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“Había que escapar. La ofensiva terrestre ha hecho la vida insoportable”

650 gazatíes escapan de la guerra gracias a que ostentan un pasaporte extranjero

Gazatíes huyendo de sus casas.
Gazatíes huyendo de sus casas.FINBARR O'REILLY (REUTERS)

La luz verde se enciende al fin. Paso franco, indica. Taleh Alshams empuja entonces la pesada puerta de cristal, arrastrando a un tiempo dos enormes maletas, dos niñas pizpiretas, un carrito con un bebé que llora. “España”, murmura. La atienden entonces funcionarios solícitos del Consulado español en Jerusalén. Es la primera refugiada, palestina con pasaporte español, que cruza el paso de Erez entre la franja e Israel, la primera de los 650 gazatíes que esta mañana lograron escapar de la guerra gracias a que ostentan un pasaporte extranjero. Dejan atrás los bombardeos, pero no el dolor ni la incertidumbre por los que se quedan, por el empleo en vilo, por la casa cerrada cuyo futuro se ignora y se teme.

Cinco días llevaba Naciones Unidas tratando de cerrar un convoy seguro, un tiempo en el que Israel y Hamás no se pusieron de acuerdo para frenar el fuego cruzado y permitir el paso de estos afortunados de bandera doble. Unos 150, sobre todo norteamericanos y rusos, habían salido en los primeros días de ofensiva. Luego, cerrojo. Demasiado peligroso. Esta mañana, los autobuses fueron concentrándose en el edificio del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) en Gaza capital, listos para abordar la carretera hacia el norte. Muchas listas que revisar hasta confirmar que al menos 150 no irían nunca en los autobuses fletados por los 21 países implicados. Bajas de última hora por cuestiones profesionales, por complicaciones de salud, por miedo a abandonar el hogar, por resistencia.

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Los distintos consulados colocaron en la terminal de Erez mesas con banderas, a modo de ventanilla de cada cual. Una larga espera rota tres veces por las sirenas que alertaban de los cohetes y otras tantas, al menos, por el boom de la artillería israelí, apenas a 200 metros. Se suponía que respetarían la frontera durante las horas que durase el trámite, pero ni eso cumplieron. Mucho nervio contenido, mucha angustia cuando llegaban noticias de retrasos o complicaciones. Y, luego, la felicidad de los primeros en llegar. “Aquí al menos nos sentimos al salvo. Iremos a Jordania y luego veremos, pero ya estamos fuera”, explicaba la canadiense Shuhad, con sus hijos de 11, nueve y siete años. Jerosolimitana, perdió su residencia al casarse con un hombre de Gaza. Otra casa a la que no puede ir. Jordania es, de hecho, el destino de todos los rescatados. Allí recibirán asistencia de sus embajadas y de diversas ONG, como Mensajeros de la Paz. Si luego pueden viajar a sus países o regresar a casa “sólo Alá lo sabe”, explican.

Las caras son pálidas; los movimientos, lentos de cansancio o rápidos de puro descontrol. Gana el cansancio. Hay muchos niños, como los 41 (del total de 61 personas) que sacaba España. Bultos en los rincones, familias sentadas en el suelo, kits de emergencia que se repartían para acallar el hambre de los pequeños, mientras los mayores, pese a todo, se aferraban al ayuno del Ramadán. Mohamed Khouri tiene 76 años y no toca ni agua. Ha cruzado solo, con su bastón, de traje y corbata, buscando la libertad gracias a su salvoconducto norteamericano. Arrastra los pies, pero no la voz. “Yo no tengo trabajo que perder, porque soy abogado jubilado. Mi familia murió o está en San Francisco. Pero no me conformo, no puede ser que me deje matar ahí dentro, sea palestino o americano. Y nadie debería consentir que esto pase cada dos o tres años. No es humano”, se lamenta.

El relato compartido es de terror. El profesor de Farmacia en la Universidad de Gaza, Salaj Sousi, formado en la Complutense de Madrid, explica que escapan de “las escenas horribles, de una auténtica masacre”. “Había que escapar, porque la ofensiva terrestre lo ha cambiado todo, la vida es insoportable”, denuncia. Dentro quedan la rutina, los lazos, pero también la muerte. Por delante queda un respiro de hora y media larga hasta la nueva frontera, con Jordania. Israel no les permite ni parar, ni pisar su suelo. Un adiós sin fecha de retorno con demasiadas condiciones.

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