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La Hermandad sobrevive en Egipto

Los islamistas se han adaptado a la represión tras ser descabezados por el régimen

Safwat Hegazy, uno de los miembros de los Hermanos Musulmanes encarcelados.
Safwat Hegazy, uno de los miembros de los Hermanos Musulmanes encarcelados. EFE

A pesar de ser un simple militante de base de los Hermanos Musulmanes, Mohamed duerme cada noche en una casa diferente y nunca en la suya. Teme sobre todo que lo delaten sus vecinos, acérrimos partidarios del presidente de Egipto, Abdelfatá al Sisi. “Todos intentamos ocultar nuestra pertenencia a la Hermandad. Para despistar, algunos compañeros fuman en público o lucen ostentosos collares, algo que tenemos prohibido”, explica Mohamed, que utiliza un nombre falso pues el suyo revela la estrecha relación de su familia con los Hermanos Musulmanes, el movimiento islamista que fue desalojado del poder después de un golpe de Estado el 3 de julio del 2013.

Desde entonces, la cofradía ha padecido la más dura campaña represiva de las últimas seis décadas. Ilegal pero tolerada durante la era Mubarak, el pasado diciembre fue declarada “organización terrorista” por el Gobierno, por lo que la simple pertenencia al grupo se castiga con cinco años de cárcel. Prácticamente toda la cúpula de la organización se encuentra entre rejas, además de miles de sus cuadros medios. El guía supremo, Mohamed Badie, intocable durante el régimen anterior, ha recibido una condena a muerte, dos cadenas perpetuas, y aún tiene procesos pendientes.

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En la clandestinidad

Un lugar común entre los analistas señala que la Hermandad se mueve como pez en el agua en la clandestinidad, ya que ha vivido proscrita la mayor parte de sus más de ocho décadas de existencia. No obstante, Mustafá Jalil, un experto en islamismo, matiza: “Este ha sido un golpe muy duro. Antes, eran reprimidos, pero gozaban de la simpatía de la población. Tras la experiencia de gobierno del presidente Mohamed Morsi, ya no es así. Los Hermanos Musulmanes no van a desaparecer, pero les costará mucho volver a recuperarse”.

Mohamed, un joven recién salido de la universidad, reconoce que ya no cuentan con el favor de la mayoría de la sociedad. “A través de los medios de comunicación, el régimen ha lavado el cerebro a la gente. Es alucinante. Antes, en mi barrio, éramos populares. En las elecciones, ganamos los dos diputados en juego. La misma gente que nos agradecía que diéramos clases de alfabetización gratis a sus hijos, ahora nos llama terroristas y ataca nuestras manifestaciones”, se lamenta, mientras, desconfiado, mira a su alrededor de soslayo.

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Tras el golpe, la Hermandad dirigió todas sus energías a la organización de manifestaciones, que eran reprimidas y se solían saldar con centenares de arrestos y algunos muertos. No obstante, a la vista de la consolidación del régimen de Al Sisi, el movimiento islamista centra ahora sus esfuerzos en sobrevivir. Ha adaptado su funcionamiento interno a las nuevas circunstancias. “Además de intentar pasar inadvertidos, hacemos reuniones más pequeñas y más espaciadas en el tiempo. Como la organización está descabezada, cada sección local tiene ahora más independencia”, explica Mohamed, que da por hecho que, si le arrestan, será torturado.

Esta descentralización, inaudita en una entidad caracterizada por su estricta jerarquía y sentido de la disciplina, podría facilitar que algunas secciones rompan con la doctrina oficial que aboga por la lucha no violenta. En los medios de comunicación oficialistas son habituales las noticias de arrestos de presuntos miembros de la cofradía con armas o material para bombas. Mohamed duda de la veracidad de estas noticias: “Los actos violentos son venganzas personales. La gran mayoría estamos contra la lucha armada, porque no queremos destruir el país, convertirlo en Siria. Si fuéramos unos terroristas el nivel de violencia en Egipto sería mucho mayor”. Pero admite que entre los militantes adolescentes, hastiados por la represión, sí los hay a favor de la vía violenta.

La opción que no aparece sobre la mesa es la reconciliación con las autoridades. “No hay canales abiertos con el Gobierno. La única salida a esta crisis es a través del retorno a la senda democrática”, señala Abdul Maugud Dardery, exdiputado del brazo político de la Hermandad, exiliado en EE UU. Algunos expertos sugieren que la cofradía podría abandonar su vertiente más política, y volver a centrarse en la prédica religiosa. Pero el experto Jalil lo considera poco probable: “Nunca abandonarán la política porque ellos son un movimiento político. La islamización no es su objetivo último, por mucho que digan lo contrario”.

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