dinero extra, y en su juventud llegó a jugar en un equipo semiprofesional de fútbol antes de licenciarse en Administración de Empresas. Hoy, el estadio de Kasimpasa lleva su nombre y la clase media conservadora se identifica con la historia de un hombre que, desde unos inicios humildes, se ha convertido en el más poderoso del país.

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Pero sólo hace falta cruzar la calle para comprobar su capacidad para dividir a la gente. “Yo quiero a un presidente que una, no a uno que, como Erdogan, provoca a la gente normal para que se peleen unos con otros”, se queja Ferhat, dueño de otro negocio y que no quiere dar su apellido por miedo a represalias. “Erdogan quiere repartir la riqueza entre sus amigos y, como presidente, cambiará la Constitución para tener más poder. Él lo quiere todo y, si le aplaudes, entonces te da algo; pero no hay justicia”.

Erdogan cumple su tercer mandato como jefe de Gobierno y el estatuto del AKP le prohíbe volver a presentarse a ese puesto. Así, ha optado por aspirar a la presidencia, que por primera vez se decidirá por voto popular directo. Este mandato, de cinco años, le convertiría en el dirigente que más tiempo permanece en el poder desde el fundador de la Turquía moderna, Mustafá Kemal, Atatürk.

“Va a ganar muy fácilmente y va a continuar con el Gobierno más democrático que ha habido en Turquía”, asegura Ahmet Uysal, profesor de Sociología en la Universidad Mármara de Estambul. Los sondeos de intención de voto auguran su victoria incluso en primera vuelta (la segunda sería el 24 de agosto).

Los 12 años de gobierno del AKP y Erdogan han estado definidos por el desarrollo económico, con un crecimiento del PIB de algo más del 5% de media al año desde 2002. El primer ministro también ha limitado los poderes del Ejército, protagonista de varios golpes de Estado desde 1960; ampliado las libertades religiosas e iniciado un proceso de paz para poner fin al conflicto kurdo. Sin embargo, en el último año su reputación se ha visto manchada por la violenta respuesta policial a las manifestaciones de protesta como las convocadas contra la remodelación del parque Gezi, en Estambul, en junio de 2013.

“Las acusaciones de autoritarismo son una exageración y ahora, especialmente durante la campaña, va a tener que dirigirse a todos los sectores de la sociedad”, comenta Ahmet Uysal, que también es miembro del Instituto de Pensamiento Estratégico.

Sin embargo, en diciembre salió a la luz un escándalo de corrupción que implicó a decenas de personas cercanas a Erdogan y que forzó la dimisión de cuatro ministros. El Gobierno culpó a una amplia conspiración internacional, y en especial al movimiento del clérigo islámico Fetulá Gülen. Unos 7.000 fiscales, jueces y policías afines a Gülen fueron apartados de sus cargos.

“Lo que necesitaría la democracia turca es que Erdogan fortalezca los mecanismos de rendición de cuentas, en especial la independencia judicial”, comenta Sinan Ulgen, codirector del Centro para los Estudios en Economía y Política Internacional, un think tank de Estambul.

La retórica belicista de Erdogan y su forma de expresarse, directa y agresiva, provocan que Turquía esté prácticamente dividida entre quienes, como los dos vecinos de Kasimpasa, le adoran y quienes no lo soportan.

“Habrá que ver si, una vez resulte elegido, Erdogan decide adoptar una actitud más presidencial y abrazar a los sectores de la sociedad con los que se ha enemistado como primer ministro”, añade Ulgen. “No tiene por qué ser Erdogan quien cambie la presidencia, puede ser la presidencia la que cambie a Erdogan”.

En su discurso de aceptación Erdogan ha dejado claro que él prefiere la primera de esas dos posibilidades. “Quienes piden un presidente neutral en realidad están pidiendo un presidente que vaya a estar del lado del Estado y contra el pueblo. Esa época ya se ha acabado”. Además, el AKP querría modificar la Constitución para dar más poderes ejecutivos al presidente. “Dijeron que no éramos suficientemente buenos para ser líderes de nuestros pueblos, ni para ser primer ministro ni para ser elegido como presidente”, dijo también el actual jefe de Gobierno. “Nosotros somos la nación, ¿quiénes sois vosotros?”, se preguntó en referencia a la oposición.

Ahora queda por ver si, en el caso de ser elegido presidente en agosto, Erdogan tratará de remediar la división que ha provocado su Gobierno o si su fuerte personalidad seguirá polarizando la sociedad turca.

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