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Tribuna
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Estados alterados

Una película de los ochentas es una metáfora del (des)orden internacional actual

En la película realizada en 1980, William Hurt protagoniza a un científico que experimenta con drogas alucinógenas. Aislado en una cámara, las sustancias ingeridas le causan una regresión vital y psicológica, pero fundamentalmente genética. Su búsqueda es lo que llama el “alma por nacer”, para poder vivir la experiencia del nacimiento de la especie. En ese proceso desarrolla rasgos de primate, el resultado de una reversión evolutiva. La película es así parte ciencia ficción, otra parte terror y una tercera comedia del absurdo.

Estados Alterados es una buena metáfora del (des)orden internacional actual, también marcado por “estados alterados”, solo que por conflictos que no tienen nada de comedia, a veces parecen de ciencia ficción y son casi siempre de terror. Fallidos, débiles, incompetentes, son estados alterados por sus fronteras cambiantes, al parecer a voluntad. Es además un orden bajo una cierta alucinación, incapaz de generar reglas de juego creíbles y estables—premios y castigos—y en consecuencia en proceso de regresión genética hacia la anarquía completa.

Es más que una curiosidad intelectual comprobar que la post Guerra Fría también resultó ser un retorno a la Europa de la entre guerra y antes, de nacionalismos exacerbados y fronteras móviles. En definitiva, en los noventa comenzó a surgir una Europa con estados nuevos, tendencia que continúa. Es también una ironía perversa que esa “post guerra” haya comenzado justamente con una guerra—en la ex Yugoslavia—la cual resucitó los peores fantasmas de su propia historia: la limpieza étnica por medio del genocidio, de la expulsión y de las violaciones masivas. .

Los antiguos conflictos del mundo eslavo siguen en juego en la invasión de Ucrania. Obama se lamenta que Rusia y Estados Unidos no habían estado tan distantes desde el fin de la Guerra Fría, precisamente. Alcanzaría con una superficial lectura de la historia rusa para entender que ello no puede ser sorpresa, siendo que bajo los zares, el Partido Comunista o el autócrata Putin el mandato de imperio se mantuvo siempre inalterable.

El gobierno ruso hoy clausura McDonald’s y en el invierno quizás cierre el grifo de los gasoductos. Sus soldados se extravían en territorio ucranio—aducen una falla cartográfica—y sus oficiales son condecorados por su heroísmo en guerras de las que supuestamente no eran parte. Putin juega al ajedrez, pero cambia las reglas que gobiernan el desplazamiento de las piezas cada vez que le toca mover a él, y le recuerda al mundo que Rusia posee armas nucleares. Eso sin mencionar a Chernóbil, precisamente en Ucrania. Las fronteras ya están redefinidas, Donetsk será república y luego anexada, mientras OTAN sigue debatiendo la incorporación de Ucrania al tratado. Demasiado poco, demasiado tarde para una decisión que, pendiente desde 1991, hoy sería leída en Moscú como una explícita declaración de guerra. El pretexto perfecto.

El Medio Oriente también es una historia parecida. La primavera árabe no concluyó en democracia. Obliga a reflexionar sobre la desagradable idea que la única forma de mantener un mínimo de orden político es con los déspotas de antes, como Mubarak, Gadafi y Saddam, o con los de ahora, como Al-Sisi. La alternativa es la disolución completa del estado, como en Libia, Irak y Siria. La consecuencia de esa disolución es inevitablemente el surgimiento de cuasi estados como el Califato de Mosul, también una visión regresiva de la historia, hasta la Edad Media y más allá.

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Ironía de ironías, Estados Unidos terminará teniendo en Irán a su aliado más confiable para apoyar y fortalecer a Al-Assad, sólido cliente de Teherán y a la vez necesario para contrarrestar a ISIS. No sea cosa que le devuelvan las armas químicas en el camino. Es que el más brutal de los gobiernos termina siendo preferible a la ausencia del mismo. Con un gobierno se puede negociar la política exterior, con una horda es mucho más difícil.

En América Latina no hay disputas por redefinir el mapa, pero sí hay violentos conflictos por el control de ese territorio. La criminalidad de la región es muy sofisticada en términos conceptuales. Entiende perfectamente eso de la globalización y la transnacionalización, por lo cual ignora las restricciones impuestas por categorías arcaicas como la soberanía estatal. Las pasa por alto y eso le otorga enormes ventajas comparativas para entrar en colusión con los gobiernos o bien capturar porciones de los mismos, sobre todo a nivel subnacional. La resultante es una dramática erosión de la legalidad y el orden. Como explicar, sino, que en América Central haya más víctimas por la violencia de las organizaciones criminales de hoy que durante las guerras civiles de los ochenta.

Acercándonos a la desaceleración del boom de las commodities, queda la pregunta del aterrizaje, es decir, la magnitud del ajuste sobre todo en países que consumieron esos recursos y no los invirtieron en instituciones para gobernar y administrar la no-abundancia. Muchos en las nuevas clases medias de esta década son candidatos a volver a la pobreza. Eso también será consecuencia del estado alterado, o sea, débil e incapaz, inexistente como burocracia a pesar de contar con un mapa estable. Las maras esperan el cambio de ciclo económico con ansiedad: les reducirá el costo salarial.

Como fue señalado por el propio José Mujica, difícilmente un halcón de las relaciones internacionales, “se criticó mucho la Guerra Fría y, obviamente, no fueron años dulces; pero fueron mucho más ordenados que el desastre que tenemos hoy en día”. Para concluir: “Por lo menos antes había teléfonos y los tipos se hablaban, había reglas del juego. Lo de hoy es una locura”.

Es el mundo de los estados alterados.

Twitter @hectorschamis

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