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Tribuna
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Incapacidad de respuesta

Europa deja el liderazgo de la firmeza, y por tanto de las acciones, a discreción de EEUU

En estos tiempos de conmemoración del comienzo de la I Guerra Mundial tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, el 28 de junio de 1914, la comparación con los acontecimientos de Ucrania es a la vez tentadora y angustiosa, pero, a decir verdad, poco pertinente. Lo que emparenta a ambas situaciones es, por supuesto, el cobarde derribo del avión de Malaysia Airlines, que, por el número de víctimas, sitúa este trágico suceso tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Un suceso imprevisible y, tal vez, no calculado —¿podría tratarse de un lanzamiento dirigido contra un blanco confundido con un avión de transporte militar?—, de esos susceptibles de generar consecuencias incalculables. Como el asesinato del archiduque. Pues la probable implicación de Rusia, a través de sus partidarios en el este de Ucrania, a quienes arma, bastaría para provocar la internacionalización del conflicto. Salvo si decidimos que el terrorismo, combatido cuando es obra de los yihadistas, es de recibo cuando es obra de fuerzas hostiles enfrentadas en el corazón de Europa.

Pero, a pesar de todo, lo más probable es que el conflicto siga circunscrito a sus límites actuales, porque la capacidad de respuesta “occidental” sigue siendo limitada y debería articularse, en todo caso, dentro de un arsenal de sanciones no militares, en función del nivel de tensión generado por la situación en Ucrania. Porque, al revés que en Crimea, Moscú no ha dado continuidad al referéndum organizado en el este de Ucrania por las milicias prorrusas. Y porque una implicación demasiado visible o demasiado grande de Rusia tendría como efecto la pérdida de todo crédito internacional para un Estado que, sin embargo, es miembro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. De confirmarse, cualquier responsabilidad de Rusia en esta tragedia bastaría para debilitar el estatus internacional de esta, exactamente lo contrario de lo que Vladímir Putin pretende con su particular diplomacia.

Esta débil probabilidad de extensión del conflicto se debe también al hecho de que los europeos adolecen de una dependencia económica y energética creciente con respecto a Rusia. Hasta el punto de que cabría pensar que algunos de nuestros países preferirían poder mirar hacia otro lado y hacer como si solo se tratase de un pequeño conflicto local. Es el caso de los Países Bajos, la nación más duramente afectada por la destrucción del avión de Malaysia Airlines, cuyo primer ministro ha destacado por su negativa a señalar directamente a Rusia. Es el caso de Alemania, que paga ahora un precio diplomático y estratégico elevado por su giro antinuclear, que la ha conducido a depender aún más del aprovisionamiento de gas ruso. Por eso Angela Merkel parece querer hacer pasar el mensaje de que, finalmente, Vladímir Putin busca la distensión. Es el caso de Francia, sin embargo en la punta de lanza desde el inicio —no en vano envió aviones de caza a Varsovia para proteger el espacio aéreo polaco—, cuya firmeza se ha visto mitigada por su famoso contrato de venta de dos portahelicópteros a Rusia. El liderazgo de la firmeza y, por tanto, de las operaciones, se abandona pues a la discreción de Estados Unidos...

Esta tragedia debería recordarnos, especialmente a aquellos que preferirían olvidarlo, que nuestro problema principal en esta región es la actitud de la Rusia de Putin. Este último no ha dejado de buscar la confrontación con Europa y con Estados Unidos apoyándose en el destino de las minorías rusas, con el objetivo estratégico de reconstruir en torno a Rusia un escudo protector como el que existía en tiempos de la Unión Soviética. Por tanto, cuando Vladímir Putin considera que la responsabilidad es de Ucrania, porque ha creado una situación de guerra al este del país, resulta fácil darle la vuelta al argumento: esta situación solo se ha producido porque Putin decidió alentar y armar, incluso con misiles, a una fuerza separatista que proclama su sumisión a Moscú. En estas condiciones, ¿cómo eludir la responsabilidad rusa? Con gas o sin él, nuestros Gobiernos tendrán que calibrar en su verdadera medida un proyecto estratégico directamente destinado a debilitar a la Unión Europea, o incluso a desmantelarla.

Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

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