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la lucha contra el yihadismo

Obama prolonga en Irak una larga guerra

Washington emprende su cuarta acción en un conflicto que dura más de 20 años

Marc Bassets
El presidente Barack Obama, durante la conmemoración de los atentados del 11-S en Washington el pasado jueves.
El presidente Barack Obama, durante la conmemoración de los atentados del 11-S en Washington el pasado jueves. kevin lamarque (reuters)

La intervención de Estados Unidos en Irak, que empezó en agosto y ahora Barack Obama quiere ampliar a Siria, puede entenderse como una operación aislada de un presidente obligado por las circunstancias —el avance del yihadismo suní— a rectificar su rechazo anterior a otra aventura bélica en la región.

Pero cabe otra lectura: la escalada, que Obama anunció el miércoles pasado en un discurso a la nación, prolonga una guerra de más de veinte años, casi un cuarto de siglo ya, más larga que cualquier otra en la historia de EE UU. Obama es el cuarto presidente consecutivo que interviene en Irak. Y esta es la cuarta acción militar norteamericana en Mesopotamia desde la Guerra del Golfo de 1991: un único conflicto que ha adoptado formas cambiantes en cada momento y con cada presidente.

El republicano George H.W. Bush lideró en 1991 una amplia coalición internacional, que Obama intenta emular, para expulsar al dictador iraquí Sadam Hussein de Kuwait, el pequeño estado invadido el verano anterior. Su sucesor, el demócrata Bill Clinton, llegó a la Casa Blanca con pocas ganas de ocuparse de Sadam, pero acabó bombardeando Irak en varias ocasiones.

Los atentados de Al Qaeda del 11 de septiembre de 2001 llevaron al segundo Bush, George W., que había llegado al poder recelando del intervencionismo internacionalista de Clinton, a ordenar la invasión de Irak en 2003. El dictador fue derrocado y ejecutado, pero la ocupación resultó un fiasco que dejó decenas de miles de muertos y una década de violencia. El demócrata Obama, que en 2009 llegó al poder con la promesa de acabar la guerra de Irak y retirarse de Oriente Próximo, regresa a la casilla de partida.

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Irak ha definido buena parte de la política exterior de la primera potencia mundial desde la caída del bloque soviético. Nadie escapa de Irak. Y allí nadie vence nunca del todo. Peter Baker, corresponsal en la Casa Blanca de The New York Times y biógrafo de la Casa Blanca de Bush hijo, ha definido el país como “el cementerio de la ambición americana”.

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“La miopía y la escasa comprensión se han manifestado recientemente con el éxito que el islam radical suní ha tenido a la hora de poner en marcha el ISIS [uno de los acrónimos que se usa para referirse a los yihadistas del Estado Islámico]”, dice en una entrevista telefónica Strobe Talbott, presidente del laboratorio de ideas Brookings Institution.

¿Miopía y escasa comprensión por parte de quién? “De todo el mundo, incluidos los residentes de la región”, responde Talbott, que ocupó cargos relevantes durante la Administración Clinton. El lunes pasado, durante los preparativos de la nueva estrategia contra los yihadistas, Obama invitó a cenar a la Casa Blanca a Talbott y a otros expertos de think tanks y veteranos de otras administraciones.

“Las tensiones sectarias y sociales de fondo”, dice, “nos han estallado en la cara por lo menos tres veces. En realidad, nunca entendimos realmente aquello. Lo que diré es un cliché, pero es cierto: la ilusión, por parte de las potencias occidentales, de que podían traer el orden a esta región podríamos decir que se remonta incluso al siglo XVIII. En todo caso, sin duda, se remonta al tratado Sykes-Picot, tras la Primera Guerra Mundial, cuando decidieron trazar en el mapa [de Oriente Próximo] unas líneas que convenían a lo que las potencias creían que respondía al imperativo de asegurarse de que los vencedores recibían cada uno un trozo del pastel. Pero no entendieron muy bien qué contenía el pastel”.

Andrew Bacevich —coronel retirado, veterano de la guerra de Vietnam, padre de un soldado muerto en Irak y profesor en la Universidad de Boston— cree que toda guerra debe tener un nombre. También esta, sin final visible. Bacevich dice que el nombre adecuado es “la guerra de América por el gran Oriente Medio”. Y sitúa su inicio no al final de la guerra fría, cuando Bush padre lanzó la primera guerra del Golfo, sino en 1980, cuando el presidente Jimmy Carter anunció la doctrina Carter: “Cualquier intento por parte de una fuerza externa de ganar el control del golfo Pérsico”, dijo el presidente demócrata en su último discurso sobre el estado de la Unión, “se verá como un asalto a los intereses vitales de los Estados Unidos de América, y el asalto será rechazado por todos los medios posibles, incluida la fuerza militar”.

Desde entonces, explica Bacevich por correo electrónico, “Estados Unidos se encuentra comprometido en un esfuerzo erróneo para emplear el poder duro para arreglar la región”. “La definición exacta de ‘arreglar’ ha variado”, añade. “En tiempos diferentes y presidentes distintos, significaba estabilizar o dominar o liberar o democratizar. Independientemente del objetivo específico, Estados Unidos nunca estuvo cerca de alcanzar con éxito estos propósitos”.

¿Qué arrastra a todos los presidentes a Oriente Medio? “La respuesta simple es el petróleo”, responde Bacevich, autor, entre otros libros, de Washington rules. America's path to permanent war (Las reglas de Washington. El camino de América hacia la guerra permanente). “Desde su inicio, la guerra por el gran Oriente Próximo era por el petróleo. Pero con el tiempo lo que allí se juega ha cambiado. Ahora, la motivación de fondo es demostrar que Estados Unidos no es una potencia en declive, reafirmar el argumento de que efectivamente somos la nación indispensable”.

La “nación indispensable” fue un término que Bill Clinton usó para describir el papel de EE UU en el mundo en unos años, la segunda mitad de los años noventa del pasado siglo, de intervenciones aéreas, sin despliegue de tropas, similares a las que Obama prevé para combatir al Estado Islámico en Siria e Irak.

La estrategia de Obama también se inspira en otros presidentes. En Bush padre, por la voluntad de construir una coalición formada por países europeos y árabes, sin distinguir entre democracias y regímenes autoritarios. Y hay ecos de Ronald Reagan y sus guerras por delegación en Centroamérica: si entonces Washington armaba y entrenaba guerrillas anticomunistas, ahora quiere armar y entrenar a guerrillas que luchen en Siria contra los yihadistas.

“Ninguna nación puede preservar su libertad en medio de una guerra continua”. Obama citó en 2010 esta frase de James Madison, el cuarto presidente de EE UU, en un discurso en el que expuso cómo quería terminar la guerra de Bush hijo contra el terrorismo. Pero ni la llamada guerra contra el terrorismo ni la guerra de Irak de 2003 terminaron: la Casa Blanca considera que la base legal para bombardear al Estado Islámico en Irak y Siria son las autorizaciones del Congreso para actuar contra los responsables del 11-S y para invadir Irak, adoptadas en 2001 y 2002.

La presidencia del giro hacia Asia puede acabar siendo la de Irak. Como las de George W. Bush, Bill Clinton y George H.W. Bush. Como las del sucesor o sucesora de Obama a partir del 2017.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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